57. Declaración o...

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—Déjenme terminar de arreglar esto, ¿sí? —rogué—

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—Déjenme terminar de arreglar esto, ¿sí? —rogué—. Tengo mucho miedo de probar lo que ha hecho Amon.

—¿Crees que voy a matarte?

—Desconfío bastante.

Corrí de vuelta al interior de la casa. Justo había terminado de limpiar la terraza cuando el olor a fresas me había llegado desde la cocina.

No sabía cómo explicarles a mis padres que, de pronto, los chicos se pasaban todo el día en mi casa, así que nos inventamos que Amon y Mam eran muy amigos. Tal vez el pelirrojo nos haría la vida más fácil, incluso, teniendo en cuenta lo mucho que lo adoraba mi padre.

Me senté a comer. Eran unos amores cuando no se les iba la cabeza; en especial Amon, que se sentía en paz conmigo y actuaba como si nos conociéramos de toda la vida. Noté que a menudo buscaba a Levi de forma inconsciente. O empezaba a contarnos anécdotas que habían vivido juntos y se quedaba callado a la mitad. Y eso parecía afectarlo bastante. Me daba pena.

Era triste verlo de esa manera. Mam y yo habíamos hecho todo lo posible para alegrarlo mientras ignorábamos la tensión entre nosotros. Una tensión que enfrentábamos cuando nadie nos veía, en rincones oscuros de la casa y con el corazón a tope.

Sin embargo, aunque quisiera negarlo, sabía que aquello no iba a durar. Ya no había ningún impedimento para que se marcharan. Quisieran o no, debían hacerlo.

***

Pasamos un par de días descansando, pero ya no podíamos retrasarlo más: teníamos que hacer el altar, y por fin había llegado el día en que habría luna llena; por alguna razón, afirmaban que era más propicio hacerlo entonces.

Nos fugamos en medio de la noche hasta el bosque detrás del templo, donde nadie podría vernos o interrumpirnos. Un tronco cortado a la mitad nos sirvió como mesa para hacer un pentagrama de sal.

Me explicaron que, en realidad, podrían abrir una puerta cualquiera y marcharse con facilidad, pero para volver por la puerta grande, como ellos pretendían, había que recurrir a otros métodos.

Hablamos un poco mientras acomodaban los utensilios. Estaba tan nerviosa que me temblaban las manos, en parte porque nunca había presenciado este tipo de rituales y ahora me veía obligada a participar en uno, y en parte porque no asimilaba la situación.

—Por cierto, Val —dijo Amon con una sonrisa—, en tu próxima vida, hagamos un trato de nuevo. Soy buena gente, lo prometo.

—¿Mi próxima vida?

—¿Recuerdas cuando preguntaste a dónde ibas si no te daban acceso al cielo o al infierno? — Chasqueó la lengua—. Bueno, ya te explicamos que podías volver aquí si te apetece. No tienes por qué ir a ninguno de los dos.

—¿Estás diciendo que no tengo posibilidad de ir al cielo?

—Estoy diciendo que no nos podemos fiar de ti. Seguro que te mueres joven, y yo te recomiendo volver a darle otra oportunidad al asunto.

—Estúpido. —Le mostré el dedo corazón—. Espero que te pateen el trasero en tu mundo.

—¿Comenzamos? —inquirió Mam.

No estaba lista, me obligué a permanecer sentada frente a ellos mientras observaba cómo danzaban las llamas del fuego. Respiré hondo cuando noté que el aire a nuestro alrededor cambiaba y sus apariencias fluctuaron. El humo de los inciensos formaba figuras extrañas y simétricas que ascendían en dirección al cielo; las estrellas nunca me habían parecido tan claras ni brillantes, y la luna parecía alumbrarnos solo a nosotros.

El collar se calentó rápido en mi cuello. Yo no llevaba más que mi camisón blanco, dado que me había escapado de casa y había tenido que fingir que me iba a la cama frente a mis padres; la fina tela no me protegía ni un poco de la brisa nocturna.

De un instante a otro, las velas se apagaron toda al mismo tiempo. Los chicos, que hasta ese momento habían permanecido tan callados, alzaron la vista hacia mí. Las piedras preciosas del collar brillaron intensamente, y supe que era yo la causante; era como si las estuviera cargando. Dejé de concentrarme en si el collar me quemaba o no e intenté no pensar en nada más, porque era consciente de que aquello podía no funcionar y no quería decepcionarlos.

Numerosas sensaciones diferentes recorrieron mi piel. Me mordí el labio inferior para tener algo en lo que centrarme mientras las ignoraba. En los ojos ya sin iris de mis demonios, notaba cierta admiración, una aprobación acompañada de pequeñas sonrisas. Estaban esperando un momento específico, pero ¿cuál?, ¿para qué?

Mam suspiró, desvió la mirada hacia Amon, que forzó una risa nerviosa y negó con la cabeza.

—Te juro que no puedo... —admitió el pelirrojo—. Mmm, Val, voy a extrañarte un poco, ¿sabes?

«No, no hagan esto. Me estaba esforzando mucho por no caer en sentimentalismos, me estaba obligando a que no me afectase».

—Yo no, siempre fuiste detestable —respondí embobada por el repentino tono sonrosado de sus mejillas.

—Tenemos que... —La voz de Mam se cortó—. El protocolo dice que es peligroso.

—¿Qué es peligroso?

—Que lo recuerdes, que sepas que existimos. Puede crearse un desequilibrio en la Tierra si difundes el rumor.

—Lo entiendo, no te preocupes.

—Se supone que no podemos dejarlo así. —Amon se pasó una mano por el cabello y los mechones se reacomodaron en torno a sus cuernos—. Esto es incómodo, ¿no? ¿Solo está siendo incómodo para mí? Me incomoda que me duela el pecho.

—Si es lo que tienen que hacer, estará bien —los tranquilicé—. No pasa nada, tiene que haber una razón. —Miré al suelo—. Además, si los recuerdo... tal vez añore su presencia.

—Val...

—Han sido realmente encantadores. —Tragué con fuerza—. Lo cierto es que, aunque tratara de difundir el rumor, nadie me creería cuando explicase lo humanos que son.

Quisimos decir algo más, pero el cambio en las sombras nos advirtió que la noche no era nuestra, que debíamos sacarle partido antes de que se acabara.

Una grieta dividió el tronco del árbol que teníamos a nuestro lado. Los mechones de mi cabello y el bajo de mi camisón se elevaron y flotaron en el aire. Por fin, un inmenso círculo multicolor se abrió sobre nosotros. Arrastró hacia su interior varios de los objetos que nos rodeaban, y lo mismo habría ocurrido con nosotros si hubiésemos pesado menos o si no nos hubiéramos aferrado los unos a los otros.

Solo quedaba una vela por encender, la violeta, y yo era quien tenía el cerillo correcto para prenderla. Lo saqué de mi bolsillo con la intención de seguir con el ritual, pero las manos de Mam me detuvieron.

—Ten cuidado.

—Me tratas como si no supiera encender un simple fósforo.

—Te trato como si cualquier daño que te hicieras pudiera matarme a mí, porque te aprecio.

—Todos los amigos se aprecian.

—No. —Levantó mi mentón y me obligó a mirarlo a los ojos—. Yo te aprecio como nunca he apreciado a nadie, como nunca he apreciado ni mi corona ni mis años.

«¿Era eso una declaración o una despedida?». 

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora