Capítulo 1

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Después de un duro día de trabajo, lo que más ansiaba era llegar a casa y poder sentarse en el sofá para no hacer nada más en lo que quedaba de día. Estaba cansado y harto de tanto trabajar, de modo que decidió hacer un 10-10 sobre las 18:00 de la tarde.

Se despidió de su fiel comisario, y se subió a su audi. Una vez dentro, encendió la radio y se colocó un cigarrillo entre los labios mientras buscaba su zippo.

- ¿Donde cojones habré metido el puto mechero esta vez?

Después de buscarlo durante un minuto con el presentimiento de que no lo encontraría, metió la mano dentro del bolsillo de su pantalón de vestir y notó el tacto del frío metal con la yema de sus dedos. Encendió el cigarrillo y puso el motor en marcha.

Bajó la ventanilla y dejó que el cálido aire de verano lo golpeara en la cara y le revolviera el pelo. Hacía calor, pero no tanto como los días anteriores. Aquel verano estaba haciendo mucho calor en la ciudad de Los Santos, y las altas temperaturas no lo ayudaban en absoluto a sentirse agusto con nada a su alrededor.

- Por fin voy a poder irme a casa y darme una ducha con agua fría. Este puto calor es insoportable.

Se preguntó si su pareja estaría en casa. Teniendo en cuenta que se había tomado aquel jueves como festivo, podría haber aprovechado para irse a la playa a dar un paseo, o puede que hubiese quedado con algún amigo que él desconocía. No le gustaba la idea de pensar en que su chico pudiera andar con algún otro hombre por ahí. No le gustaba la idea de que otro que no fuera él, lo hiciera reir, se lo llevara a dar un paseo o cualquier otra cosa. Simplemente, no le gustaba la idea de pensar en que alguien que no fuera él pusiera sus sucios ojos sobre su pareja.

Era suyo. Se lo había dejado claro desde el momento en que su relación comenzó a estabilizarse, y el ojiazul, para su sorpresa, no puso ninguna objeción ante tal afirmación.

Puede que aquel chico fuera un manipulador, un mentiroso y un liante, pero sabía (por experiencia propia), que en el fondo era muy sumiso. Podía gritarle lo que fuera a quien fuese que se le pusiera delante, pero en cuanto él le dijera que se callara, él, sin rechistar, se callaba. Si le decía que se quedara sentado en una esquina y no se moviera, él lo hacía. Si le decía que su comportamiento no había sido el adecuado y que tenía que castigarlo, inmediatamente se ponía de rodillas y esperaba gustosamente su castigo.

Su relación funcionaba de aquella manera. Él daba las órdenes, y el más joven las cumplía. Era un buen chico, y aquello era lo que más le gustaba. No hacía falta que le repitiera la misma cosa dos veces, y siempre hacía lo que él le pedía. Le excitaba mucho saber que ese joven de tan solo treinta y dos años, acataba todas sus órdenes sin emitir palabra, y lo que más le fascinaba, es que siempre estaba dispuesto a participar en sus juegos sexuales.

Sin apartar la vista de la carretera, cogió su móvil del asiento del copiloto y marcó su número. Sonaron cinco pitidos antes de que respondiera.

¿Qué pasa?

¿Qué pasa? ¿Así me hablas?

Perdón hombre, perdón. Hola superintendente.

Así me gusta muñeca. ¿Estás en casa?

Si. Estoy tumbado en la cama, no me apetece salir. ¿Por qué lo preguntas?

Curiosidad. Acabo de salir hace unos minutos de trabajar y estoy yendo para casa. Te llamaba para saber si estabas en casa tocándote los huevos o habías salido por ahí a hacer el gilipollas cómo siempre.

Bueno, pues ahora sabes que estoy en casa. ¿Cuánto tardas en llegar?

No mucho. En unos cinco minutos aproximadamente estoy en casa.

10-4 Superintendente - Intenabo (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora