Ensueño

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El sol se aproximaba amenazantemente al horizonte cuando llegamos a una antigua verja. Ahí un cartel con la siguiente inscripción:

"夕園地"

Entonces, se me ocurrió una nueva manera de evadir sus poderes...

–No funcionará –sentenció con una sonrisa ganadora–. Aunque lo hicieras, sería capaz de oír el significado intencional de tus palabras. Además, yo también conozco ese idioma.

Desvié mi concentración de esos intentos inútiles por rehuir su telepatía. Algo distinto había llamado mi atención.

–Algo no termina de cuadrar en ese cartel, pero no logro detectar exactamente qué. Se supone que debería decir "Parque de Diversiones"...

–Si entiendes lo que pretende decir, qué importa si hay algo que no termina de cuadrar.

–Importa. Estoy seguro de que encierra un significado. Algún misterio detrás de las palabras.

–Ok. Suficientes enigmas por hoy –Me besó y se coló hacia el otro lado de la verja.

Lo seguí hacia el interior del parque de diversiones y por un momento me sentí como Alicia persiguiendo al Conejo Blanco.

Definitivamente, era otro mundo. Escombros cubiertos por óxido, un antiguo parque de diversiones, apenas iluminado por la luz decadente del atardecer. Fuertes ventiscas se arrastraban sobre el suelo con la férrea convicción de derribar las colosales pero ruinosas construcciones. El lugar tenía un atractivo especial: una sensación intensa de desolación. Indescriptible. Como aquella que percibiera bajo la lluvia de hojas otoñales y la suave calidez en los haces de luz de la tarde.

–Me alegra que te guste –dijo, justo detrás de mí–. Sabía que te agradaría.

Pero lo que más me agradaba era que teníamos todo aquel lugar para nosotros dos. Únicamente nosotros dos. En ese momento, no se me pasó por la cabeza lo sospechoso que resultaba todo ello. No se me ocurrió porque todo ello ya tenía un significado para mí: estaba pasando los mejores momentos de mi vida junto a él.

Vivimos. Pudieron ser años. O siglos. El tiempo no conoce nada de esto. No tiene límites, solo recuerdos. Recuerdos eternizados en el girar de un carrusel congelado. El tiempo se detuvo esa tarde. Se detuvo en nosotros. Y tuvimos nuestro tiempo... por cuánto este duró...

Y cuando llegó la hora, ambos giramos hacia el horizonte para ver como el sol, que había iluminado nuestros momentos juntos, se sumergía en el agua, arrastrando nuestros recuerdos hacia las profundidades del mar.

Quizás solo fue impresión mía, pero sentí como si sus poderes comenzaran a desvanecerse (y lo hacían, a medida que se acercaba el final). Pensaba en ello, tratando de hacer el menor ruido con mis pensamientos. No parecía necesario, pues él se encontraba sumido en los suyos. Miraba el sol por última vez, descendiendo hacia el final del ocaso...

–¡El sol! ¡El tiempo! Esa era la respuesta –pensé, gritando cada palabra de modo que hubiese podido oírse por todo el lugar. Pero el sol se había ido y él no hubiese sido capaz de oír ni el pensamiento más estridente.

El sol se había ido. Pero su luz aún brillaba al otro extremo del cielo. No por mucho. Pues mientras la luz del atardecer se extinguía bajo el horizonte y la oscuridad se apoderaba de nuestro alrededor, una nueva luz surgía del lado opuesto del firmamento.

–Estaré contigo... por siempre –susurró antes de retroceder y desaparecer entre las sombras.

Y pude ver su rostro por última vez. No había en él brillo, ni el menor atisbo de su típica sonrisa. Era un rostro apagado, sombrío, un alma atravesada por la nostalgia de aquel que solo le queda el pasado.

–Confía en mí –sonó el eco de sus palabras.

Permanecí quieto, sin saber qué hacer. ¿Debía esperar su regreso? Pero nadie contestaría esta vez. Podía esperar a que el sol volviera a iluminar el cielo, pero... ¿regresaría conmigo entonces?

–Confía en mí –me recordó de nuevo. Recordé la última vez que sentí la soledad. Esta vez no era un sueño. ¿Lo volvería a ver alguna vez?

–Confía en mí.

Su voz era tan vivida. Demasiado real para ser simplemente un eco en mi memoria. Era él. Su voz. Realmente su voz. Pensando verbalmente. ¡Podía oír sus pensamientos!

Corrí tras él siguiendo el rastro de sus pensamientos. Él siguió alejándose, pero no podía huir para siempre. Lo sabía él. Lo entendía a medida que me aproximaba cada vez más.

No era solo que me encontraba cada vez más cerca de él, sino que la luz de la luna era cada vez más intensa. Su poder incrementaba a medida que la oscuridad se afirmaba como gobernante absoluto de la noche. Encontró un lugar en el que pudo ocultarse del brillo de la luna, pero ya no necesitaba oír sus pensamientos. Estaba lo suficientemente cerca como para descubrir su escondite en cuanto se decidiera a dejarlo. Mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la falta de luz. Su angustia se expandía con cada paso que daba hacia él.

–Confía en mí –rogó, apelando a mi lado débil, y aprovechó aquellos segundos de vacilación para escapar hacia el laberinto de espejos, a salvo del hechizo revelador de la luna.

Al otro lado del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora