III. CONTRAPARTE

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❝ La conocí en la iglesia, pero ella podría ser Satán ❞
Ferrari, The Neighbourhood.

Capítulo III. C O N T R A P A R T E

Fe.

Un monosílabo.

Una palabra tan pequeña en cuanto a su composición gramática; gran significado, sin embargo.

Aun así, ¿qué era realmente la fe?

¿Una simple palabra flotando en el aire? ¿Una creencia? ¿Una costumbre? ¿Algo a lo que aferrarse? ¿Una obsesión, tal vez?

Cuando le pregunté eso a mamá, ella dijo: «la fe permite ver lo invisible a los ojos. Creer en lo intangible e increíble. Y recibir lo imposible. La fe lo es todo, cariño».

Sin embargo, no muy convencido de su respuesta, decidí recurrir a otras fuentes, principalmente a papá. «Hijo, lo único que debes comprender es que las grandes guerras no se ganan con impresionantes armas, sino que con fe». Respondió él.

Tan pronto como entendí a lo que se refería, apropié esa frase y la volví mi mantra.

Para entonces ya comprendía que la fe sería mi guía en el gran camino de la vida.

En casa se hablaba mucho sobre la fe. De día y noche. En Inglaterra y en Francia.

«Debes tener fe, Kora. Los mejores comienzos provienen de finales desastrosos. Te levantarás, ya verás. No sucederá de la noche a la mañana, pero ten fe de que sucederá». La hermana de mamá siempre decía eso cuando nos alojamos por un tiempo en su hogar, en Francia. Cada una de sus palabras cargadas de una insinuación incomprensible a nuestros oídos.

«Dios no te fallará, amor. Estoy contigo». Papá siempre le susurraba eso en el oído a mamá cuando el señor oscuro se elevaba y buscaba a mamá hasta capturarla y llevarla lejos, muy muy lejos de nuestro hogar.

Cuando preguntábamos —porque la duda superaba cualquier barrera que mis padres intentaran poner—, la respuesta que obteníamos siempre era la misma y un tanto confusa, difícil de descriar: «Nada de qué preocuparse, petits enfants. Su mamá los quiere mucho, aunque de pronto esté tan ocupada. Cuando el señor que no será nombrado se vaya, ella volverá a ustedes y cocinará unas deliciosas tortas. Lo prometo». Camille, nuestra nodriza, nos aseguraba. Era la única que se preocupaba a todas horas por nuestra salud. Por cierto, una nodriza o ama de crianza era a quien se le encomienda amamantar a un niño.

Sin embargo, mamá siempre estaba ahí, en casa quiero decir. Nunca se iba.

Entonces crecí con la fe, aunque no pude practicarla cómo hubiera deseado...

Era sábado por la madrugada y estaba en la iglesia, en el mismo horario de siempre, el único en el que podía escabullirme en las instalaciones, de manera que nadie sacara a colación nuestro exilio.

Hice mi camino hasta aquí en silencio, camuflándome entre los arbustos y la oscuridad nocturna. Como todas las madrugadas, cuando el reloj marcaba las 01:00 A.M en punto, cogía las llaves de mi coche y conducía hasta Knight Fall, el pueblo aledaño a donde vivíamos. Nuestro hogar, cuya inexistente valoración concluía en que no fuera bautizado con un nombre, era un terreno perdido, símil a un suburbio, aunque con la notoria diferencia de que no se ubicaba en el extrarradio de una gran ciudad, sino que de un pequeño pero poblado pueblo.

Ingresé en el desolado lugar, aspirando el fuerte aroma a incienso ingresando por mis fosas nasales. Después de tanto tiempo ingresando a escondida, aun no conseguía acostumbrarme al aroma.

El secreto de Ellery | ya disponibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora