30. Las indagaciones de Apolo

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De vuelta en el bar, Apolo observaba con atención a quien le estaba sirviendo una de las especialidades de la casa. Trébol preparó el cóctel con una maestría que lo sorprendió y en cuanto tuvo delante la copa con una pequeña sombrilla de color rojo, la probó para darle su visto bueno.

—¿Te has dedicado antes a esto? —le preguntó, interesado.

El hombre, complacido, sonrió ante la pregunta del cliente.

—Tengo algo de experiencia, sí, aunque no es algo que me corresponda del todo aquí —explicó.

—¿Por qué lo haces, entonces?

—Me gusta y, además, te lo debía por lo de antes. —Bajó la mirada hacia la superficie de la barra y sacó el trapo que había debajo para limpiar alguna mancha que vio.

El gesto no pasó desapercibido para Apolo, que le miró con una pequeña sonrisa. Durante esas semanas había ido al club solo para verle, aunque en la mayoría de las ocasiones no tuvo la oportunidad de coincidir con él. Algo había en ese encargado que le causaba curiosidad y lo animaba a querer saber más de lo que guardaba dentro, pero ese no era el lugar idóneo para hacer sus indagaciones. Miró a un lado y a otro y vio que apenas los rodeaba gente porque la mayoría estaban sentados en las mesas de la zona opuesta o habían atravesado la puerta roja en busca de otro tipo de diversión.

—¿No te interesa ir más allá? —preguntó Gerard.

Y aquella pregunta no se la esperó en absoluto. Quizá incluso había escuchado mal.

—¿A qué te refieres?

—A que si no quieres probar lo que hay en la otra parte del club —especificó.

Suspiró y bebió otro trago antes de responderle.

—Soy socio del club casi desde el principio, el dueño es el hermano de un amigo mío, y ya he estado varias veces tras la puerta roja. Últimamente me parece mucho más interesante esta zona.

Clavó su mirada en Gerard mientras movía un poco la copa en el aire.

—Si yo fuera cliente del club no sabría decirte qué zona me gustaría más. —Encogió los hombros y después apoyó los brazos sobre la barra, inclinando su cuerpo en el proceso. Los dos quedaron cara a cara y eso provocó en Charles un incendio que arrasó con todo en su interior. Sin embargo, le sostuvo la mirada mientras Gerard volvía a hablar—. Como encargado sé todo lo que se esconde tras la puerta roja y lo he visto todo con las luces tenues y con las blancas, pero creo que como cliente lo disfrutaría de otra forma. O tal vez me pasaría como tú y preferiría estar aquí, viendo cada vez a gente nueva que elige quedarse o no volver. Es interesante ver ojos nuevos que pueden llamarte la atención sin saber si esa persona es atractiva o no.

—Desde que trabajas aquí, ¿te has interesado por alguien? —curioseó, inmerso en la conversación que mantenía con el encargado.

Gerard sonrió.

—Aunque quisiera, no podría. ¿Cómo llevaría que conociera mi identidad? ¿Y si las cosas acaban mal? Estaría en problemas, supongo.

—¿Y si en lugar de eso las cosas fueran bien? ¿No te gustaría?

Tras hacerle la pregunta, bebió el resto de lo que contenía la copa y después volvió a contemplarlo en silencio.

—La verdad es que no me lo había planteado hasta ahora —contestó, pensativo—. Quizá sí, quizá no. Todo depende de cómo fluyeran las cosas.

«Podría pasarme horas escuchándole hablar que no me aburriría», sonrió ante tal pensamiento y bajó la cabeza para observar la copa que aún seguía sujetando. El hombre que tenía delante se dio cuenta del gesto y se irguió enseguida, como un resorte.

La Fruta Prohibida: El club nocturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora