Capítulo Ochenta y Siete

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"Él"

— ¿Te gustan las moras azules, amor? —le hablo al bebé mientras me como un trozo de esa deliciosa fruta. Antes de embarazarme no les encontraba nada de especial, pero ahora no puedo dejar de comerlas. Mi dieta ha cambiado mucho al estar en cinta, he pasado a comer cosas que jamás me imaginaría hasta dejar algunas otras. La fresa es una de las cosas que más me ha dolido dejar, no puedo ni siquiera darles un mordisco porque me revuelve el estómago horrible — Vas a hacer que mami engorde demasiado si sigues dejando que coma estos panqueques, y no quiero que tu tía Laila me obligue a hacer diez horas de gimnasio.

Compartir estos momentos tan íntimos con mi bebé son tan preciados para mí, sobre todo porque ya no falta mucho para que por fin tenga a mi rayo de luz conmigo. Estoy en el séptimo mes, y para este punto ya estoy demasiado aterrada. Los primeros meses siempre son felicidad e ilusión por la noticia, pero entre más te vas acercando a la fecha te das cuenta de que tienes que parir. Que un ser humano va a... salir de ti.

Y me va a doler como el infierno.

Paulette ha intentado calmarme, diciendo que no todos los partos duelen igual, y que unos lo son más que otros, dependiendo del cuerpo de la madre. Tengo diecinueve años y antes del bebé pesaba sesenta kilos. Es obvio que va a partirme en dos.

—Por favor no me hagas tanto daño —hablo mientras acaricio mi vientre abultado. Me desperté gracias a las patadas de este bebé juguetón, pero hasta ahora se ha mantenido en paz, lo cual agradezco porque por más que me guste sentirlo, sus patadas son dolorosas —. Haré todo lo posible para traerte al mundo con bien. Sé que hay veces en las que me dejo caer y siento que no podré seguir, pero cada que el mundo se me viene encima, solo tengo que mirar hacia este pequeño bultito que eres para tomar las fuerzas que necesito. Siempre irás primero que nada, ¿Me escuchas? Así tenga que dar mi vida para que tú veas la luz del mundo.

Llevo la mano a mi rostro para limpiarme el rastro de la lágrima traicionera que se ha escapado. A lo largo de estos meses he llegado a pensar mucho, desde que Massimo no está, me he enfrenté a la realidad de que la muerte llega en cualquier momento —lo cual he comprobado más de una vez —, y por eso mismo he buscado diferentes vías para que si algo llega a pasarme, mi bebé esté sano y salvo. Cai es la primera opción de todas, tuve que hacerla jurar que, si algo llegaba a sucederme en la Organización como en el parto, ella se haría cargo de mi bebé y lo criaría como suyo, al lado de Ethan, quién al principio estuvo renuente a mi plan, lo cual me desconcertó por completo. Me imaginé que, al no estar Massimo, daría lo que fuera por cumplir el que fuera uno de sus últimos deseos, o al menos eso quiero creer.

Por más que me gustaría asegurar de que el bebé estará a salvo con sus tíos, sé que no puedo dejar cabos sueltos, por lo que Laila y Vera son mi segunda opción. Tal vez si se lo llevan a Francia puedan alejarlo de toda esta mierda de vida, si es que es lo demasiado fuerte como para llegar a esa situación.

Me gustaría decir que Paulette y Carlo son mi última puerta de escape, pero esa no es la verdad. No quiero decir que ellos tienen las horas, contadas, pero tampoco quiero apostar contra el tiempo. Sé que en algún momento ellos llegarán a faltar y no quiero que mi hijo o hija se vea en una pérdida inmensa tan pronto. Por eso Amelie es mi último recurso y puede que el más efectivo. Le he creado un fondo bastante grande y una casa en un país desconocido de los que puede hacer uso en el caso de que yo no esté, para que se lleve a mi bebé y lo críe en un lugar donde nadie conozca el apellido D'Amico.

Puede que me haya vuelto un poco paranoica, pero la verdad es que ya no quiero dejar nada más a la expectativa. No quiero más fallos, ni presenciar más muertes. Solo quiero paz y tranquilidad por una vez en la vida.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora