Recuerdos (Parte I)

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Lo primero que Claire hizo al llegar a casa fue tumbarse en la cama

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Lo primero que Claire hizo al llegar a casa fue tumbarse en la cama. Había decidido dejar todo lo que había comprado en el coche, pues en a penas dos días quería hacer la mudanza al apartamento de Southbank.

Se tumbó bocabajo. Todavía sentía sus mejillas arder y el ritmo de sus latidos desbocado, y no precisamente por haber subido las escaleras que la condujeron al segundo piso, donde estaba su habitación, casi corriendo.

Haber visto a Evan era lo que la había puesto así. Tiempo después, aquel joven que había sido siempre su vecino, junto al que había crecido, todavía lograba causar aquellas sensaciones en su cuerpo; esas que nunca había vuelto a sentir por nadie; esas que estaba convencida de que tan solo le pertenecían a él. Las que, a pesar de moverse entre las luces y las sombras de sus emociones, la hacían sentir viva.

***

Claire recordaba perfectamente la tarde en la que su hermano la había dejado sin entrar en casa cuando ella tenía a penas nueve años. Al parecer —y según él, que entonces tenía once— fue porque Claire le robó y se comió la chocolatina que había ganado por ser el máximo goleador del partido de fútbol que se había celebrado aquel día de primavera en el recreo del colegio.

—Eric, por favor... ¡Déjame entrar! —pedía ella por enésima vez, ya con lágrimas surcando su rostro —. ¡Te digo que yo no me he comido tu estúpida chocolatina!

—¡Claro que has sido tú, Claire! —replicaba él, completamente convencido— La tenía al salir del cole y ha desaparecido.

—¡Pues la habrás perdido! —intentaba explicarle ella sin resultado— Papá y mamá se enfadarán mucho cuando vuelvan y vean que me has abandonado fuera de casa.

—¡No te pienso dejar entrar hasta que reconozcas que me has robado la chocolatina y que te la has comido!

—¡Y yo no lo haré porque es mentira!

Cansada de tener que rogarle a su enfadado hermano mayor y presa del orgullo que le impedía reconocer que, efectivamente, ella se había comido el codiciado trofeo —cosa que Eric nunca llegó a saber—, se sentó en el pequeño escalón que había a la entrada de su casa. Claire estuvo dispuesta a esperar hasta que llegasen sus padres para convencerles de que ella no había hecho nada y que castigasen a su cruel hermano. Sabía que era la princesita de su padre y que, si le miraba con ojos tristes, haría lo que fuese para hacerla sentir mejor.

Después de que la pequeña de mirada llorosa llevase implada más de diez minutos, vio cómo el niño que a penas hacía unas semanas que era su vecino, el que vivía en aquella casa que estaba en la acera de enfrente y de donde se marcharon los Bale casi un año atrás, salía a la calle con una pelota. Este se puso a jugar enseguida con la misma, chutándola suavemente contra el bordillo, pero sin perder de vista a la pequeña que lloraba y maldecía en el portal del que sabía que era su casa. No es que fuese su problema, pero no pudo evitar acercarse a ella algunos minutos después para saber qué le pasaba. Desde pequeño, Evan sintió esa necesidad de ayudar a los demás.

Siete vueltas al solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora