Prefacio

15 3 0
                                    







Mi pie pisaba el piso con ritmo acelerado, mi vista regresaba una y otra vez a reloj de pared frente a mí, y el lápiz que tenía en mi boca dejó de verse amarillo por las incontrolables mordidas que le daba a este.

La clase era lenta y aburrida. La profesora de matemáticas hablaba de divisiones y fracciones que yo ya entendía, pero que a mis compañeros, al parecer, les dificultaba resolverlas.

Contaba los segundos que faltaban para que las manecillas del reloj pararan en el número doce y así dar inicio a mis vacaciones de verano, en donde no haría más que dormir, comer y salir de vacaciones a algún otro país.

Los gritos y pisadas en los pasillos se hicieron escuchar, y pronto el timbre en las bocinas lo hizo también. Tire por el aire las hojas sueltas que tenía sobre el escritorio de madera, tome mi mochila y salí como Barry Allen del salón de clases sin importarme los reclamos que la profesora gritaba desde lo más profundo de su garganta.

Cruce las dos puertas grandes y azules de la entrada sintiéndome libre después de estar en prisión.

Una botella de plástico se interpuso en mi camino a casa mientras andaba por la acera de la banqueta que me llevaba directamente a esta.

Por inercia la patee quedando a unos metros lejos de mí. Sin rendirme a logar alguna clase de gol que se le pudiera llamar a lo que estaba haciendo, seguí con lo mío distraído en eso.

La botella se perdió en medio de la calle, y para no dejarla botada ahí, me dispuse a buscarla, no podría estar demasiado lejos. Así estaba cuando una cabellera corta y rubia que me parecía haberla visto en algún otro lugar, caminaba por el otro lado de la calle con los brazos cruzados sobre una gran chamarra de cuadros rojos, con la mirada perdida en sus pasos y limpiándose las mejillas de vez en cuando.

La curiosidad floreció sobre mí y me propuse seguirla para verificar que llegara a salvo a donde sea que iba.

Su recorrido nos llevó a un parque que estaba entre la escuela y mi casa, el cual visitaba por las tardes con mis amigos para hacer cualquier cosa menos las tareas del día, pero a ella nunca la había visto rondar por ahí en los tres años que llevábamos estudiando en el mismo salón de clases.

Fruncí el ceño al ver que tomaba asiento sobre un columpio amarillo, justo el de en medio de aquel juego. Con sus dos manos sujetaba fuertemente las cadenas naranjas que lo hacían colgar, y yo, no queriendo perderme aquella escena, me senté en un ángulo el cual sabía no me delataría.

Me metí en el papel de detective frotando mi barbilla lisa y con una partidura en esta herencia de mi padre, tratando de traer a mi mente teorías por las que se encontraba aquí y no en casa.

¿Un acto rebelde? Imposible, tenemos ocho años, ¿Reprobó una materia? Nuevamente imposible, no hemos tenido exámenes, ¿La habrán castigado en dirección? Descartado completamente, es tan callada que no se atrevería a afrontar la ley.

Entonces, dejando todo eso a un lado, ¿Qué será lo que tendrá para estar aquí, a punto de romper en llanto por lo rojo que se tiñeron sus ojos en esos segundos? Moví mi pierna izquierda ya que un calambre por dejar de fluir mi sangre en esa zona, un crujido se escuchó por mi causa, delatándome en el movimiento.

-¿Quién está ahí? – asustada, la niña rubia movía la cabeza buscando al autor de semejante ruido ruidoso.

Conté hasta tres armándome de valor para salir y afrontar todo cual hombre que me sentía siendo un niño todavía.

-Yo... lamento molestarte, ya me iba.

Julie abrió exageradamente los ojos, asustándome que en algún momento se salieran de su lugar y tuviera que ayudarla a ponerlos de nuevo en el mismo espacio.

SymphonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora