Armando había estado con más mujeres de las que podía recordar. Todas muy similares en el físico y en la intimidad: altas y delgadas, deshinbidas, seguras de su cuerpo y deseosas de mostrarle sus habilidades en la cama. Prácticamente se quitaban la ropa solas. Y eso era lo que le gustaba, claro. Se daba cuenta de que muchas de ellas querían conquistarlo con esas artes, con esa seducción que desplegaban. Sin embargo, sólo lograban una satisfacción pasajera e incluso una sensación de hastío posterior.
Con Betty en cambio había sido lo opuesto totalmente. No por su exterior poco agraciado, en verdad no. En primer lugar, porque había estado seguro de que sería el primer hombre para ella. Y a pesar de que no la odiaba, tampoco creía que el cariño y el agradecimiento que sentía fueran suficientes para justificar su entrega.
Pero Betty se había mostrado muy segura, aún en su inseguridad, muy convencida de querer estar ahí, al punto de generar en él el deseo de ser quien le mostrara las mieles de la intimidad.
Mentiría si dijera que su cuerpo no reaccionaba a la forma en que ella se abandonaba en sus brazos, a sus besos algo torpes pero dulces, a la forma en que su cuerpo se pegaba al de él sin más objetivo que sentirlo cerca, completamente inconsciente de lo que generaba.
Ella lo deseaba y no sabía cómo expresarlo, la sentía estremecerse en sus brazos, sentía su corazón contra su pecho, latiendo enloquecido. Le tocó quitarle la ropa de a poco, con besos y caricias, mientras ella torpemente intentaba lo mismo con él.
Le tocó interpretar sus suspiros, sus gemidos, la forma en que se arqueaba ofreciéndose. Las manos de ella eran pequeñas y suaves y se movían con una mezcla de timidez y atrevimiento, deslizándose de a poco por cada porción de piel descubierta, dejando a su paso una estela de dulzura que lo conmovió por completo.
No podría decir que hizo el amor con ella. Se sintió más bien como ella expresandole su amor, demostrandoselo con su cuerpo, que no era ni de lejos todo lo grande que parecía con esas ropas anticuadas que solía llevar. Armando descubrió con placer y curiosidad su breve cintura, sus caderas, las piernas torneadas que nunca mostraba. Encontró senos firmes y naturales, de pezones oscuros y sensibles al más mínimo roce.
Cuando la penetró no tuvo ni un segundo de duda. Ni por un momento se planteó que quien estaba allí con él era su "vampirin". Sólo sintió la ternura que ella emanaba hacia él y le correspondió de la forma en que su propio cuerpo le pedía hacerlo, con la misma ternura y cuidado.
Y fue un momento de olvido de todo, un momento de sentirse relajado como hacía mucho no se sentía con una mujer. Esto no era una demostración de hombría, ni un arrebato de pasión a saciar sin importar cómo o con quién.
"Vaya con Beatriz", fue su último pensamiento antes de quedarse dormido a su lado, sin notar que su propia mano estaba sobre la cintura de ella manteniendola cerca.
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La primera noche
FanfictionOtra versión más de la primera noche de Don Armando y Betty. La narración está hecha desde la perspectiva de él, tal vez en un futuro me atreva a narrar desde el punto de vista de Betty.