Capítulo 6: Touché

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No muy lejos del lugar donde el "Jolly Roger" tenía puesto el amarre, en el lugar donde los niños perdidos iniciaban sus más emocionantes juegos, uno de ellos, uno que a veces estaba y otras veces no, había dejado de divertirse. Sus ojitos pequeños se mostraban preocupados, buscando incansablemente algo que para él era mucho más importante que cualquier tesoro.

― ¡Podemos empezar por el campamento de los indios! ―exclamó Slightly, el mayor de los niños perdidos y el que relevaba a Peter Pan cuando este no estaba.

― ¿Los indios? ¿No sería mejor mirar en el lago de las sirenas? Allí nunca miraríamos ―comentó Curly, el más regordete y al que nunca tenían en cuenta.

― Por eso Peter escondió el tesoro allí la última vez ―apuntó cruzándose de brazos. Curly cerró la boca tan deprisa como la había abierto.

― ¡Es verdad! Allí no podemos mirar otra vez.

― ¡Cierto! ―dijeron los gemelos, como siempre, de acuerdo en todo y siempre idolatrando a Slightly.

― También podemos pasar por el lago de las sirenas de camino al campamento indio... ―murmuró Nibs, que siempre intentaba hacer sentir mejor a Curly, con una sonrisita. Curly alzó el rostro animado.

― Está bien... ―murmuró Slightly cediendo―. ¡Vamos allá, entonces! ―gritó con entusiasmo, pintándose dos rallas oscuras en ambos lados de la cara. Los demás niños perdidos lo imitaron con vítores.

Mientras Curly, Nibs, los Gemelos y el pequeño y siempre mudo Tootles se dirigían hacia la cascada que llevaba al lago de las sirenas, Slightly se acercó al preocupado Thomas.

― ¡Eh, Tomy! ―lo llamó―. ¿No quieres encontrar el tesoro?

Thomas se dio la vuelta todavía preocupado.

― Es que... No puedo buscar el tesoro.

― ¿Por qué? Es divertido. Siempre has querido buscar el tesoro ―dijo Slightly asombrado.

― Ya... pero... mi hermana... ―murmuró mirando hacia todas partes.

― Es verdad. Dijiste que íbamos a tener una nueva cuentacuentos. ¿Dónde está?

― No sé... La he perdido... ―susurró preocupado y triste. Slightly lo pensó detenidamente unos instantes. Luego sonrió con énfasis.

― ¡Ya lo tengo! ―gritó entusiasmado― ¡Chicos! ―volvió a gritar hacia los niños perdidos― ¡Tenemos un nuevo tesoro que buscar!

*****

Charlotte había leído millones de leyendas de piratas, y en sus años de niñez, cuando todavía se le permitía corretear por el jardín y manchar sus faltas con la hierba y el barro, había oído muchas historias de piratas famosos que abordaban cerca de Gran Bretaña. Y ella había escuchado con entusiasmo. No obstante, jamás había imaginado cómo sería ser capturada por una horda de piratas despiadados. Y aunque lo hubiera hecho, jamás habría logrado una visión tal de lo sucedido.

Se sentía asombrosamente excitada por la aventura. Todo su cuerpo vibraba de emoción, de expectación. Estaba en un barco pirata, con piratas de verdad. Era su prisionera. Y debía encontrar el modo de escapar. Una aventura, como las que jugaba de pequeña.

Aunque se sentía un poco estúpida de pensar así, no podía evitarlo. Hacía dos días pensaba que iba a casarse con Edgar, el hombre más vanidoso y horrible que existía bajo la capa del sol, y ahora era prisionera del Capitán Garfio. Un hombre que, muy a su pesar, era todo lo que ella desearía ser. Libre y dueño de sí mismo. O al menos creía que era libre. Después de escuchar su voz ante lo que deseaba conseguir; su estrella para poder regresar, no tenía tan claro el grado de libertad del que disponía. Aun así, antaño debió ser libre. Un pirata despiadado siempre es libre. En el mar no existían leyes, ni propiedad, ni obligaciones. ¿Cuántas veces miró el mar deseando desaparecer en él? ¿Cuantas veces deseó poder surcarlo, sin obligaciones, sin títulos y sin bodas cercanas? Ella no deseaba enamorarse. Pues ya estaba enamorada. Y el mar siempre sería su gran amor.

GarfioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora