-¿Hablan en serio? -preguntó, sin ningún decoro, a los 4 seres más poderosos del cielo."Los 4 seres más poderosos del cielo" no incluía a Dios. Claro que "Él" no lo estaba. Caleb se refería a Michael, Gabriel y Uriel. Los 4 arcángeles que estaban sentados en sus tronos frente a él dirigían el reino en ausencia de su padre (o sea, siempre). Su padre, Rafael, se veía tranquilo. El resto de los arcángeles lo miraron con el ceño fruncido.
-Hablamos en serio, hijo -dijo Rafael, con una sonrisa.
-¿Quiénes me acompañarán?
-Solo puedes llevar a dos -contestó Michael, con voz grave-. Escoge tú.
-¿A la tierra, solos 3 de nosotros? -preguntó alzando una ceja- ¿Hay alguna razón para no llevar la misma cantidad de siempre, -les sonrió con ironía- o no puedo ser parte de ese secreto?
-No queremos que nadie se entere de lo que está pasando -la voz alta de Uriel resonó en la sala- hasta que sepamos qué está pasando en realidad.
Los arcángeles no se veían muy preocupados, pero estaban más rígido de lo normal.
-¿Por qué elegirme a mi?
-Confiamos en ti tanto como en nuestros otros hijos, pero creemos que esta es una misión perfecta para ti. -respondió Gabriel-. Tú estás más familiarizado con la tierra que la mayoría de tus hermanos.
-¿Qué estoy buscando? -preguntó, cruzándose de brazos.
-No qué, sino a quién.
Le contaron todo, o al menos, la mayoría. No le dijeron por qué les preocupaba tanto un demonio llevando a cabo tratos con adolescentes. No es que Caleb pensara que no fuera algo malo, pero nuevo no era. Salió del palacio dorado y se dirigió a la parte trasera, donde se encontraban las habitaciones de los hijos de los arcángeles. No eran muchos.
Al ser hijos de arcángeles eran más poderosos que el resto de ángeles. Los cuatro hermanos decidieron que no tendrían más de tres hijos cada uno, y si alguno de sus hijos moría, siempre podrían hacer otro más.
Son sus guerreros. Caleb era uno de los más viejos; junto con Jacob, hijo de Michael, y Samuel, hijo de Gabriel. Uriel se tardó un poco más en crear a sus guerreros...o como a ellos les gusta llamarlos, "hijos".
Eran doce en total. Cada arcángel procreó tres hijos, y ninguno más, siguiendo sus reglas al pie de la letra. Quizás no eran los mejores padres, pero si hay algo que saben hacer, es seguir órdenes.
Caleb entró a su edificio. Era tan dorado como el palacio que había dejado atrás. Compuesto por trece pisos, cada hijo vivía en una suite para si solo. Contaban con tres sirvientas, aunque él nunca las llamaría así. Habían estado con él desde pequeño, y para Caleb, eran lo más cercano a una madre que tendría en su vida.
Gracias a Dios el edificio no era dorado por dentro. Su suite era toda blanca, menos su dormitorio. Pintado de un gris bastante oscuro era el único lugar donde podía descansar sus ojos. Todo lo demás era dorado o blanco.
Samuel, el ser más amable de todo el edificio -quizás de todo el cielo-, lo esperaba en el primer piso junto al elevador. Todos los doce hijos se convertían en guerreros desde que cumplían sus seis años, fuertes y duros como nadie más.
Samuel era diferente. Donde el resto caminaba con el ceño fruncido, mirando a los demás por encima del hombro, Samuel les sonreía.
Era el pegamento que los ha mantenido unidos a los doce durante cientos de años. Aunque en ocasiones hay peleas, Samuel siempre lo soluciona. Sorprendentemente, también puede ser tan serio que nunca pensarías que tiene un lado tan amable y despreocupado.
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Silver and Golden Blood
FantasíaMientras que en el cielo ángeles rebeldes atacan constantemente con el único fin de causar alboroto, Cal, Aleena y Nathaniel tienen que investigar, bajo orden de sus padres, los 4 Arcángeles, lo que los demonios están planeando en la tierra.