Capítulo único

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Por esta noche y todas las que sigan...

Me perteneces.

"Me miras con esos ojos verdes como si yo significara algo. No me importa que tengas cosas mejores que hacer. Me conformo con tenerte a veces. De vez en cuando. Sé que puedo considerarme afortunada por eso, por tenerte aunque solo sea un poco."– Patrick Rothfuss, "El nombre del viento".

+18 (Explícito, precaución).

2016.

Alguna parte al oeste de Rusia.

Steve cojea por el pasillo del hotel. Es un desastre sangriento. La ropa se le pega en la piel y tira de la sangre seca con cada paso y gotea, maldita sea, gotea como una fuga de aceite. Steve respira profundo, presionándose el costado conteniendo la hemorragia, y tropieza contra la puerta de su habitación.

Maldito Fury. O le había mentido, o su informante es un mentecato de remate.

Si no fuera por él, Steve podría estar disfrutando de una cena caliente, a la luz de las velas, y alguno de esos buenos vinos que Stark fanfarronea con galante desfachatez. Podría estar admirando Manhattan al anochecer desde lo alto del penthouse con el cálido y pesado brazo del castaño en su cintura.

Pero no, Nick Fury tenía que aparecer – porque, presumiblemente, el idiota no tiene vida propia y nada que hacer más que repartir misiones en las semanas previas a San Valentín –. Steve estuvo a un segundo de mandarlo a la mierda, un segundo en el que una voz floreció en su cabeza adormilada recordándole.

«Se supone que estás soltero, Rogers».

—¿Algún problema, Capitán?

Steve había tenido que tragarse la afirmación.

No.

El Capitán hubiera sido el hombre más feliz del mundo al meter la carpeta de la misión a la trituradora y decirle a Fury que tenía un problema del tamaño de una carpa de camping en sus pantalones, pero le había prometido a Tony que esperarían un mes más antes de hacerlo público.

Pepper ya estaba bastante atareada después del último desastre público que Tony se había mandado en la Expo de tecnología en Boston el mes pasado. Una metedura de pata mayúscula que los medios habían estrujado como naranjas y del que todavía le dan vueltas en los canales de farándula.

Solo a Tony se le ocurría provocar una pelea en un salón lleno de los magnates más prominentes del país.

Stark había salido en primera plana del New York Times, aplaudiendo sobre una mesa en el hotel Boston Harbor, mientras Alexander J. Stone y Sheldon Jennings, ambos directores de grandes empresas de innovación, se arrastraban en el suelo con los puños en alto y pinta de lunáticos.

—¡Me caen como una patada en el culo! Ese idiota de Jennings no sabría la diferencia entre Newton y Einstein, aunque le pagasen; y Stone es un lameculos con más dinero que cerebro. ¡Por mi que se los coma la prensa! —había exclamado Tony como excusa.

A Pepper no le había hecho gracia, ni el espectáculo gratis ni las demandas después. Steve había preferido mantenerse al margen.

Sin embargo, el hecho había arruinado los planes que habían estado postergando por meses. Ya sea porque Steve estaba en alguna misión o fuera del país, o Tony trabajando o en conferencias. Siempre había algo que les impedía dar el paso.

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