One shot

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De todas las actividades que creyó que el antiguo faraón disfrutaría, las compras estaban lejos de ser su primera opción. Es decir, claro que él mismo se entusiasmaba cuando llegaban a la tienda nuevos paquetes de cartas de duelo de monstruos o, por supuesto que, esperaba con ansias fuera del establecimiento para conseguir el nuevo videojuego pero ropa… ¿ropa? La mayoría de las veces escogía los pantalones que quería, una camisa que más o menos combinara y regresaba feliz a su casa. Sin embargo, el faraón iba de un lado a otro, mirando todos y cada uno de los tipos de prendas, colores, texturas, mientras Yugi le seguía, intentando prestar atención a las preguntas que ocasionalmente le dirigía.

Con resignación se recargó sobre uno de los taburetes llenos de suéteres. Frunció el ceño, tal vez debería… tomó uno rayado para levantarlo como si de la cosa más extraña se tratara, luego lo giró para verlo desde otra perspectiva, no, definitivamente no podía. Con un suspiro lo dejó caer en el mar de telas. Levantó la cabeza justo a tiempo para ver al antiguo espíritu caminar hacia otra sección. Torció la boca al notar que el número de chicas había aumentado. No podía evitar sentirse molesto, al principio tan sólo eran dos mujeres las que los seguían. ¿Cómo es que había otras cuatro? ¿Acaso no deberían atender a los demás clientes?

Como si algún ser divino intentara darle respuesta a sus incógnitas, un señor se acercó al grupo de chicas que rodeaban al faraón, al parecer necesitaba ayuda para encontrar una corbata que combinara con un traje que ya tenía escogido. Pese a sus intentos, el hombre fue ignorado monumentalmente, por lo que se retiró lanzando maldiciones, dejando atrás a las jóvenes que hacían lo posible por conseguir la atención del egipcio, mostrándole la infinidad de ropa que vendían. Bufó con fastidio al ver lo coquetas que dos, especialmente, se mostraban. Riendo escandalosamente y atreviéndose a tocarle el hombro.

Sus celos se vieron interrumpidos por la persona a la que iban dirigidos. Atem, caminó presuroso hasta su persona. Él parpadeó repetidas veces puesto que no había prestado atención.

—¿Qué? —rio nerviosamente, para su suerte el que alguna vez fue su otro yo le miró con ternura.

—¿Te gusta esta aibou? —inquirió mostrándole una camisa blanca de manga larga, ladeó la cabeza para observar la parte de atrás, apreciando el gorro. No estaba mal, sin embargo, no tenía idea de si era el estilo del faraón. Las seis chicas miraban atentas la escena, aguantando la respiración, esperando su respuesta. Al parecer, continuaban sugiriendo ropa para vestir a su igual. Sonrió al mismo tiempo en que negó con la cabeza.

—No lo sé, creo que no va mucho contigo —cuatro de las mujeres apoyaron su decisión, sólo para proponer otra prenda, las otras dos fueron en busca de más atuendos. El de ojos carmesí fue arrastrado hacia otra parte del enorme local comercial.

Otro suspiro escapó de la boca del menor. Nunca imaginó que terminarían así. Después de todas las veces que su vida corrió peligro, los duelos de sombras, los enemigos que buscaban el poder absoluto para hundir al mundo en la oscuridad y ahora, el héroe que terminó con todo disfrutaba de una existencia convencional, yendo de un lado a otro en la trivial tarea de buscar atuendos para armar un guardarropa que le sirviera para enfrentar su nueva vida, puesto que había decidido no ir al paraíso sino quedarse con Yugi. Inevitablemente se sonrojó.

Luego de ganar el duelo ceremonial, el pequeño no pudo resignarse a ver partir a la persona que más quería, lo amaba y no estaba dispuesto a perderlo. Se llenó de dicha al descubrir que sus sentimientos eran correspondidos, asimismo, el faraón no quería apartarse de su aibou. Los dioses le dieron permiso e incluso le proporcionaron un cuerpo. Un musculoso y funcional cuerpo para que pudieran estar juntos. Una vez más sonrió, enseguida, caminó en dirección de su novio, no obstante, mantuvo la distancia al ver a las insistentes chicas. Estaba por concentrarse en otras cosas cuando una voz llamó su atención.

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