Capítulo 28.

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[La búsqueda de Makis.]

Epílogo de la primera parte.

Natalia.

La primera noche siempre es la peor, en donde te desvelas, lloras y te lamentas por no haberte dado cuenta de esas cosas que se tejían bajo tus narices, hasta que simplemente estalló como una granada, dejando heridos en cada centímetro que logró alcanzar. Eso es lo que había sido Makis en mi vida, una granada que se había detenido bajo mis pies y ahora había explotado, dejando heridos con sus metrallas y a mi casi muerta al no tenerla más.

Vi el terror en sus ojos, vi arrepentimiento y dolor en el mismo momento en que nuestros ojos se encontraron. Cuando ella tomó esa forma bestial, la impresión me atacó las palabras a la tráquea, haciéndome imposible poder pedirle que se quedara, que estuviese conmigo y que ya no quería estar sola nunca más. La vi irse y mi cuerpo cedió a la presión de encontrarme en una completa soledad, con sangre rodeando mi cuerpo, como un fiel recordatorio de que la muerte pisaba mis talones a cada paso que daba.

La segunda noche me recuperé de la impresión, y de alguna manera, esperaba que ella también se hubiese recuperado de lo que fuese que le alentó a correr de mí, pero cuando busqué su olor, solo pude detectar el ama agrio del enojo que bañaba cada una de las puntas del pueblo. Mi madre tampoco quiso hablarme, solo se limitó a servir un poco de café, dejarlo a puertas de mi habitación destrozada y refugiarse una vez más en su estudio para comenzar con la remodelación.

La tercera noche, el olor agrio persistía y aunque intenté buscar esa línea invisible que nos tiraba la una a la otra, solo pude encontrar un silencio desolador que terminó por romper cada una de las resistencias de mi propia vida. Esa noche, mi madre sonrió dulcemente al verme, pero no se acercó a mi por el extenso miedo que aún parecía hacer entrar en shock cada una de las terminaciones de su cuerpo. Papá, por otra parte, todavía se esforzaba por comprender las verdaderas razones por las que la mitad de su piso superior estaba destruido.

La cuarta noche fue la más difícil, pues esta vez, mi madre me abrazó con tal fuerza, que todos los miedos tambaleantes salieron trastabillando por mi ojos, mancillando la tranquilidad que aparentaba tener, se derribó como un castillo de naipes entre los brazos de mi progenitora. Lloré porque dije que no podía encontrar razones algunas para comprender las razones por las que Makis no estaba a mi lado, no quería contemplar las posibilidades de no volver a verla y de no saber de ella en mi vida. Mi madre me abrazó y estoicamente me prestó su hombro, viendo como su niña se terminaba por derribar pese a ser de las personas más fuertes del mundo.

La quinta noche fue cuando mi alma se rompió directamente, porque el olor de la ansiedad terminó por menguar y solo dejó un vacío que aplastó cada parte de mi ser y me dejó completamente tambaleante. Makis y yo nos habíamos salvado de la treta de Isaza, pero ella se había desecho en el intento y había terminado por quebrarse hasta el punto de la extinción total, hasta dejarme sola. Esa noche, lo único que percibí fue el olor del resto de su manada sintiéndose perdidas, como cachorros que se enfrentan completamente solos a una tormenta y supe que debía hacer algo.

Juliana, Camila, Olga. — Enfoqué todas mis energías en contactar a las chicas que estaban completamente taciturnas en ese intento desesperado por encontrar un norte. — Chicas, por favor, respóndame.

—Makis. — El alarido desgarrador llegó a aletear en el fondo de mi alma, era tal y como me sentía yo. — ¿Dónde está Makis? — Juliana era quien había respondido a mi llamada, afligida y completamente ida. — Natalia, ¿qué pasó con Makis?

—Se fue. — Dije lo que me estaba comiendo desde hace días. — Ella solo se fue y me dejó sola. — El estómago se me hizo un nudo, intentando desviar algo de la tensión que se había puesto sobre mis hombros. — Ella se fue y no me dejó pedirle perdón. Esto fue mi culpa, ella se fue por mi culpa.

Mi Luna. - (Ventino) [Makia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora