She, the sweet fem.

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La brisa soplando era algo que nos hacía sentir calidez ¿No tiene sentido del todo? Quizás por eso destacaría esa sensación de todas las que sentí. La suavidad de su cabello y el brillo de su sonrisa causados por esa brisa que parecían hacer que se revitalizara. Sentía que mis ojos podían cobrar nuevas funciones cuando observaba sus detalles, como una cámara que enfocaba y desenfocaba.

Casi nunca tenía una cámara a la mano. Lo que es raro para una amante de la fotografía. Y para dos aún más.

Recordaba vídeos musicales y películas en las escenas felices. Creo que todos hacemos eso en algún momento de pura plenitud. Como si los colores de la vida empezarán a verse más claros, más pasteles o de alguna forma aún más bonitos. Dignos de presentar al mundo como arte. Algunos salen de ese lugar previo; oscuro, blanco y negro o quizás de simple monotonía.

La nitidez de mi vida, no era tan escasa antes de que llegara. Ya me sentía viva y no solo por cumplir el requisito de respirar. No sentí esa sensación de empezar a tener una vida. Simple, era una nueva compañía. Tampoco había sido un amor que llegó fácil y ligero a hospedarse junto a mi pecho, a sacudir y llenar de gozo mi vida.

Si fue una conexión mágica, desde el primer momento todo se sintió adecuado.

¿Esa es la parte que todos esperan?

La primera mirada, de amor o amistad, indiferencia, confusión, emoción, miedo, como una serendipia.

Si tuviera que buscar una palabra creo que por mi parte sería admiración. Su rostro había llamado mi atención, como las moscas yendo a la luz. Quizás ellas, como yo, sienten que hay algo mágico. Pero en ese momento no fue como el flechazo. Quizás me quiero engañar, pero no lo siento de esa manera. Recordaba perfecta y tan bella la sensación de ese momento.

Ella estaba pintando, se negaba a que viese su pintura de todas las maneras posibles. En un momento me tenía en amenaza con cosquillas. Las odiaba. Todo escalofrío que no fuera causado por gotas de agua prefería evitarlo de cualquier manera. Pero debajo de mi piel ese día sentía que no podría retener más escalofríos. Había estado todo el día con una emoción sobre humana.

—Voy a tener que llevarte al doctor —dijo mi abuela con una mueca de desagrado como si le estuvieran haciendo un chiste de mal gusto. Observó mis prendas, lo cual me hizo actuar como por reflejo. El vestidito divino de manga larga gris que tenía puesto estaba, casi entero, mojado desde debajo de los brazos hasta debajo de los pechos —Arabela estamos a treinta grados y la estufa encendida, al pedo como teta de monja, ve a darte un baño, va va va y déjame que te lavo eso.

Aún en ese momento no lo sentía, era ridículo, pensaba que tenía fiebre y odiaba el haber arruinado el vestido con el que iba a ver a Cinnia.

Ella lucía siempre impecable. Yo era de usar pantalones, blusas lindas y una que otra vez polleras. Ella era como una princesa, siempre usaba vestidos. Se sentía cómoda, decía que amaba sentir frío y el vientito corriendo por las piernas. Ese día tenía un solero de manga corta, pegado al cuerpo color blanco. Tenía algo que mi abuela llamaba "en agua" conceptos que ni me interesaba en investigar. Era como una pollera transparente que parecía levantar el vestido y dar una capa más para que no se vea nada.

—¿Te gusta?

Cinnia me mostraba por fin una pintura al óleo de una chica de espaldas. Tenía el cabello atado en un moño y parecía a la espera de algo. Era un cuadro romántico. Bellísimo.

—Por supuesto.

Ella se acercó suavemente mientras observaba el cuadro. Estaba descalza, sus pies parecían acariciar el pasto. La brisa. Siempre su pelo volaba con ella y dejaba su flequillo de cortina rizado como un revuelo, a veces, estorbando su visión. Ella tenía una gracia impecable para manejar su cabello como quisiera cuando el viento no se interponía.

Sweet FemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora