Era una tarde de lunes silenciosa, tranquila. Mucha gente salía ya del trabajo, los afortunados que aún lo conservaban al menos, e iban a tomar algo a la cafetería Lotus Lair antes de regresar a casa. Antes de que llegaran el toque de queda y la lluvia.
Livia trabajaba en el mencionado establecimiento, bastante popular, pues sus padres eran los dueños. Allí todo el mundo parecía olvidar por un momento el lugar en que vivían. La tristeza y el temor se convertían en cariño y risas, que aunque durasen unos pocos minutos, les aliviaba el alma como casi ninguna otra cosa podía hacerlo.
Pero había una persona que acudía al Lotus de vez en cuando, sólo algunas tardes, y que no parecía feliz nunca. Se trataba de un chico de su edad —unos quince años—, asiático, espigado y de piel tostada. Siempre que lo veía estaba sólo, sentado en la misma mesa, con un libro o algún tipo de aparato que ella desconocía. Hasta pedía lo mismo cada vez. Un café solo con un trozo de bizcocho de limón y una bola de helado de nata. Se quedaba durante horas, comiendo tan despacio que la bebida se enfriaba y el helado se derretía.
Aquella tarde llegó a la misma hora, se sentó en el mismo sitio y esperó a que le atendieran mientras manipulaba un viejo discman.
Livia, cuya curiosidad fue creciendo con cada visita anterior, decidió que ese día ella sería la encargada de tomar su pedido. Con suerte, podría entablar conversación con él, o al menos averiguar su nombre.
Se alisó el delantal con las manos, preparó la libreta y el bolígrafo —sin saber muy bien para qué, ya que sabía de sobra lo que pediría— y fue a su encuentro, con una brillante sonrisa en el rostro.
—Buenas tardes —saludó, recibiendo un movimiento de cabeza cómo única respuesta. Se desanimó un poco, pero no se rindió—. Soy Livia, hoy te atenderé yo.
—Un café solo con un trozo de bizcocho de limón, por favor —musitó él sin apartar la vista de lo que tenía entre manos.
A la chica le costó unos segundos comprender que acababa de hacerle el pedido y, por otro lado, se dio cuenta en seguida de que había un pequeño pero notable cambio en el mismo.
—¿No tomarás helado? Sé que sueles pedirlo. N-No es que me me fije mucho, p-pero hay que conocer a los clientes y... —balbuceó nerviosa.
El asiático se llevó la mano izquierda al bolsillo de su cazadora y sacó un puñado de monedas que dejó sobre la mesa de madera.
—No tengo suficiente para el helado —explicó.
—Oh... —la difícil vida que muchos soportaban en Beldamar se había colado en local de la mano de aquel chico, recordándole que era muy afortunada de que su familia conservara la pastelería. Sacudió la cabeza y el ceño fruncido de su rostro desapareció de nuevo—. Ahora mismo te traigo todo.
Se tomó su tiempo en preparar cada receta de la forma correcta, para que todo estuviera perfecto. Luego lo colocó todo cuidadosamente en una bandeja de metal que llevó con excelente equilibrio hasta el chico, y de igual forma lo puso frente a él, sin estorbar su extraño trabajo con el aparato.
—Que aproveche —dijo, cogiendo el dinero.
Fue a marcharse de nuevo para pensar una nueva estrategia con la que conseguir entablar alguna clase de conversación, pero la confundida voz del chico la detuvo apenas después de dar un par de pasos.
—¿Has puesto helado? —Livia se volvió y sus ojos color avellana se juntaron con los oscuros de él. Parecía apenado, y molesto—. Te he dicho que no tengo suficiente dinero para pagar las tres cosas.
Un escalofrío le recorrió la espalda antes de atreverse a contestar. No esperaba que fuera a enfadarse por un buen gesto.
—Invito yo.
—No necesito tu caridad.
—No sé si te has dado cuenta, pero no te conozco lo suficiente como para compadecerme ni un poco de ti -se defendió la joven, cruzándose de brazos—. No se nada sobre ti, para ser sinceros. Así que no es caridad, sino amabilidad. Cómetelo o déjalo, tú mismo.
Desapareció por la puerta de la cocina sin dejarle tiempo para contestar, si es que pensaba hacerlo. ¿Por qué su padre era tan bueno con ese chico desagradable? Le dejaba quedarse allí durante horas, muchas veces hasta cerrar, sin decirle nada a pesar de que le quitaba sitio a otros clientes.
Decidió preguntarle, y la respuesta la sorprendió.
—No sé su nombre, pero no es mal chaval —dijo, para después explicarse un poco más—. Sus padres murieron cuando era niño, por lo que sé, y ahora vive en los suburbios haciendo piña con otros dos niños no mucho menores que él. Apenas consiguen dinero, así que para mí es un privilegio que quiera gastarlo en nuestra humilde cafetería, Livia. Es el cliente más importante que tenemos.
Esa corta charla tras el mostrador, después de servir un par de magdalenas y un capuchino para llevar, hizo que se le pasara el enfado con el desconocido.
Supuso que su reacción se debía al tipo de vida que llevaba, y a todo lo que le había pasado antes de eso. Si vivía en los suburbios, desde luego tenía que ser difícil salir adelante.Pasaron unas horas más. No le prestó demasiada atención al joven para poder centrarse en el resto de clientes que se pasaban por el Lotus, pero pudo darse cuenta de que el helado fue lo primero que desapareció de su plato.
Cuando se acercaba la hora de cierre y ella estaba inmersa en el conteo de las ganancias del día, un plato casi impoluto con la taza manchada de café encima entró en su campo de visión.
—Gracias, estaba muy bueno —escuchó la voz del chico frente a ella—. Siento haber sido desagradable contigo.
Levantó la cabeza y le sonrió. Sonreía mucho, normalmente.
—No te preocupes. Un placer haberte servido...
—Max —respondió él—.Me llamo Max.
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El café que tomaron juntos •[TERMINADA]•
Short StoryUn pequeño café en Beldamar. Una joven llamada Livia que trabaja en él. Un chico callado que merienda allí de vez en cuando. Un amor inocente. ¿Quién dará el primer paso? ━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━ AVISO: EL POEMA QUE HAY EN EL TERCER CAPÍTULO NO...