Capítulo 6: Pétalos de hielo

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Sus ojos se abrieron por completo exactamente a las seis de la mañana. No hubo aleteo aviar de pestañas ni un suave parpadeó hacia la conciencia. El despertar fue mecánico, rudo. Un alzamiento de párpados propio de un muñeco de ventrílocuo.

El sol se alzaba sobre el horizonte de robledales, revelando su plena y otoñal faz de divinidad airada. Su reflejo fulguraba en los rincones de la habitación, un largo y llameante dedo que la señalaba a través de las delicadas cortinas del dormitorio.

Lo primero que notó fue su ausencia; el lado opuesto de su cama estaba vacío, frío. Itachi debió marcharse en alguna hora de la madrugada, antes de que ella despertara, tal vez porque no deseaba enfrentarla, o quizá porque ninguno de los dos sabía como interactuar tras la discusión de la noche anterior. Era la primera vez que tenían un encontronazo así, y algo dentro de su corazón le decía que no sería el último.

Se regodeó en la cama, estirando los músculos engarrotados bajo las sabanas. Habían transcurrido unos cuantos meses desde la ultima ocasión en la que despertó sola. Estaba tan habituada a la presencia de Itachi que fue imposible para ella evitar sentirse de esa manera.

El aliento matutino caldeó en la almohada. Se sentó en la cama y apartó el cabello de los ojos. Un escalofrió recorrió toda su espina dorsal cuando la punta de sus dedos acarició el piso gélido. Consideró que aun era temprano para comenzar su día, sin embargo, la habitación estaba inundada por la luz que se filtraba por las amplias ventanas y había demasiada para volver a dormir.

Además, el día de hoy sería perfecto en todos los sentidos. Las fotos en sus redes sociales no mentirían. Qué alegría. En su vida habría mucha alegría. Era un hecho cierto y verificable. O al menos eso intentaba grabar en su mente.

Sakura se deslizó fuera del edredón de plumas y se dirigió al cuarto de baño, frotándose los ojos. Se masajeó los dedos de la mano derecha, para luego ir moviendo el anillo de bodas por un nudillo hinchado hasta hacerlo encajar en su hueco familiar.

Pese a la pelea de la noche anterior con Itachi, se sentía en paz por primera vez en semanas.

—Vaya noche— le dijo al reflejo del espejo del baño.

Se echó agua en las mejillas y sujeto su cabello por detrás, preparándose para la ajetreada mañana, dispuesta a enfrentarse a mas dificultades. Familia significaba permanecer juntos y sanar.

Alcanzó una de las toallas limpias y secó su rostro. Las marcas cerúleas bajo sus ojos y el matiz céreo de la piel le conferían un toque verdaderamente enfermizo. Aquello la hacia sentir ligeramente convulsa, como si estuviera encerrada en un coche, un día bochornoso, con una mujer mayor que usara demasiado polvo facial.

Tras unos cuantos minutos, comenzó a desnudarse. La pijama de seda cayó ante sus pies, desvelando la piel nívea del torso. Apartó la venda y la gasa ligeramente teñida de sangre, notando como el dolor mantenía su mano entumecida; el rasguño era prolongado, como una grieta en una pared vieja, los bordes rosados solo revelaban la frescura de la herida provocando que sus entrañas se removieran.

Sin más preámbulos, abrió ambas llaves de la bañera y aguardó hasta que estuviera llena.

Mientras esperaba, se pregunto a si misma ¿cómo era que llegó a saber que Itachi la amaba? Debía ser un sentimiento pasajero. Antes de que ambos se casaran todo era momentáneo, tan condensado... y sin embargo parecía no tener fin. Se quedaban tumbados en la cama, tomados de la mano, charlando. De lo posible, de lo imposible, de qué podía ser. Pensaban que tenían problemas. ¿Cómo llegaron a saber que eran felices?

Su madre llegó a señalarlo en distintas en ocasiones, pero ella se rehusaba a aceptarlo. Tenía la certeza de que Itachi era el único hombre para ella, su persona especial; cuando lo recitaba, Mebuki movía la cabeza a manera de negación y dejaba escapar un suspiro resignado.

El susurro de las cosas rotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora