Capítulo 1

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"Escandalosamente lenta y corrupta", así describe a la Corte Suprema de Justicia un lapidario informe de la embajada de la EEUU en Paraguay que fue divulgada por Wikileaks.

Diario de tirada nacional, de abril 2012.

El telo en el que se encontraba en ese momento derribó el último vestigio de romanticismo que quedaba dentro de Martina.

Se asombraba de su credulidad y estupidez al tiempo que se decía a sí misma que ya no podía desdecirse y retractarse a esas alturas. Se limitó a aceptar los besos en el cuello que recibía del hombre ubicado a sus espaldas mientras ella seguía con la mirada las grietas que empezaban en las paredes llegando al techo que tenían una ligera capa verdosa que gritaban la antigüedad y descuido del edificio. Esa pieza no debía costar ni siquiera diez mil guaraníes la hora. Martina, si bien había pecado de ingenuidad al imaginar otros escenarios para la cita de esa noche, no se engañaba con respecto a su aspecto físico y al tipo de atracción o sentimientos que podía inspirar y si bien estaba lejos de ser una beldad, creía merecer por lo menos un telo de treinta y cinco mil la hora.

El portazo de un auto y el doble pitido de una alarma al activarse en la pieza contigua la despertaron de sus cavilaciones y la hicieron ser consciente de su situación actual. Un par de manos en las caderas la hicieron girar para enfrentarse al hombre con el que tendría sexo. Se llamaba Julio y era un policía recién salido de la academia y, como todos los de primer año de servicio, se dedicaba a custodiar pequeños negocios que pagaban un aporte a la comisaría de la jurisdicción para evitar ser víctimas de asaltos en los locales que eran la nueva tendencia de la delincuencia en la actualidad por la creciente gentrificación de la ciudad.

Se habían conocido cuando el policía, agobiado por el calor había entrado al local en donde trabajaba Martina, una pequeña librería de una tía lejana que la había contratado al mes siguiente de haber alcanzado la mayoría de edad. Entró para servirse un vaso del bebedero disponible para los clientes y pararse por unos minutos en la dirección en el que el aire acondicionado dispersaba el agradable viento fresco para sofocar el terrible calor de enero. Al no haber clientes en ese momento, Martina se dedicaba a limpiar los estantes de mercaderías, no fuera a ser que su jefa la encontrara sentada en su lugar de trabajo, y al notar que el tipo no compraría nada y sólo se refrescaría un rato, continuó con su quehacer sin prestarle más atención. Pasados unos minutos, volvió o girar sobre su hombro en actitud vigilante para verificar que todo siguiera en su lugar, hábito que había desarrollado en pocos meses de empezar a trabajar y notó la mirada fija del hombre en ella, quien frunció el ceño por la confusión que le causaba una atención tan penetrante al tiempo que trataba de ocultar la impresión que le causó el bello rostro del policía por quienes Martina solía sentir desdén pues acostumbrada a escuchar noticias de los policías coimeros y corruptos, su mente generalizaba a todos los de esa profesión y pensaba que todos realizaban deshonestas prácticas.

Volvió a darle la espalda y siguió limpiando cuando escuchó pasos acercándose al mostrador. Se giró y encontró al hombre con un bolígrafo en la mano y escribiendo en el cuaderno dispuesto para los clientes que deseaban cargar saldo a sus teléfonos, un servicio que ofrecía la librería y con el que obtenía un minúsculo margen de ganancias.

—Voy a querer saldo por cinco mil'i1 a éste número— pidió.

Martina agarró el celular dispuesto para ese fin y empezó a discar el código correspondiente, seguido del número telefónico y el monto del crédito; antes de confirmar la recarga, como era costumbre, dictó el número de teléfono y aguardó el sí del cliente para aprobar la transacción. Levantó la mirada del celular y le asintió confirmando que había finalizado al mismo tiempo que sonaba el teléfono del policía con el mensaje de acreditación del saldo. Martina aguardó el pago que el hombre trató de alargar todo lo posible al tiempo que parecía buscar qué comentar o aguardaba que la joven iniciara alguna conversación. Cuando el silencio se empezó a tornar incómodo y no pudo postergar más el pago, extendió el billete naranja de cinco mil guaraníes que ella agarró, guardó en el cajón compartimentado para billetes y luego apoyó los brazos en el mostrador y cruzó los dedos en una implícita pregunta de ¿algo más?, y él dio dos pasos hacia la salida hasta que pareció prendérsele la lámpara y retrocedió para regresar frente a la chica.

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⏰ Última actualización: Feb 08, 2021 ⏰

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