🍏 Capítulo XXXIX

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         Capítulo XXXIX

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Marcos.

Está ella, allí, de pie, aunque no puedo alcanzarla por más que corra, por más que lo intente me es inabordable. Es frustrante: mis pies se mueven, lo noto, pero no llego.

Esta vez el auto es gris o quizá blanco, percibo que cambia, se mueve. La luz de la farola también es diferente, a ratos irradia demasiada luminosidad, mostrando partes del estacionamiento que antes no lograba ver, pero siempre vuelve a lo mismo: su rostro, su sonrisa. Quiero golpearle, causarle dolor, sufrimiento, al igual que lo hace él con su fragilidad. Aunque el deseo más fuerte que tengo es el de apartar sus asquerosas manos de ella. Una vez más, no puedo, no logro llegar, no alcanzo a llegar y esto me sofoca. Estoy delirando, la siento tan cerca, mas, en la simpleza de la vida está tan, tan lejos.

—Marcos, despierta, toma —hablaba Camilo, el hermano de Jaqueline, traía consigo un par de cafés.

La sala de espera estaba desierta a excepción de nosotros dos. Observé las sillas negras, la pulcritud del sitio, fui preso del silencio asfixiante que aumentaba la sensación de desaliento y, que estaba en contraposición a lo que había sido antes, pues, el lugar hace más de una hora parecía un campo de batalla: doctores, enfermeras, primero. Luego Alex, Érica. El padre de jaque, su presente hermano. Mi Hermana, Valeria; fueron llegando, alterados, con miles de incógnitas cruzando sus rostros, al igual que el temor de salir con la pena lacerante de pérdida.

Todo fue tan rápido, ahora me daba cuenta de que había transcurrido en pocos minutos, el incidente en el estacionamiento había durado menos de diez, que sumados a unos doce minutos que me tomó traerla, resultaban en breves, pero agudos lapsos de caos. Este actúa, en su mayoría de ese modo: veloz, mordaz.

Miraba las palmas de mis manos, aún tenía los bordes de la chaqueta manchados de rojo.

—¿Estás bien? Puedes ir a dormir. Ya escuchaste a los doctores, ella estará lo que resta de la noche en cirugía. Puedes...

—Estoy bien y no me pidas que me vaya, por favor —mi voz sonó exhausta. Lo estaba, me sentía terrible, pero acá me quedaría hasta ver que ella estaba bien, porque tenía que estarlo.

—Vale, disculpa —el mutismo hizo acto de presencia de nuevo. Era incomodo, recordé que todos los que estaban antes acá se habían desesperado, además de que no estaba permitido el ingreso de tantas personas al lugar. No tenía idea de cómo había pasado cada grupo siquiera. En este momento se encontraban fuera de la clínica, pululando por allí, me imagino, pretendiendo sacudirse la inquietud, hacer más llevadera la espera. Germán y Camilo se alternaban, por mi parte, me negaba a moverme.

Había hablado con ellos, merecían total sinceridad, por lo que les había contado que Jaqueline y yo estábamos juntos antes de relatarles lo sucedido, lo que nos había traído hasta acá, lo que por poco cambia la vida de tantas personas por un acto estúpido de egoísmo, una fría madrugada de diciembre.

«Dios si estábamos tan bien». Recapitulé esta noche: la evoqué bailando, antes en mis brazos, sonriente, con el lustroso cabello enmarcando su precioso rostro, con los labios tan rojos, al igual que las mejillas gracias al alcohol. Tan suelta, tan brillante, tan ella.

—Tómate el café por lo menos —habló de nuevo Camilo, le hice caso, era algo en lo que podía centrarme —. Ella va a estar bien. Ella siempre está bien —esa última frase la dijo más para él que para mí, su timbre de voz le delató.

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