De Facto

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Según las encuestas, Tokio es una de las ciudades más seguras del mundo. Es tan segura que puedes dejar tu mochila, tu bolso, tu cartera, tu móvil, lo que quieras en la calle, dar una vuelta por aquí o por allá y regresar al mismo lugar con la certeza de que encontrarás intacto aquello que dejaste.

Esto según las personas que visitan Tokio por primera vez, entiéndase turistas, los extranjeros, los que vienen a hacer una nueva vida a la capital de ensueño. Pero aquellos que nacieron en Tokio saben que las calles son amables para quien es primerizo. Y eso sólo a veces.

Los nativos saben que el Inarizaki-rengo se mueve por las sombras y los lugares más recónditos de la urbe con el sigilo de una zorra hambrienta. Se trata de una de las primeras mafias que surgió con la caída de los samuráis, hombres y mujeres que desobedecieron las órdenes del último de los Seii Taishougun y que continúan imponiéndose sobre todas las pandillas y las demás yakuza.

El Inarizaki-rengo ejerce con crueldad calculada. Es una bestia tan antigua como la ciudad con un andar lento que te hace pensar en la calma de una criatura antiquísima, prehistórica. Tus ojos no pueden abarcar la extensión total del Inarizaki-rengo; son tantas sus pequeñas partes, tan insignificantes, despreciables, que te llevaría una vida entera reunir por completo al coloso japonés del narcotráfico y la prostitución. Tokio era sólo la punta del iceberg, aunque sería más correcto decir que era la punta de oro de la tumba de Keops. Eran una peste que se extendía por todo aquel territorio en donde pudieran caber, la organización que tenía miembros en puestos importantes del gobierno, cercanos incluso al Emperador.

Cada uno de los integrantes del Inarizaki-rengo se habían deshecho desde hace ya mucho tiempo de las cosas que los mantenían atados a este mundo, todos ellos eran entes con un actuar tan intrincado, difícil de entender, huecos por dentro y quemados por fuera. Eran chacales con hambre bestial y sed de destrucción. Un linaje antiguo, sin embargo, reinaba la podredumbre. Cimentado en la inmundicia y la soberbia, la familia cabecilla del Inarizaki-rengo era la personificación de lo que alguien imaginaría que hay detrás de una mafia. Alfas y Omegas que eran más animales que humanos, todos emparentados con su misma sangre para así conservar la maldad intacta y limpia, fuerte y cerrada como nudo ciego.

El fruto de la ambición en su tono más oscuro no podía llevar otro nombre que cargar más que uno tan burdo que pudiera camuflarse de tantas maneras hasta que ni siquiera se supiera si existiera o no. Miyazaki Ren, Miyako Shikibu, Miyavi Nagisa, muchos nombres conforman la lista de ocupantes del trono del Inarizaki-rengo, muchos fueron cobijados por el pelo duro y blanco de la diosa zorra. En ellos caía la responsabilidad de asir el peso de la corrupción para controlar el bajo mundo de Japón. Los Miya no podían ser otra cosa que la encarnación de todo lo que te hace querer voltear a otro lado, todos los desperfectos y aristas de la sociedad. Eran cientos, miles, como hormigas debajo de la tierra, y sus orígenes eran tan claros como los límites de los colores del arcoíris. Más que poder llamarlos una familia, eran el cúmulo de gente que no fue parida, sino escupida y que encuentran un refugio entre congéneres que fueron cortados por las mismas tijeras oxidadas.

Sólo en tiempos recientes se distingue a uno de sus más nuevos líderes. Un Alfa frío, paciente, con un inusual talento para el crimen organizado y la tortura para sacar la verdad. Es el retoño de la unión entre una Omega con feromonas tóxicas y su hermana, una Alfa que pudo ganarse el honor de procrear después de haberse encargado de desaparecer a todos sus hermanos por ser competencia. Era el líder perfecto que los yakuza pudieran desear. Sólo él podía sostener a una de las mafias más sólidas que quedaban en la actualidad.

Y la vida sigue, se da, es tan compleja y siempre avanza. Era de esperarse que el Clan Miya siguiera con el curso natural de las cosas. El jefe recibió al hijo que tanto esperaba, un Alfa varón, en una madrugada de otoño a principios de octubre. La luna resplandecía enorme en el cielo, la cría fue bañada con la blanca luz del anochecer pálido y, como marcaba la tradición, su vida se vio favorecida para ser larga y próspera. No cabían en la alegría porque su hijo no había venido solo, sino que junto a él había nacido la pareja perfecta, la única pareja que le podría llenar y satisfacer, la única pareja que podría cargar con el siguiente heredero de ese temible clan.

La Ira del Tirano | Haikyuu!! FF (KGHN | Omegaverse!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora