Cap 1

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Los dos hombres salieron de la estación empujando un objeto cubierto, montado sobre ruedas. Lo llevaron a lo largo de la plataforma hasta alcanzar uno de los vagones centrales, y allí lo subieron, gruñendo, con los cuerpos empapados de sudor. Una de las ruedas cayó, rebotando sobre los escalones metálicos. La recogió un hombre que venía detrás, para entregársela al que llevaba un traje pardo arrugado.
—Gracias — dijo el hombre del traje pardo, guardando la rueda en el bolsillo lateral de la chaqueta.
Ya en el coche, ambos empujaron al objeto cubierto por el pasillo. La falta de una rueda lo hacía inclinarse hacia un lado; el hombre del traje pardo, cuyo nombre era Kelly, se veía forzado a sostenerlo con el hombro para evitar que tumbara. Respiraba jadeando, y de vez en cuando sacaba la lengua para lamer las pequeñas gotitas de sudor que se le formaban sobre el labio superior. Al llegar al medio, el que llevaba un traje azul arrugado volteó hacia atrás uno de los respaldos, de modo que quedaran cuatro asientos enfrentados. Después empujaron el objeto hasta colocarlo entre los asientos; Kelly metió la mano por una abertura de la funda y tanteó hasta encontrar cierto botón. El objeto se sentó pesadamente junto a la ventana.
— ¡Oh, Dios!, Oye cómo chirría — dijo Kelly.
Pole, el otro hombre, se encogió de hombros y se sentó.
— ¿Qué esperabas? — preguntó, suspirando.
Kelly se estaba quitando la chaqueta. La dejó caer en el asiento de enfrente y se sentó junto al objeto cubierto.
—Bueno, le vamos a comprar algunas cosas en cuanto cobremos — dijo, preocupado.
—Si las conseguimos — dijo Pole.
Este era muy delgado. Se recostó contra el asiento caliente, mientras Kelly se enjugaba las mejillas sudorosas.
—¿Por qué? — preguntó, pasándose el pañuelo húmedo bajo el cuello de la camisa.
—Porque no fabrican más — respondió Pole, con la falsa paciencia de quien ha repetido lo mismo demasiadas veces.
—Es una locura —protestó Kelly.
Se quitó el sombrero para secarse la pequeña calva, circundada por pelo de color herrumbre, agregando:
—Todavía hay muchos B-7 en funcionamiento.
—No tantos — observó Pole, apoyando un pie sobre el objeto cubierto.
— ¡No! — exclamó Kelly.
Pole dejó caer el pie, con una suave maldición. Kelly pasó el pañuelo por el forro de su sombrero. Iba a ponérselo otra vez, pero cambió de idea y lo dejó caer encima de su chaqueta.

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