Rama 1: Mi Conejo

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Los ojos dorados de Aiz Wallenstein miraron como el sol se ocultaba en el horizonte desde la cima de las murallas.

Las murallas que eran tan especiales para ella, pues era en ellas donde encontraba refugio cada vez que necesitaba un tiempo a solas y era en ellas donde se reunía con cierto peli blanco.

"Es hermoso... ¿verdad Bell?"

Las manos de la rubia jugaban con el blanco cabello del aventurero mencionado, sujetando sus mechones de cabello y enredándolos entre sus dedos.

"Oh es verdad... no puedes responderme..."

La princesa callo en el hecho de que los ojos del albino aún se encontraban cerrados, todavía no los había abierto desde la última vez que lo hizo cerrarlos. Pero eso no evito que siguiera hablando.

"Si tan solo pudieras ver el atardecer conmigo como siempre..."

Un pequeño deseo salió de la boca de la rubia, un deseo inocente de querer ser acompañada en este hermoso atardecer que iluminaba su ser.

Sus mechones dorados se mecían ante la brisa entrante de la noche, pronto llegaría el momento de regresar a su hogar y de que ambos tomaran caminos separados, no, tal vez podría llevarlo a su hogar, después de todo el albino siempre aceptaría sus deseos.

Pero al menos debería de hacerlo ver las estrellas y la luna junto con ella esta noche, como compensación por dejarla ver sola el atardecer, si ella haría eso.

Un olor algo extraño pero familiar llego a su nariz, pero ella lo ignoro mientras sus manos seguían acariciando los mechones blancos del aventurero en sus piernas, parecía tan tranquilo mientras dormía... le gustaría poder verlo siempre de esta manera.

Le gustaría siempre tenerlo a su lado.

Pero no... él tenía su propia vida y no podía seguirla en todo momento.

Ella no se desanimó por tal cosa, en su corazón siempre cargaba la imagen del albino, y estaba segura de que el albino siempre la cargaba en el suyo.

Pero si había algo que la molestaba...

Bell siempre estaba rodeado de mujeres hermosas, donde quiera que estuviera el albino, siempre estaba acompañado de mujeres hermosas.

En su mansión con las bellas mujeres de su familia tales como Lili, Mikoto y Haruhime, tal vez incluso su propia diosa.

Luego estaba la Anfitriona de la fertilidad con mujeres como Syr y su antigua rival Ryuu, siendo ambas bellezas que no perdían en nada contra ella.

Incluso en el gremio tenia a mujeres hermosas esperándolo, esa tal Eina Tulle que se encargaba de prepararlo para la mazmorra.

El punto era que el albino siempre estaba rodeado de bellezas.

Lo soporto al principio, soporto, soporto, soporto, y soporto día a día ver como las chicas intentaban hacer que el peliblanco las notara.

Vio como esas mujeres tan descaradas prácticamente luchaban por la atención del albino con todo tipo de trucos, aprovechándose de ser de la misma familia, dando excusas para que el albino las ayudara con algún asunto, e incluso algunas más audaces que usaban su propio cuerpo para atraerlo.

Esas descaradas querían robarse a su Bell y ella no lo permitiría.

La paciencia que había estado manteniendo con respecto a sus acciones se acabó y decidió tomar medidas drásticas en el asunto.

Les advirtió una por una que se dejaran de tonterías y se rindieran con el albino, y si era posible que se alejaran lo más lejos de él.

Pero todas le respondieron lo mismo.

One-shots: Mundos InexploradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora