Capítulo Único

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Me encuentro absorta en mis textos, todos los días, o más bien noches, desde hace ya algún tiempo

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Me encuentro absorta en mis textos, todos los días, o más bien noches, desde hace ya algún tiempo. Memorizo los pasajes, cada uno de ellos. Del millar de libros que he encontrado en ésta torre abandonada, ya he completado casi la mitad, me ha consumido eones terminar cada uno, sin embargo, el tiempo no es una preocupación para mi.

A medida que pasa el tiempo, algunos libros desaparecen para siempre, y otros nuevos los remplazan, es por eso que he de memorizarlos todos. 

Unos pocos han escapado a mis ojos, y han desaparecido de la memoria de cualquier hombre, es una pérdida lamentable, sin embargo, es también el aliciente que me motiva a seguir con éste deber, la tarea intrasmisible que se me ha encomendado.

El tiempo aquí transcurre de modo extraño, las horas parecen minutos, y los segundos parecen siglos, desde que llegué solo he salido una vez, y fue suficiente como para decidir no volver a irme jamás, jamás hasta que alguien más herede mi deber, entonces me entregaré a la muerte, que me espera ansiosamente fuera de ésta torre alejada de las leyes del tiempo.

El libro de los tiempos abarca ahora una sala entera, lo ojeo de vez en cuando, para estar al tanto de lo que sucede en el mundo, ese libro no desaparecerá jamás, pues el tiempo no se detiene, al menos no en el mundo fuera de aquí.

Héroes nacen y muere, guerras comienzan y terminan, el hombre se acerca y se aleja de su aniquilación incontablemente, todo es cíclico, todo se repite, o casi todo más bien, pues los dioses siguen ahí, observando, esperando su oportunidad de someter a la humanidad. Incluso Amnabakael sigue ahí, decapitado, débil, pero latente, esperando a levantarse de nuevo.Hay días que agradezco estar aquí, lejos del dolor de la vida del hombre. Otros días lamento haber puesto un pie en ésta torre maldita, ya deben ser siglos los que han pasado, sin embargo, aún mi cuerpo es tan joven como cuando entré por primera vez.

Nuevos libros ya han aparecido, y algunos pocos se han ido, por suerte ya los he memorizado, no hay pérdida alguna. Veo los títulos, son en su mayoría de las lejanas tierras del hombre sin dios, ya de éstas tierras llegan pocos tomos, tras las mil maldiciones de Amnabakael, no me sorprende. 

El viejo manuscrito de las reliquias oníricas tiene nuevas páginas, éste libro siempre me ha causado un temor inhumano, las reliquias en manos de la humanidad pueden resultar maravillosas, o desastrosas. Tres nuevos capítulos se le han añadido, dos de ellos hablan de las tierras del hombre, y otro habla de Garumm. El hombre hoy se ha convertido en dios, el dios del infortunio, la locura y la muerte.

Arrojé el libro de nuevo a su estante, ya estoy harta de las atrocidades del hombre. Una mariposa se abre paso por la polvorienta habitación, un cambio se avecina, las monarcas carmesí son augurios de cambios drásticos, para bien o para mal. Más para mal que para bien, me imagino.

Ella se posa sobre mi silla, y le extiendo la mano. Vuela con gracia frente a mi hasta pararse en mi mano, sus alas rojo sangre delatan el precio de su clarividencia. Una vez posada en mi mano, declaro el pacto, y mi sangre se eleva desde mis dedos hasta el órgano succionador de la criatura, que lo sorbe tranquilamente. Cuando mi rostro palidece por la pérdida de sangre, entonces la monarca frota sus alas carmesíes, dejando algo de polvo dorado en mi mano.

Cuando la mariposa se marcha, coloco el polvo en mi pipa, tomo un fósforo y lo enciendo. Su sabor es dulce como la miel, pero su aroma quemándose es putrefacto. Cierro los ojos, y en la negrura de mis párpados comienzan a verse relámpagos, nubes negras, unos ojos blancos como el marfil, fuego, guerra, peste. Todo pasa muy rápido frente a mis ojos, sin embargo, mi entrenada mente no pierde detalle de nada.

Abro los ojos con dificultad, mi vista está borrosa, me siento mareada, camino torpemente hacia el espejo, veo mis pupilas dilatadas, mis ojos verdes inyectados en sangre, lavé mi cara y me recompuse un poco. El don de las monarcas carmesí es grandioso, sin embargo, su precio es alto, si no me encontrara en ésta torre no podría costearlo.

Peiné mi cabello, está tan rubio como en el momento en que llegué, cuando estuve satisfecha con su aspecto busqué entre los cajones. Encontré la tiara que hacía tantos milenios no usaba, o tal vez fueran solo segundos, era ya difícil saberlo.

Cuando me puse la tiara pensé melancólicamente en mi amada ciudad capital, pero recordé; Lilittzè ha caído, Radamagno ha muerto, no hay nada que pueda hacer por ello.

Ya casi del todo recuperada, me dirijo al balcón, fuera el tiempo pasa de modo diferente, pero el paisaje desde dentro se ve siempre igual, noche blanca de estrellas negras, el lago, y las montañas. 

Soles gemelos se hunden en el lago, ambos soles no son visibles fuera de la torre, al igual que el lago, es como si ésta torre abriera la puerta a otro lugar, otro mundo. Hacía segundos o siglos, ya había hecho un mapa de las estrellas, memoricé cada estrella, cada constelación. 

Un pensamiento desoló mi mente, un pasaje del libro de las reliquias resonó en mi cabeza, y al ver los soles gemelos a medio hundirse en el lago de aguas negras, no pude evitar verlos como ojos carmesí viendo hacia mí.

Mi corazón se acelera, y marcho con prisa a releer los nuevos pasajes del libro de las reliquias, una escena se hace presente en mi memoria, un retrato sombrío de mi misma me seduce con su mirada. Paseo la mirada por las nuevas páginas del libro, mientras un sudor frío recorre mi espalda, me siento nerviosa y excitada. Y llego finalmente a la escena deseada, o indeseada, mejor dicho. Y el nombre del maldito resuena en mi cabeza. «Krieg, maldito seas Krieg.»

Ese nombre maldito venido de las tierras del hombre resuena como un eco en mi cabeza, y sin desearlo lo digo en voz alta. Un relámpago quebró la noche, y cuando volteé pude ver una figura amarillenta tras de mi.

- No a mi.- Pensé, pero las palabras salieron por sí mismas de mi boca. 

Reconocí la criatura de vestiduras amarillas al instante, el dios siervo de la carne, estaba paralizada, no podía pensar con claridad, y mis piernas temblaban.

- ¡No a mi!- Grité esta vez.

Amnabarsonimet dejó salir una repugnante sonrisa, y antes de poder notarlo sentí el fuerte impacto de sus garras en mi pecho, y en instantes sentí mi peso caer al vacío. Grité insultos y maldiciones cuanto pude, no podía creer lo que estaba pasando. Tras eones de custodiar la torre y el conocimiento, un dios inmundo acabaría con mi vida, y más aún, por culpa de un hombre necio.

Antes de poder seguir escupiendo mi bilis sobre el nombre de los malditos, sentí el impacto contra el suelo. Mi cuerpo no reaccionaba, no sentía dolor alguno, pero noté como si todo mi ser estuviese en una posición extraña, poco natural.

Tuve tiempo de ver cómo la sangre manchaba el piso, y mi hermosa tiara atraía todo el líquido vital a su interior. Era un fenómeno extraño, hubiese querido observarlo un poco más, pero mi vista se centró en otra cosa, al menos unos diez seres con trajes amarillos estaban parados frente a mi. Algunos sonreían, mientras otros tenían espasmos.

Quise dedicarle algunos insultos a los malditos Amnabarsonimet que fueron artífices de mi sufrimiento, pero llamó mi atención algo más. Arriba, en el balcón de la torre, noté una figura que miraba hacia abajo, un hombre. Maldito seas Krieg, maldito seas para siempre.

La Torre del Fin del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora