[Advertencia: Contiene lemon].
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Seto Kaiba había llegado temprano a su mansión ese día. La junta había acabado pronto, pero las huellas del estrés de las últimas semanas comenzaban a ser visibles en él. Solo deseaba llegar a su habitación y descansar.
Entró en la amplia estancia y se asomó al ventanal. A pesar de su cansancio, el sueño parecía huir de él. Se dirigió al balcón y abrió la puerta que daba a ese lugar. Fue entonces cuando la vio.
Sentada en posición fetal en un rincón de la terraza, con sus blancos cabellos cubriéndole buena parte del cuerpo y el rostro. El brillo de su cabellera fue lo que atrajo su atención. Parecía estar hecha con rayos de luna llena. Al principio, ver la misteriosa figura le ocasionó un ligero sobresalto; pero no tardó en reconocerla.
«Kisara».
Se preguntó si había logrado dormirse por fin y se encontraba en medio de un sueño. Era la única explicación coherente que se le ocurría. Aquello no podía ser real.
Sueño o realidad, Seto no pudo evitar el deseo de acercarse. Se colocó en cuclillas junto a ella y le extendió una mano. Los ojos de ella –un par de preciosos zafiros– lo observaban a través de los hilos de luz del cabello. Ella tomó la mano que le ofrecían con notoria timidez. Si era un sueño, su tacto se sentía muy real, al menos para Seto. Ambos se pusieron de pie, ella con la ayuda de él. En ese momento, se hizo evidente la total desnudez de Kisara. Una indiscreta ráfaga de viento apartó los mechones que le cubrían el rostro, mostrando el rubor que adornaba sus mejillas a causa de este hecho. Ese sonrojo era algo adorable a los ojos de Seto. Hizo amago de quitarse su gabardina blanca para cubrirla –aún no se había retirado sus ropas habituales–, pero la cercanía de Kisara lo detuvo. Sentía sed, necesitaba probar esos labios. La tomó por la barbilla con una mano, la otra le rodeó la cintura. Sus labios se encontraron con los jugosos y sonrosados de ella. Era cálido, toda ella era asombrosamente cálida. Era un verdadero deleite deslizar su mano por la piel desnuda de la cintura femenina, parecía estar tocando terciopelo. La satisfacción lo embargó al sentir que no era rechazado por ella de ningún modo. Un gemido se perdió entre los apretados confines de los labios de ambos, lo suficientemente audible como para que la sangre del joven se convirtiera en verdadero magma hirviendo, acumulándose en la parte baja de su cuerpo.
Una mano exploró con delicadeza la torneada espalda, la otra encontró su camino hasta un seno. Lo oprimió con suavidad, la sensible carne se le escurrió entre los dedos. Abandonó la dulce boca y depositó pequeños besos en las mejillas y la barbilla, apoderándose luego de la piel del cuello; territorio que marcó con la succión de los labios y la presión de los dientes.
Ella, que había permanecido completamente quieta hasta ese momento, envolvió con sus manos la cabeza del joven. Sus finos dedos se perdieron entre los cabellos castaños. Suspiros de satisfacción escapaban de su garganta.
Seto la sintió temblar cuando los deseosos labios se apoderaron del desafiante pezón. La suave succión hizo que ella se mordiera el labio inferior. La mano que jugueteaba con la espalda de la joven se paseó esta vez por la zona íntima, masajeando en círculos el pequeño botón de carne. La humedad le quemaba los dedos. Unos quedos gemidos endulzaron sus oídos.
Terminó abruptamente sus jugueteos y se alejó de ella, apreciando su expresión de desconcierto; mas esta se desvaneció cuando él la tomó en brazos y la condujo a la cama, donde depositó tan bella carga. A esas alturas, ya no tenía paciencia para despojarse de sus ropas con calma. Se quitó cada prenda que le estorbaba y las hizo a un lado. Antes de colocarse sobre ella, la observó durante un momento, como pidiéndole permiso para lo que seguía. Él nunca había pedido, ni mucho menos necesitado, la autorización de nadie para hacer lo que deseaba cuando lo deseaba. Pero esa situación era diferente; algo en él lo impelía a tratarla con la máxima delicadeza. Kisara parecía entender su conflicto interno, pues le obsequió una dulce sonrisa mientras abría los brazos hacia él.
Seto se adentró en ella, lo sintió acogedor. No dejó de acariciarlas mientras se hundía en el pequeño interior que, todo indicaba, no había sido profanado antes. Ella se aferró a él como la hiedra a un árbol y entreabrió los labios, rogando por un beso. Él se lo concedió, viéndose reflejado en esos ojos cristalinos mientras una danza carnal se suscitaba entre ambos. Si era un sueño, más le valía a su subconsciente no despertar en aquel momento. El clímax los acometió a los dos como una ola de fuego volcánica, como una tempestad en pleno apogeo. Un grito –¿o fueron dos fundidos en uno?– se liberó de los abismos de la pasión.
Tendido junto a ella, cubiertos los dos de sudor, agitados los pechos, él aún sintió la urgencia de la carne insatisfecha. Necesitaba y deseaba más de ella.
—¿Es esto un sueño? —se atrevió a preguntar al fin, con voz jadeante.
—Si tú quieres que lo sea —musitó Kisara, su voz tan melodiosa lo inundó de paz.
—Entonces, ¿no es real?
—Es tan real como tú lo desees.
«Quiero que sea real. Quiero que seas real, Kisara».
Volvió a tomarla. Una y otra vez, hasta que el sueño invencible oprimió sus párpados...
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Su azul visión estaba nublada como un día de invierno. Había algo aferrado a su brazo, otra cosa estaba pegada a su pecho. Apenas alcanzó a distinguir el rostro lloroso, pero regocijado, de Mokuba, quien se apresuró a ir a su lado.
—¡Hermano! ¡Estás despierto! —celebró el niño con los ojos llenos de lágrimas.
—¿Dónde está Kisara? —murmuró con voz tan débil, que la sintió ajena a él.
—¿Kisara? ¿Quién es Kisara?
Seto cerró los ojos pesadamente. Siempre había sido un escéptico; pero ahora que deseaba creer que una fantasía era real, esta parecía ser realmente un producto de su imaginación. Qué ironía.
Para colmo, acababa de tener un sueño erótico con una mujer que, se suponía, había muerto hacía milenios.
—Olvídalo. ¿Dónde estamos?
—En el hospital. Tuviste un accidente de tránsito de camino a casa después de la junta, ¿no lo recuerdas? —El menor frunció el ceño, su hermano lucía desorientado—. Has estado en coma durante dos meses, ¡pero siempre supe que despertarías pronto! Espera un momento, llamaré al médico.
Apenas Mokuba salió de la habitación, Seto se dedicó a meditar acerca de lo que había dicho. Ahora recordaba los hechos que su hermano le había relatado. Entonces, ¿había estado alucinando todo ese tiempo?
"Es tan real como tú lo desees".
Recordó las palabras que Kisara le había dicho en su ¿sueño? ¿Ilusión ¿Alucinación? ¿Las tres cosas juntas? En realidad, era lo que menos le importaba.
«Deseo que seas real, Kisara».
Como atraída por una fuerza superior, su mirada se desvió hacia el amplio ventanal que dominaba el lado derecho de su habitación. Y allí la vio. Cabellos blancos cubriendo su desnudez, ojos azules como joyas, sonrisa cautivadora. La estancia del hospital y todo a su alrededor se desvaneció, dejando en su lugar los elegantes aposentos del hogar de Seto. En medio del conjunto, Kisara brillaba cual lucero de primavera, embriagando todos sus sentidos. ¿Se había vuelto loco? Ya no le importaba. Su único interés era seguir deleitándose con ella y su armoniosa voz.
—Buenos días, Seto.
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Entre corazones, juegos y amores [One-shots - Yu-Gi-Oh! Duel Monsters]
Fiksi PenggemarAl jugar, es aconsejable poner el corazón en las cartas. Pero... ¿será lo mismo jugar con los corazones de las personas? El amor es un juego de dos en el que ambos ganarán la partida, ¿o la perderán? A continuación, estas parejas descubrirán cuál de...