Segundos atrás, Adelina había entonado su última canción pero sus labios secos aún permanecían pegados al micrófono. Sus ojos solo se fijaban en la pared de rechazo que el público había construido frente a ella, y por ello, era incapaz de verme. Por cada segundo que transcurría en aquel viejo café, su postura se encorvaba más y más, sus ojeras reflejaban la pesadez de las críticas y, su apagada mueca, su frustración.
Con un golpecito en la caja del piano, el músico indicó que el momento de su partida había llegado. Adelina abandonó el escenario, perdiéndose entre las aterciopeladas cortinas. Recuerdo bien que, aquel día, su andar evidenciaba la flaqueza de su corazón, y mis esperanzas de que me viese aumentaban. El laberinto de cortinas parecía infinito. En un instante, se encontró enredada entre ellas, asfixiada como si de capullos se tratasen. Mi momento se presentó. Su espalda cedió el paso a la rendición y su rodilla sucumbió ante el pánico, dejándola caer al suelo. Al ser testigo de aquella situación, moví las cortinas levemente, deje que un haz de luz le revelase la salida de aquel lugar. Con desconfianza, las abrió, topándose con una luz blanca que invadió sus pupilas. Infló sus pulmones e irguió su columna. Sus ojos se fijaron, una vez más, en aquel público frente a ella. Pero esta vez, no había una pared sino un velo. Detrás, estaban aquellos ojos que alguna vez la juzgaron, aguardando con flores en mano, lágrimas de emoción y palabras solo de amor y admiración.
Por un instante, vi como Adelina se sentía inmaculada, completa y casi intocable. Mi confianza hacia ella creció y supe que nuestros destinos ya estaban enlazados. Adelina liberó el aire de sus pulmones y, en unos segundos, un sinfín de recuerdos pasó frente a sus ojos. Finalmente, se dejó caer ante la profunda incertidumbre, liberándose de la tempestad del pasado. Corrí ante la señal de mi entrada. La atrapé entre mis brazos. Al posar sus ojos en mí, la tomé de la mano y juntos bailamos en la infinidad de la noche, burlándonos de la vida y de los sueños rotos.
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Historias perdidas del viejo cuaderno de María
General FictionCuando María comenzó a leer y escribir, heredó un peculiar cuaderno gris. Había pasado de generación en generación y era su turno que pasara por sus manos. El cuaderno, regordete, estaba dividido en secciones de sus antecesoras. Cada una tuvo una h...