IV. SEÑALES

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❝ No importa qué esté haciendo, sigo pensando en ti y en mí ❞
U&I, The Neighbourhood.

CAPITULO IV. S E Ñ A L E S

Releí el mensaje que Winter dejó en una nota disculpándose por no poder presentarse esa mañana. Rodé los ojos, ya que una nota era mucha modestia proviniendo de ella.

La noche anterior, una vez que ingresé en su hogar —por una extraña razón aún no lo sentía como mío—, reparé en la presencia de la madre de mi amiga, Jessica Davis, quien estaba despierta, supongo que debido a la singular visita del padre Clifford. En realidad, no me sorprendí de que se reunieran, puesto que sucedía a menudo, pero siempre ante el señor Davis, el padre de Winter. Así que eso era el hecho novedoso, considerando que él no estaba en casa, sino que en un viaje de negocios en el extranjero.

En cualquier caso, no pude —ni quise— ahondar más en el asunto, porque apenas mis ojos dieron con el padre Clifford, me sentí desfallecer. De pie ante él, con sus ojos inquisitivos recorriendo desde mi cuerpo hasta el coche situado a mi espalda, creí que mis piernas cederían y me abandonarían en la batalla. Por segunda vez en la noche mi final parecía cercano. Y estuvo ahí, en su advertencia camuflada en palabras católicas que dieron justo en mi punto más débil: mis difuntos padres.

Para mi suerte, la mamá de mi amiga no se fijó en mí y mucho menos en mi atuendo. Estaba demasiado perdida en sus cavilaciones como para conectar con su contexto inmediato, así que saqué provecho de ello y me escabullí en la habitación de Winter sin hacer ruido. Ella esperaba bastante preocupada mi regreso, puesto que la salida me tomó más tiempo del que debería. Sin embargo, omití todos los detalles sobre el encuentro inesperado con el chico misterioso, porque se sentía demasiado personal como para ponerlo en oraciones. Además, era demasiado temprano como para desatar cualquier tipo de caos que tal encuentro podía acarrear.

Cuando volví a mi habitación, con la sudadera de Ellery colgando entre mis manos, concluí que lo correcto era devolvérsela cuanto antes, aunque antes debía lavarla. Debatí mentalmente durante un tiempo si quitármela o quedármela un tiempo más antes de dormir, pero pasado un rato, opté por dejarla a un lado, doblada en mi mesita de noche. El olor que desprendía, su esencia, causó una gran conmoción a mis fosas nasales en el tiempo previo al amanecer. Olía a menta y loción para después de afeitar. Una exquisita mezcla a la que perfectamente podría acostumbrarme. No es que quisiera hacerlo, de todas formas.

Los sábados por la mañana, usualmente, repartía mi tiempo en ir a la biblioteca a hojear libros de arte contemporáneo y visitar a mis padres. Ese sábado, por el contrario, pasé la mañana en casa ayudando en algunas tareas del hogar y luego, por la tarde, me acerqué al cementerio.

El cementerio de Knight Fall contrastaba con el aura oscura del resto de lugares del pueblo, aun en invierno. Grandes árboles cubiertos de nieve. Césped bien cuidado y mantenido pese a las bajas temperaturas. Y diversos adornos acomodados en las lapidas, los cuales brindaban un ambiente más acogedor y colorido al silencioso lugar.

Ocho años habían pasado desde el trágico accidente que acabó con la vida de mis padres, en consecuencia, conocía de memoria el camino para llegar a ellos. Podría pensarse que el tiempo hace más llevadera una perdida. Muy al contrario, a medida que pasaban los años, era cada vez más arduo para mí recordar sus rostros, sus facciones se volvían difusas y el sonido de sus risas se desvanecía. Ni siquiera un baúl lleno de fotos de mis padres le hacían justicia a los increíbles recuerdos que almacenaba junto a ellos, los cuales cada día perdían color y nitidez. Ese es el problema de los recuerdos; por más increíbles que sean, lo quieras o no, se desvanecen con el tiempo.

El secreto de Ellery | ya disponibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora