Capítulo 3

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3. PEQUEÑOS GOLPES DE AMABILIDAD.

La hoja frente a mí se está burlando de mi ignorancia.

Las cinco filas de círculos en blanco esperando que elija uno por cada pregunta son el chiste perfecto para lo que es mi día. Un estúpido examen sorpresa de historia y es con opción múltiple, mis favoritos porque siempre logro atinar a la respuesta correcta.

Pero claro, hoy no le he atinado ni al nombre y escribí Zacharías Leiner Blast en la línea de arriba para luego notar que abajo estaba el espacio para el apellido.

Es tan desafortunado que casi me dan ganas de reír pero a cambio mis ojos se humedecen entre frustración e impotencia. Leo las preguntas a conciencia con la esperanza de que si no es la suerte, al menos mi inteligencia me ayude, pero juro que la mitad de estas palabras no las he escuchado en la vida.

Miro alrededor solo para asegurarme de que no me equivoqué de clase pero veo las mismas caras, los mismos pupitres y la misma maestra gentil. Regreso la vista a la hoja y maldigo. No sacaré buena nota por mis conocimientos y es fijo que por mi suerte tampoco.

El timbre suena y recapacito en que no hice nada en los cuarenta y cinco minutos —aunque sé que igual habría sido inútil—, así que marco un círculo negro en cada pregunta sabiendo de antemano que está mal. Entrego la hoja antes de salir y me pierdo pronto en el pasillo para evitar que la maestra mire mi examen y me llame la atención antes de tiempo.

Con este día de mierda he aprendido ya dos cosas:

1: no solo he perdido la buena suerte, sino que he atraído toda la mala.

2: soy tan dependiente de mi don que acabo de enterarme de que no sé nada de las clases que me dictan.

¿Es esto lo que llaman karma?

¿Es esto ser un idiota?

¿Es esto ser un ignorante?

Sí a todo.

Camino a paso lento al patio interior de Winston; es el lugar favorito de Azucena —nuestro lugar no acordado pero siempre confiable de encuentro—, y necesito tomar aire. No creo que me caiga un rayo ahora que ha salido el sol; ni el cielo se atrevería a tanto.

Por supuesto que al llegar no hallo una mesa o silla o muro disponible pero encuentro un triste espacio soleado sobre césped seco, así que lo tomo y me siento en el suelo a esperar que Azucena aparezca. Tapo mi rostro con ambas manos intentando hallar sentido a lo que me pasa y entonces siento que una sombra me roba el sol. Abro los ojos y veo a una chica, pero no es Azucena.

—Hola —dice—, ¿te puedo robar un minuto?

Intento sonreírle.

—Claro. —Me dispongo a ponerme de pie pero ella niega con la cabeza y a cambio se sienta frente a mí—. Hola...

¡Esa suerte es mía! •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora