❝ʜᴀʙʟᴀᴅᴜʀíᴀꜱ❞

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La fuerte ventisca agitaba las ramas de los arboles esparciendo sus hojas por todo el sendero, las cuales eran pisadas por las duras botas de los pueblerinos que se encontraban en la caza de un oso que había logrado adentrarse en su pueblo.

A lo lejos, resguardada en la comodidad de su hogar, una joven de diadema roja observaba desde su ventana la luz de las linternas que se abría paso a través de las calles. Su atención fue desviada hacía la puerta trasera de su casa, donde escucho ruido. Se encontraba sola, su madre estaba con su abuela y su padre en búsqueda de aquel animal salvaje, por lo que con mucho temor agarró su caperuza blanca y junto con una linterna se armó de valor para averiguar la procedencia de aquel ruido.

Llegó a la puerta trasera y la abrió con lentitud. Una vez hecho eso ilumino el área. Todo estaba despejado. Estaba por adentrarse a su hogar cuando un tirón de la cola de su caperuza la hizo caer de espalda. El grito que dio al encontrarse cara a cara con el animal alertó a sus vecinos y a aquel grupo que estaba en su búsqueda.

La joven de rosados cabellos cubrió sus ojos con las manos. El frio de la hierba le caló los huesos y la hizo temblar. Podía sentir la nariz del animal pasar por sus piernas descubierta. Estaba aterrada. Escuchaba el bullicio de los hombres acercarse, pero temía que no llegasen a tiempo.

La nariz del oso dejo de olfatear sus piernas, la chica pensó que era el turno de hincar los dientes. Pero se equivocó.

Una mano en su hombro le hizo descubrir sus ojos, encontrándose con una silueta de un varón sosteniendo lo que parecía ser el oso que todos buscaban y el cual le había derribado. Buscó su linterna para cerciorarse de que sus ojos no le engañaban, pero el foco se había roto.

Para su suerte, el grupo de hombres había llegado y su padre junto a ellos. Le ayudaron a levantarse y mientras sacudía su ropa se dedicó a admirar a su salvador ahora iluminado por las luces artificiales de aquellas linternas. Le reconoció al instante y se ruborizó.

— Gracias por salvar a mi hija, Sasuke.

La joven observó a su salvador con una sonrisa en sus labios, los cuales modularon un "Gracias" que fue recibido por parte del joven.

— Solo se trataba de un osezno. No había nada que temer —el varón bajo a la criatura quien se encontraba fascinada mordiendo un trozo de carne proporcionada por él— Le llevare al bosque. Su madre si será una amenaza si llegase a hallar su rastro hasta aquí.

— ¿Cuándo volviste? No sabíamos que habías llegado —curioseo uno de los hombres.

— Hace poco.

Y sin agregar más, agarró el osezno y camino hacía el bosque.

Sasuke Uchiha, ese es el nombre de aquel joven. Alto, piel blanca y de buena musculatura producto de sus trabajos, poseía unos ojos y pelo azabache hasta la altura de la barbilla. Atractivo de mirar. Era un cazador, uno de los más jóvenes de la región, pero no por eso menos capaz. Su efectividad estaba 100% garantizada.

Se la pasaba viajando de pueblo en pueblo, ayudándoles con las bestias más feroces, aunque no siempre las mataba. La mayoría del tiempo lograba espantarlas para que se fueran hacía lo profundo de los bosques que abundaban por la zona. Él no mataba sin razón.

Encontrándose a una buena profundidad, Sasuke pudo liberar a la cría, la cual se adentró en el oscuro bosque sin dudarlo. Una vez le perdió de vista regresó al pueblo. Al momento de cruzar aquella línea que dividía el pueblo del bosque se encontró frente a la misma chica que había rescatado de aquel osezno.

La fémina le observaba con su nariz y mejillas rojas producto del frio.

— Deberías ir a casa o te congelaras.

❝Habladurías❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora