Capítulo único

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El vino tinto sabe a mierda de perro líquida. Al menos eso es lo que piensa Soraru, quien ya va por la novena copa de la noche. Su pálido rostro acompañado por el carmín de la embriaguez luce ajeno a sus brillantes ojos azules, firmes en un solo lugar: el estoico rostro de Mafumafu, su más reciente adquisición amorosa, el cual siente su presencia ser devorada viva por la inconsciente mirada del borracho de turno instalado en el único sofá de su hogar.

—¿Qué te pasa, Soraru-san?—Le pregunta el albino, con el cabello teñido de rubio platinado, no muy diferente a su desabrido color natural. Le tapa uno de sus ojos, de un lindo color rubí.—Nunca te había visto borracho antes.

La inocencia gobierna su voz, pero no su alma. Un talento natural derivado de tener cara de menor de edad, pero más de veintiocho en el carné. Mafumafu rápidamente se repone de su lastimera queja para concentrarse en reposar su escurridiza mano en la delgada pierna de su amante. A cada segundo su piel quema más y más, esperando algo inminente en su relación. Es el último paso que les falta para "consumar" su gran y apasionado amor. El albino piensa en suavemente tantear el terreno, así que sube vagamente del muslo a la tela apretada del pantalón, agarrando el cierre, sin aviso previo.

—Soraru–san se emborrachó porque sobrio jamás podría pedirme que hagamos esto, ¿verdad?—Susurró Mafu, intentando poner una mirada seductora, aparentemente sin éxito, porque Soraru se quedó [técnicamente] tieso al segundo. Incluso la copa de vino en su mano llegó a parar a la linda alfombra con forma de gatito que compraron en Ikea hace como medio mes, manchándola casi por completo; en señal de su gran impresión.

El albino enmudeció. Sus ojos subieron y bajaron, desde la alfombra, al sujeto cierre del pantalón, y finalmente, a los patéticamente petrificados ojos de su confundido amante, los cuales miraban cualquier cosa imaginaria en la pared vacía sólo para no verlo directamente a él.
Mafumafu suspiró avergonzado, dando por perdidas sus inexistentes habilidades para iniciar un acto sexual.

—No era necesario ese tipo de rechazo maleducado, Soraru-san. Sé que estás ebrio y todo, así que no me enojaré. Supongo que si estuvieses sobrio no me rechazarías así...—Murmura desanimado, poniendo un puchero en sus labios delgados, reemplazando sus manos [aún en el pantalón de Soraru], por sus piernas. El borracho impresionado no hizo gesto alguno para negar la llegada del peso extra de su amante en sus escuálidas y temblorosas piernas. La cercanía de la esencia a té verde que Mafumafu expelía logró despertarlo un poco del vergonzoso trance en el que se encontraba desde su cuarta ración de alcohol.

Segundos después, en un lento tono ronco, Soraru habló:
—Efectivamente porque no puedo decirlo sobrio, creí..., creí que decirlo ebrio funcionaría, pero, al final igual no puedo hacerlo. Soy un cobarde.

Mafumafu rápidamente comprendió que esto era más serio que un simple arrebato controlado por la impulsividad del alcohol. Respiró hondo, relajando su rostro en una sonrisa comprensiva, como usualmente hace para que su Soraru-san pueda sentirse un poco más seguro compartiendo sus pensamientos en voz alta.
—¿Qué no puedes decirme, Soraru-san?

La oscura cabeza de su pequeño amante chocó contra su pecho en un instante. La intención era obvia.
—No te miraré.—Le susurró Mafu, abrazándolo de los hombros, obteniendo como respuesta los estrechos brazos del mayor enlazarse en su fina cintura.—Puedes decirme lo que sea, ¿lo sabes?

—N-No lo sé.—Gimotea, y los dedos del contrario le aprietan ligeramente la piel, quemando cada uno de sus poros. La ropa le arde contra carne, todo su cuerpo se prende en llamas. Este es el efecto que su amado produce en él, es bastante simple, pero, ¿por qué no lo puede disfrutar?

—¿Qué...? ¿Qué es tan malo que no puedes decirme?

—Es horrible.—Murmura.

Mafumafu lo mira intrigado. Han sido pocas las veces en que su amante pierde el control de sí mismo. Siempre un hombre tan controlado, cada uno de sus movimientos directos y medidos, sin dejar espacio a errores y debilidades completamente humanas. Soraru jamás lo habría dejado admirar esta vergonzosa parte de él si estuviera sobrio, el albino lo tiene bastante claro.

—Con esta linda cara tuya, nada puede ser muy terrible.—Mafu sonríe, despegando el rostro del pelinegro de su pecho, agarrándolo de la mandíbula con sus largos dedos. Un agarre suave pero firme. Eso obliga a Soraru a levantar su oscura vista azulina y chocar con los brillantes ojos de su amante en contra de su voluntad, su pobre e insulsa voluntad.—Incluso tus lágrimas son dignas de admirar. Anda, dime, Soraru–san. No me enojaré.

El mayor aguanta la respiración por un momento, desviando la vista hacia un lado, y liberándose del agarre moviendo tu cabeza levemente.
—No quiero tener sexo.—Murmura, muy bajo.

Mafumafu suelta un sonido extraño. Un suspiro ahogado por confusión.
—¿Ya no me quieres?—Pregunta, casi instantáneamente. Es lo único que puede pensar al escuchar las palabras del otro salir tan nerviosamente de sus mullidos labios rojos. ¿No soy deseable? ¿Soy muy feo para él?

—No, sí te quiero. Sólo, sólo no quiero, uhm.

¡Qué vergüenza! ¡Siquiera decir la palabra nuevamente lo llena de amargura e inexplicable incomodidad! Mafumafu jamás entendería, después de todo, él se veía muy entusiasmado con la idea de consumar su amor minutos antes.
Soraru comienza a temblar no muy disimuladamente, sintiendo la sobriedad volver a su cuerpo cuando Mafu se baja de su regazo. Él trata de explicarse, levantando sus manos y agitándolas, como un criminal queriendo justificar sus pecados. Pero, uh, ¿algo como eso siquiera podría considerarse un pecado? Él no puede descifrarlo.

—N-No hay ningún problema contigo, Mafu. Es sólo que no lo disfruto, tocar a la gente hasta ese punto, digo. Realmente no me gusta.—Él dice, en un tono un poco patético. El albino teñido lo mira sin expresión, un poco boquiabierto. Soraru lo mal entiende, sin siquiera pensar, así que comienza a profesar su mejor verborrea de borracho.—¡Olvídalo! ¿Sí? Es lo me...

—Soraru–san, cálmate.

—¿Eh?

—Pudiste decirlo desde el principio.—Murmura Mafu, sonriendo levemente. Soraru lo mira confundido, ¿qué tipo de expresión es esa? ¿Lo va a dejar? ¿Realmente terminará con él con esa bella sonrisa comprensiva en su cara?—Está bien por mí, Soraru–san. Te quiero demasiado, tanto que no podría obligarte o dejarte por algo así. ¡Ah! Estabas tan nervioso. Mi pobre Soraru-san..—Mafumafu se sienta en su regazo nuevamente, y el confundido pelinegro sólo se deja abrazar sin decir nada, disfrutando de la extraña comprensión. Incluso recibió un par de palmadas en la cabeza, como un niño pequeño siendo consolado. Wow.

—.. Sé que debí decirlo antes.

—Está bien. Me alegra que me hayas dicho.

Mafumafu besa la mejilla de su amante, y lo abraza un poco más en el silencio de la noche. Ambos hablaron por horas, en la misma posición, tomados de la mano y compartiendo sonrisas furtivas entre la oscuridad de la habitación. El olor del vino derramado en la alfombra se disolvió en el aire lentamente, hasta que en un momento ya no era tan molesto, y Soraru sólo podía sentir el sutil aroma de champú del albino, quien dormía plácidamente en su hombro, rozar su nariz. Ese tacto, ese tacto de verdad se sentía bien.

The touch | soramafuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora