Todo fue muy rápido. Sucedió de noche.
Teníamos un banquero bastante corrupto, y eso era algo de sobra sabido, pero nadie hacía nada al respecto.
Esa noche llovió a cántaros, al punto de volverse intransitable para quien lo intentara. Yo estaba en las caballerizas, cuidando a los corceles y dándoles de comer, cuando escuché un grito agudo de mujer. Dudé si ir a ver, pero pensé que no me convendría, dado que la última vez que metí las narices terminé desmayado por un fuerte golpe; quise averiguar quién había sido, pero nadie supo decirme.
Apagué mi viejo candelero de metal y me dispuse a salir entre medio de la oscuridad, confiado de que esta vez no me harían caer. Apartado en un rincón, observé cómo la mujer volvía a gritar mientras un desconocido intentaba callarla. Lo único que pude verle fue su pie cojo, que se dobló de forma extraña luego de que este se inclinara y le tapara la boca. Ella se calló de golpe y no volvió a hablar. Por mi distancia, no supe si había sido asesinada, pero rogaba que no. Cuando me decidí a intervenir, salí de las caballerizas y caminé con el paso más rápido los quince metros (estimaba) que me separaban de la víctima. Al llegar, el sujeto del pie cojo me llevaba ya demasiada ventaja, y me sería imposible alcanzarlo.
Me arrodillé ante la inerte mujer y comprobé que sí había fallecido; tenía unas marcas profundas en su cuello, tanto que se podían ver sin importar la lluvia.
Era la séptima muerte en siete días, una por cada uno. Las muertes, todas idénticas hasta donde pude observar. El asesino nunca había sido visto, pero eso estaría por cambiar mañana, cuando yo confesara verlo ante la Guardia Real. Era muy probable que me llevaran a ver al rey, que tenía tanta curiosidad sobre tales crímenes como cualquiera, o quizá más.
Pues así la cosa, la verdad.
El día siguiente amaneció lloviendo mucho menos, pero si querías transitar podías hacerlo.
-Tengo información sobre los crímenes -dije a uno de los oficiales de la Guardia Real, al llegar a las puertas del castillo.
Como lo esperaba, así sucedió.
El rey Mateo escuchó atentamente cada una de mis palabras, y al yo terminar me dijo:
-Me intriga todo el asunto.
Se puso de pie y vi que cojeaba, pero la larga capa de color plata hacía que sus pasos fueran más bien disimulados. Bajó los escalones del trono y se me acercó.
-Gracias -me dijo, poniendo su mano derecha adornada con unos estrafalarios anillos. Parecía sincero, pero cojeaba y me era sospechoso.
¡Pero por mi madre! ¡Sospechar del mismo rey!
No supe qué pensar durante el resto del día, por lo que decidí pasar buena parte en la taberna de Hugo.
Apartado, mirando por la ventana, pensaba. El monarca había sido uno de los más fieles vasallos dentro del torresismo, uno de los primeros movimientos políticos de nuestra primigenia historia.
El Reino del Plata, modelo argentino a seguir en toda nuestra Europa desde principios del siglo XXII, había caído, y nosotros queríamos volver a revivirlo, reinventarlo. El nuestro, el Nuevo Reino de Nápoles, podía ser aquello que en el Río de la Plata había fallado. Nuestros antepasados estaban demasiado ligados, y nosotros habíamos jurado proteger y servir, por lo que no me cabía en la cabeza que el rey Mateo decidiera traer una nueva masacre a este mundo, como si ya no fueran demasiadas. Uno de los principios a seguir, luego del juramento, era gobernar con claridad, pero revisitando las antiguas prácticas medievales para adaptarlas a esta nueva realidad. Nada de ejecuciones, y no es broma, lo digo en serio. Ah, pero ya hablando de bromas, conozco un buen bromista, un bufón. Creo que iré a visitarlo apenas me termine esta cerveza.
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EL BUFÓN DEL REINO DEL PLATA
Short StoryEn el siglo XXII, seis mujeres han sido asesinadas sin testigos. La séptima, sin embargo, sí lo tiene. Esta obra está registrada en Creative Commons (CC) con el siguiente enlace: <a rel="license" href="http://creativecommons.org/licenses/by-nc-n...