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De alguna forma, él sabía.

Sabía que la tormenta interminable que estaba sufriendo por cuarta noche consecutiva tenía que ver con ella. Ni estando despierto podía olvidarse de todo eso que sentía. Estuvo evitando preguntarse todo lo que su mente le sugería porque tenía temor de conocer la respuesta. ¿Y qué si acá se terminaba todo? ¿Si ella había decidido renunciar a ellos? ¿Qué pasaba si tenía los ovarios para decirle todo lo que él no quería escuchar?

Suspiró. No sabía qué hacer. Estaba atrapado en esa casa horrible de nuevo. Lo que alguna vez fue el cielo era, en realidad, el infierno. La lluvia torrencial empeoraba, los truenos y rayos creaban una escena terrorífica, el viento golpeaba las ventanas amenazando con tirarlas abajo en cualquier momento. Los árboles fanfarroneaban con su caída, que causaría de inmediato la destrucción del edificio. Solo para echar leña al fuego, el océano parecía estar más enojado que nunca antes. Si no supiera de esto, hubiese pensado que una ola llegaría para ponerle fin a este desastre. No obstante, era muy consciente de lo que estaba viviendo. Era un sueño, nomás. Apenas abriese los ojos ante el sol australiano, estaría a salvo. Eso no le asustaba. Ella sí.

Ella estaba en la playa, frente al mar, en plena tormenta, por cuarta noche consecutiva. Lloraba durante el día y creaba la tormenta a la noche. Se sentía deprimida, se sentía sola. Sentía que nada estaba en su lugar. Se sentía insegura. Se sentía desprotegida.

Lo necesitaba, pero estaba luchando con todas sus fuerzas para mantenerlo lejos. Tenía que hacerlo sola, al igual que lo hacía todos los putos días. Eso era real, a diferencia de sus sueños. A diferencia de él, ¡por el amor de Dios! En especial, a diferencia de él.

Necesitaba lograrlo. Tenía que hacerlo. No podía seguir con esta farsa mucho tiempo más. De lo contrario, ¿cómo llevaría una vida normal? Se suponía que la iba a cortar. Se suponía que se iba a olvidar de él e iba a encontrar a alguien real. El mecanismo de defensa había caducado. Lo supo en cuanto su lindo compañero de clase la invitó a salir, y había bloqueado de sus sueños a su bebé, sin inconvenientes. Él no pudo contactarla por un tiempo, y ella tuvo un par de citas con su compañero. Se sintió en la cima del mundo... si tan solo hubiese sido la única que estaba ahí.

Cuando su corazón se volvió a romper, lo único que quiso ver fue sus ojos azules. Anhelaba sus brazos alrededor de ella. Su tierna voz era lo que la hacía fuerte. Aún así, tenía que ser honesta. ¿Por cuánto tiempo iba a seguir dejando que esa fantasía curase sus heridas? ¿Alguna vez se lo encontraría? ¿Él existía de verdad como para que eso pasase?

Lo hacía. Y ella también. Él lo sabía, lo comprendía, y ni siquiera lo ponía en tela de juicio. Pensó que ella creía en él también. ¿Por qué estaba parada sola en medio del temporal? Sabía que ella quería que fuese así porque no lo dejaba acercarse. Si abría la puerta, un árbol caería y bloquearía la salida. Si, en cambio, quería salir por la ventana, el viento no le permitiría abrirla. Incluso trató de saltar del techo, pero acabó cegado por la intensidad de la lluvia. Lo había intentado todo y se había quedado sin planes.

Pero se rehusaba a dejarla sola. La extrañaba demasiado, y podía sentir que estaba pasando por algo complicado. Quería ayudar, como siempre lo hacía. ¿Por qué no lo dejaba hacerlo? Se sentó en el piso, con los ojos cerrados y las manos en su rostro. Contó hasta diez, inhaló y exhaló.

—¿Qué pasa, princesa? —susurró.

Ella escuchó su voz y los truenos cesaron. Ambos se dieron cuenta. Mientras que ella puteó, él sonrió.

Su princesa trató de ignorarlo y recordarse que él era simplemente una fantasía.

—Sabés que existo, amor.

medianoche; luke hemmingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora