CAPÍTULO 31

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Negación


Antes de ser consciente vi imágenes que desaparecían para dar pasos a otras, y de nuevo volvían. Iguales pero diferentes. En un bucle infinito.

Más allá, fuera de mí, voces conocidas que no entendí lo que decían.

Creí una eternidad hasta que mis ojos que bailaban, al abrirse y cerrarse por la pesadez, cooperaron con mi cuerpo que despertaba, liviano e incómodo.

Tosí por el dolor que me producía la sequedad en la garganta. No hacía falta preguntar dónde estaba, ya que el techo gris no era ninguno de la casa, y la molesta vía de suero en mi mano izquierda que tomaba Luz me indicaba que era un podrido hospital.

Me removí porque mi culo se sentía acalambrado. Me llevé la mano en una costilla donde sentí un leve ardor. En la cabeza, un lado de la cara y los oídos, habían molestias.

Lo segundo que sentí fue un agarre bien sujeto en mi mano. Y vi también los ojos llorosos de mi hermana que me miraban con una mezcla de súplica y expectación. Su chaqueta deportiva tapaba mi campo visual.

Pedí agua y cuando tragué dolió. Su pregunta de si me dolía algo me hizo dar cuenta que desprendía miedo y preocupación.

Recordé todo.

Me eché a llorar en silencio incapaz de poder mirarla. Tomó mis manos y luego me abrazó. El llanto me hizo quedarme dormida.

***

Volví a despertarme y me dolía todo donde antes había incomodidad.

Lucas, mamá y papá se abalanzaron encima de mí con preguntas y agradecimiento a Dios. Mamá los quitó de mí para que me llegara aire. Luego llegó la médica a hacer su chequeo.

A lo minutos que salió, papá abrió la puerta cuando tocaron. El oficial Mendoza y Hamilton pidieron interrogarme. Alonzo les dijo que primero hablaría conmigo y cerró con una disculpa la puerta en sus caras.

—No los quiero aquí. No quiero hablar con nadie —supliqué con voz llena de miedo.

—Cloy... pasaron muchas cosas. Son graves —comenzó mamá con sutileza.

—No quiero. No quiero escucharlas. No quiero saber si alguien murió. No, no, no. —Me tapé los oídos que tenían gasas dentro.

—La policía quiere interrogarte. Cariño, debes de ser fuerte —me decía papá acercándose.

—NO. No. No. No quiero.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Comencé a gritar pidiendo que no me dijeran nada. Mi cuerpo estaba en descontrol. Mi mente un caos explosivo. De pronto estaba volteada completamente boca abajo no queriendo ver a nadie y tapándome los oídos sollozando.

Alguien mandó a salir a mi familia. Al menos dos enfermeros, una enfermera y dos doctores, hombre y mujer. No puse resistencia porque la inyección que me pusieron en la nalga me hizo relajar que a los pocos minutos mis ojos se cerraron.

***

El dolor de cabeza aumentaba cada vez que parpadeaba, mis pensamientos se iban a que debían levantarme y activar mi cuerpo, pero un impedimento no me hacía despertarme del todo.

Al ganarme las ganas me encontré con pares de ojos, pertenecientes a mi doctora de emergencias, un enfermero y una psiquiatra y psicóloga. Yo no los escuché, les pedí que se fueran.

Descaradamente Problemática ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora