30 de octubre de 2016.
Sus brazos la rodearon, regalándole parte de su calor, haciéndola desear no separarse jamás. Ella cerro los ojos, recostándose en su pecho, dejándose llevar por aquel momento.
Estar esos días con Giorgio había sido maravilloso, no habían tenido sexo por su claro estado, pero él a pesar de sus negocios hacía lo posible por poder estar junto a ella y dedicarle su amor, porque besos sí que había y muchos llenos de pasión contendía.
La situación entre ellos marchaba bien a pesar de que hace unas noches Tamara, les hiciera una visita, no tan grata para Giorgio. Ella la había ayudado a curarlo y se había disculpado con el moreno, incluso hablaron en privado sobre decirle a él quien era realmente mientras él hablaba con su personal de seguridad por la poca eficiencia, pero ella se negó, alegando de que, si Giorgio lo sabía, podría decírselo a Dimitrio. Y aunque defendió al hombre que amaba, su hermana no cedió y se fue al amanecer.
−Te quiero, pequeña – Murmuro el italiano en su oído, haciéndola sonreír por las cosquillas que le dio su aliento en aquella zona y por sus palabras.
Era la primera vez que Giorgio le dedicaba aquellas palabras, sí le había dicho que la quería con anterioridad, pero no de esa manera. No con esas palabras que a ella le causaron un revoltijo en el estómago, esos que dicen mariposas pero que ella nunca había sentido hasta que lo había conocido a él.
−Te... − La puerta fue abierta bruscamente, interrumpiendo sus palabras.
−Yo no necesito presentación – Una mujer morena entrada en los cincuenta, pero bien conservada y vestida con un vestido verde que acentuaba su figura, entro en la habitación de su hijo y enarco una ceja sorprendida, al verlo abrazado de una rubia que la miraba con el ceño levemente fruncido.
− ¡Mamma! – Exclamo Giorgio, dejando de abrazarla y levantándose con los brazos abiertos hacia su madre.
−Hijo – Murmuro ella, regresándole el abrazo −, ¿quién es ella? – Miro a la rubia que se levantaba con dificultad.
Giorgio siguió su mirada, rodo los ojos y fue hasta.
−No esfuerzos, ¿lo olvidas?
−No estoy moribunda Giorgio, ya lo hemos hablado – Dijo girándose hacia Aurea y acercándose −. Un placer, Freya Michelakis – Extendió una mano con una sonrisa en el rostro.
−Aurea Lombardi – Se presentó, examinándola.
Aurea se percató de la herida que tenía en el abdomen, miro a su hijo con gesto interrogativo.
−Fue mi culpa.
−Nadie ha dicho que fue tu culpa – Lo miro mal Freya.
−Si no me hubiera descuidado...
−Hubiera pasado esa noche u otra, era algo que iba a suceder, son consecuencias de tener este estilo de vida. Por lo tanto, no es tu culpa – Señalo.
Aurea vio cómo su hijo guardaba silencio, ¿sería ella?, ¿Ella era la mujer de la que su hijo le hablado?
Freya se sentía un tanto extraña por el escrutinio al que se encontraba sometida por la madre de Giorgio, así que, excusándose, los dejo solos.
−Esa rubia es bonita – Inicio, caminando hasta el borde de la cama y tomando asiento.
−Es hermosa – Sonrió, sentándose a su lado.
−Es ella, ¿verdad? – Lo miro con esos ojos que dan las madres cuando están orgullosas.
−Es ella – Afirmo −. Sabes mamá, si no hubiera sido por ti y esas palabras de apoyo que me diste, créeme, no me hubiera arriesgado a ir por la mujer que me volvía loca y la hubiera perdido – Lo miro −. Debo darte las gracias, ya sabes, por soportarme.
ESTÁS LEYENDO
Freya Michelakis
Lãng mạnFreya Michelakis es una mujer seductora, egoísta, impulsiva y que no le importa ensuciar sus manos de sangre. Total, está acostumbrada a ello. Freya creció en una de las familias más temidas de la mafia, su infancia no fue fácil, su adolescencia muc...