27. Los solitarios

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Los dos permanecieron callados ante la llegada del desconocido, cuyo cartel lo identificaba como Hipnos. Catherine, recordando las palabras de June, se adelantó un pequeño paso hacia él colocándose por delante de Lucien.

—Pensé que el dueño le había dejado claras las cosas, señor.

Darrell esbozó una pequeña sonrisa complacido por el trato formal de la chica. A su mente acudió una imagen mental bastante excitante en la que ella permanecía atada en su cama. Al contrario de lo que solía suceder con Lisa, no le importaría dejar a la pelirroja con el sentido de la vista intacto durante toda la sesión. La mirada desafiante que se escondía bajo el antifaz le daba a entender algo que ya era evidente para él desde que Gabrielle le habló de ella: sería una estupenda sumisa. Qué pena no tener tan fácil acceso a ella como le habría gustado.

—No quiero incomodarla, Orquídea —aclaró él—. De todas formas solo estaba ejerciendo mi derecho como socio del club.

Catherine miró a Lucien y este le devolvió la mirada como si les costara entender a lo que se refería. Mientras tanto, Darrell observó al otro hombre y reconoció los ojos que empezaron a escrutarlo con total descaro. De no ser porque estaba seguro de lo contrario, habría jurado que se trataba de June Sanders.

—Si me disculpan... —se despidió, dejando a los dos a solas.

Cuando lo perdieron de vista, Catherine y Lucien volvieron a hablar, no sin antes lanzar un sonoro suspiro.

—Por un momento pensé que me obligaría a algo. ¿Estoy exagerando?

Él no dijo nada y se limitó a salvar la distancia entre ellos para abrazarla con un brazo. Dio un beso en la sien de la pelirroja y se separó al siguiente instante.

—No, no exageras. Hay algo en él que no me agrada en absoluto.

Catherine lo miró y quedó prendada de aquellos rasgos que acentuaban su misterio con la luz rojiza del pasillo. En un acto impulsivo, acercó la mano a su mentón para acariciarlo, subiendo poco a poco hasta la mejilla. Lucien clavó la vista en ella, sorprendido por la iniciativa.

Como pasó antes, el sonido de la música penetró en el pasillo y ambos se separaron.

—¿Volvemos ya? —preguntó él con una sonrisa.

—Será lo mejor.


···


Atravesar la puerta solo había sido una excusa, pero al ver que seguía acompañada prefirió seguir avanzando y no retroceder, pues eso le habría delatado. Por eso oteaba el lugar en busca de algún entretenimiento a falta de poder acercarse más a Orquídea. Se pasó la mano por el cabello entrecano y se acercó a la barra para pedir otra bebida. No vio a su esposa merodeando por el lugar, lo que le hizo pensar que estaría con alguno de los chicos jóvenes que solía buscarse. Hacía tiempo que no tenía uno fijo en su vida, cosa contraria a lo que le sucedía a él con sus otras parejas. Estaba Lisa y, con un poco de suerte, pronto Catherine también formaría parte de su vida. Era lo que más deseaba en el mundo y apenas la conocía, pero por todas las maravillas que le había contado Gabrielle no dudaba de que sería una buena candidata.

—¿Tú también estás solo?

Darrell se giró hacia la voz femenina con una sonrisa.

—¿Tanto se nota?

—Te he visto echar un vistazo alrededor varias veces y supuse que o era eso o te habían dejado plantado. Sigo creyendo que no es lo segundo.

El hombre se fijó en el pequeño cartel situado en la zona derecha del pecho de la morena. Esta hizo lo mismo y se adelantó para volver a hablar.

—Un placer, Hipnos. —Extendió el brazo con la intención de darle la mano.

—El placer es mío, Belladona. —La agarró y acercó para darle dos besos.

Todo lo contrario a la intención inicial de Alexa.

—Por si te lo preguntas, vine acompañada de mi novio para darle apoyo moral y solo estoy esperándole para irnos.

—¿Permites que tenga sexo con otras mujeres? O no puedes darle lo que él necesita o tenéis una relación abierta... —comentó él con una sonrisa.

Estaba tanteando.

—Más bien lo segundo —aclaró la chica.

—Entonces es un chico afortunado.

Darrell se llevó la copa a los labios para beber un sorbo y después volvió a soltarla bajo la atenta mirada curiosa de Alexa.

—¿Qué tomas? —quiso saber.

—La especialidad de la casa, alguien me la recomendó y ahora entiendo por qué...

—Entonces otra especialidad de la casa para mí —pidió ella al camarero.

Mientras lo preparaba, volvió a poner su atención en el hombre. Algo había en él que le resultaba atractivo, seductor e incluso elegante. Cuando la bebida estuvo lista, cogió la copa y bebió un poco para corroborar lo dicho por el desconocido.

—Está riquísimo —dijo tras relamerse.

El hombre observó el gesto divertido. No supo si estaba intentando seducirle o si, por el contrario, era algo innato en ella. Fuera lo que fuese le caía bien aquella chica.

—¿No tienes interés en tener algo con alguna de las mujeres que hay aquí? —Desvió la mirada unos segundos y luego volvió a verle—. Algunas no dejan de mirarte, creo que les van los maduritos.

Soltó una risita que él secundó.

—¿Y a ti no te van los maduritos? —indagó, más por curiosidad que por otra cosa.

—Si te soy sincera... —Hizo una pausa para darle más misterio al asunto—. No niego que seas atractivo, pero tengo un problema con los hombres excesivamente mayores...

—¿Cuántos años crees que tengo? —inquirió.

Sin embargo, no estaba enfadado por el comentario.

—Entre cuarenta y cincuenta.

Darrell terminó su bebida antes de confirmar su edad.

—Tengo cuarenta y nueve.

La chica imitó el gesto de él con el cóctel, pero al soltar la copa no habló. Se mantuvo en silencio mientras lo escrutaba con curiosidad.

—¿Y puedo saber qué problema tienes con los hombres excesivamente mayores? —Hizo hincapié en la penúltima palabra.

—Me recuerdan a mi padre.

Y ahí zanjó el tema antes de marcharse y dejarlo solo, de nuevo.


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La Fruta Prohibida: El club nocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora