Un nuevo recuerdo

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31 de diciembre.

Solo seis días desde que mi deseo de navidad se cumplió, solo seis días desde que papá hizo de las suyas para darme lo que quería.
Nunca he dejado de sentirme agradecida con papá, porque me concedió mi primer gran deseo. Él me dio una familia. Me abrió las puertas de su hogar, las puertas de su corazón. No fue sencillo, porque de niña solía tener miedo de estorbar en casa. Tan pronto como él y mamá lo notaron, me hicieron ver que siempre me querrían, a pesar de mis errores. Mi padre siempre me aceptó, y mamá lo hizo al inicio, hasta que un día ella empacó su ropa y nos dejó.
Lo hizo mientras papá estaba trabajando, yo la vi mientras guardaba su ropa en una maleta. Me aseguró que irse no tenía que ver conmigo, dijo que siempre había sido una mujer  libre, y que debía abrir sus alas para ser feliz. Yo creía que una madre le enseñaba a sus hijos a volar, pero la mía quería volar sola. Supongo que el peso de volar acompañada no era para ella.
Yo tenía once años, y no le dije que se quedara, porque estaba muy agradecida con ella como para decirle que no siguiera sus sueños, incluso si yo no estaba en ellos.

—¿Volverás? —dije, y de su ojo izquierdo se derramó una lágrima. Yo supuse que, de algún modo, abandonarnos no era tan fácil para ella.

—Quizás algún día regrese para ver lo grande y valiente que serás, pequeña Lisa —cerró su maleta y la bajó al suelo —. Por ahora no puedo regresar, y aunque ahora no me odies, porque sé que no lo haces, en el futuro me vas odiar y pensarás en mí con enojo.

—No —se acercó y plantó un beso en mi cabello y me estrechó contra ella —. Cuando regreses no te voy a odiar, mamá.

Así fue, no la odié. Ni por un momento estuve enojada, solo tuve miles de preguntas. ¿Será que papá y yo la hicimos sentirse prisionera en algún momento? Me hubiese gustado preguntárselo. Su partida dolía tanto que por las noches despertaba llorando y sentía que el aire no entraba con normalidad en mis pulmones.
Papá intentaba ser fuerte, pero la amaba y yo sabía que no siempre puedes decirle adiós al amor con facilidad.
Una noche lo escuché llorar en su habitación, lo escuché susurrar que ella debió haberse despedido, darle una explicación. Y me sentí culpable, porque la dejé ir, porque papá quería despedirse de ella.

Yo siempre había tratado de agradarle a las personas, desde que entré por el pasillo de esta casa quería ser buena para ellos. Y el que mamá se fuera solo me hizo duplicar ese aspecto en mí.

•••

—Muy bien, Lisa —Taehyung estaba frente a mí con una expresión confundida —. ¿Por qué parece que estás en otro planeta? Digo, me gustaría creer que yo te hago sentir en otro planeta, pero no me suena a eso.

—No es nada, no llegaremos nunca al parque si seguimos parando para hablar—lo empujo y casi se resbala, aunque no correría peligro porque la nieve podría mitigar el golpe.

—Dame un segundo —veo que saca su celular del abrigo y marca un número —. Rodolfo, si, un placer hablar contigo. ¿Podrías traer el trineo para mi novia? Para que no nos congelemos.

Veo la sonrisa recorrer su rostro, me toma de la mano y me abraza.

—Tienes que dejar de creerte Santa Claus, es una ofensa para él —lo abrazo con fuerza —. Además, Santa Claus solo viene una vez al año, y tú ya tienes seis días de venir sin falta a mi casa.

La verdad no me molestaba, porque de algún modo sentía que un día despertaría y él se iría, o me diría que todo era una broma. Unos niños nos ven mientras están construyendo un muñeco de nieve en su patio, imagino que son hermanos porque son idénticos.

—Que te diré, Santa Claus se enamoró de una zanahoria —los niños ríen —. La ironía del asunto es que él siempre come galletas, no zanahorias.

¡Santa, soy Lalisa Manoban!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora