56. Muéstrame el paraíso

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Las telas lo cubrían todo de un modo tan perfecto que me sentí en otra dimensión al entrar al gimnasio

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Las telas lo cubrían todo de un modo tan perfecto que me sentí en otra dimensión al entrar al gimnasio. Una gran bola de espejos iluminaba la pista, y músicas de diferentes estilos nos acompañaron durante toda la velada.

Empecé a bailar la primera canción sola, vigilando que nadie me mirara con lástima, hasta que por fin Dania se unió a mí. Le eché un vistazo a la minibarra, donde Mam se estaba terminando su ponche, y, cuando nuestros ojos se encontraron, me guiñó un ojo. Amon quiso venir a bailar con nosotras, y me dio la sensación de que coqueteaba con Dania mientras yo terminaba de subir mis mejores recuerdos de la noche a las redes. En realidad, el pelirrojo ligaba con casi todas; parecía que no era consciente de ello, y a mí me resultaba muy gracioso.

¿Era esto el paraíso?

En un momento dado, me di la vuelta y fui a chocar contra el pecho de Mam. Estábamos tan cerca que tuve que echar la cabeza hacia atrás. Le miré divertida y él sonrió mostrando sus hoyuelos.

—Me han concedido tu mano.

—Mam —exhalé—, a veces me sorprendes, ¿lo sabes?

—Todo es más divertido de esa forma. —Me tomó de la cintura—. Me gusta tu energía.

—¿Solo mi energía?

—Sí.

—Claro —reí—. A mí también me agrada tu energía, es intensa.

—¿Intensa nivel «quiero bailar contigo y con nuestros amigos», o intensa nivel «tírame contra la pared del baño»?

Anunciaron algo en el centro de la pista y todos los presentes salieron corriendo menos él y yo. Ambos parecíamos estatuas vivientes esperando que el otro diera el primer paso.

Me puse de puntillas para acercarme a él. Algo confusa y mareada, me incliné sobre su rostro y sentí su aliento rozando mis labios. Nuestras pupilas se cruzaron, nuestras bocas estaban a centímetros de distancia... Tensó el brazo con el que me rodeaba la cintura y me atrajo hacia sí. Permanecí expectante, esperando que tomara la iniciativa. Cuando vi que no lo hacía, decidí tomarla yo.

Sin embargo, al acercarme, él retrocedió. Las comisuras de sus labios se curvaron solo un poco hacia arriba, como si estuviera reprimiendo su sonrisa; tenía un aspecto mágico esa noche, un brillo cautivador en la mirada. Estaba lleno de sorpresas.

Fruncí el ceño, y entonces él me soltó y me susurró al oído:

—Te gustaría besarme, ¿no es así?

Nunca me había sentido más humillada, maravillada y avergonzada en mi corta vida.

Sin darme margen a responder nada, dio media vuelta y fue con nuestro grupito a la pista de baile. Parpadeé varias veces para asimilar lo que acababa de ocurrir, un poco enfadada (está bien, bastante enfadada; quizá una parte de mí ansiaba sus besos).

Yo también fui a juntarme con los demás. La música estaba a un volumen tan atronador que era imposible escuchar lo que nadie decía, y me propuse bailar con otros compañeros para tratar de olvidar la pena que acababa de pasar, pero no dio resultado. Estuve a punto de ir a buscar a mis padres por el aburrimiento.

No quería ni mirar a Mam a la cara. Obviamente, alguien como el príncipe de la avaricia no estaría dispuesto a ser el segundo plato de nadie; ni querría meterse en esa clase de juegos.

Las horas pasaron volando, las bebidas dejaron de tener sabor después de la sexta copa; ya solo me proporcionaban una nueva soltura. Caminé entre los pasillos buscando el baño a ciegas, aturdida por la cantidad de gente y por el mareo que empezaba a sentir. Me miré en el espejo: nada se había ensuciado; la noche estaba acabando y había sido hermosa, sin retos ni malas noticias. Por primera vez, me rodeaba un ambiente tan feliz que me sentí en el cielo, si es que este era tal como yo me lo imaginaba.

Revisé las historias de los demás para ver fotos de la fiesta, tratando de pensar en cualquier cosa que no fuera lo sucedido con Mam.

Sin embargo, todos mis esfuerzos resultaron haber sido en vano, porque, antes de que tuviera ocasión de encontrar a mis amigos de nuevo, él apareció frente a mí. Sin mediar palabra, me agarró del cuello con una mano y me arrastró hasta su boca. Luego me empujó contra una de las esquinas oscuras de la pista de baile.

—¿Qué intentaste hacer hace rato?

—Quitarme una duda —respondí sin titubear.

—Espero que se te aclare con esto.

Mordisqueó mis labios, y yo sentí que se me cortaba la respiración. Me invadió el calor y sus dedos tentativos parecieron cantarle a mi alma, cada vez con mayor intensidad. Su lengua tenía un sabor dulce, todo en él lo tenía. Hacía que dudase de mis movimientos, que lo dejase tomar el control por completo, cosa que no era habitual en mí. Sus besos eran intensos, profundos, adictivos como una droga.

—No tenías por qué dudar tanto. Si quieres besarme, hazlo, porque yo siempre quiero besarte.

—¿En serio? —Arqueé una ceja.

—Val, he ido al infierno y he regresado solo por verte sonreír. Por supuesto que quiero besarte, quiero todo de ti.

Que estuviéramos en público le impidió hacer nada más. Aun así, había conexiones que no se podían ignorar, como aquella que sentí cuando mis manos se posaron en su piel y él no pudo apartar sus ojos de mí.

—Puedo mostrarte el paraíso si me dejas, pero solo debes concederme ese permiso a mí. —Su tono era una combinación de burla y coqueteo—. Porque ya sabes que los rumores son ciertos, y soy el malhumorado príncipe que quiere todo para sí.

Cerré los ojos; saber que cualquiera podría vernos hacía que me sudaran las manos. Levanté una de mis piernas para rodear su cadera y ahogué un gemido al sentir el frío tacto de sus anillos sobre mi mejilla.

—¿Te ha comido la lengua el gato, o he sido yo?

Fue un verdadero reto tratar de recomponerme al ver que los adultos estaban entrando al gimnasio. Bajé la tela de mi vestido y él me retiró los mechones de cabello de la cara. Aún me temblaban las piernas un poco, pero, por fortuna, podía atribuirle eso a los tacones.

Cuando el reloj marcó las 03.33 de la mañana, mis padres me llamaron al fin. Subimos al auto, incluido Mam. Supuse que mi padre estaba demasiado orgulloso y feliz como para caer en la cuenta.

—¿Qué te pareció la noche, hija? —dijo mi madre.

—Mmm... —Mam, sentado a mi lado, abrió un poco las piernas; él iba en el asiento de en medio, así que el gesto me obligó a pegarme a la puerta—. Bien.

—¿Solo bien?

Lo fulminé con la mirada en silencio.

—Divertida, pero podría haber sido menos intensa —comenté entre dientes.

—Yo creía que te había gustado la intensidad —agregó Mam.

—Espera, ¡¿el Mayoneso está en mi auto?! —Mi padre frenó en seco.

—Puedo explicarlo —me defendí.

—Señor, creo que nos viene a robar —intervino Amon, encantado de poder sembrar la semilla de la discordia.

Sí, definitivamente aquel no era un día hecho para descansar, ni siquiera de madrugada.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora