*Prólogo*

75 27 58
                                    




Si creen que pienso quedarme aquí acostada lamiéndome las heridas están muy equivocados. Ellos no saben de lo que soy capaz, ya ni yo misma lo sé.

Tratando de no hacer ni el mínimo ruido me levanto de la incomoda camilla y me desplazo en puntitas por la habitación. Llevo tres días consciente y han sido más que suficientes para memorizar los horarios del personal. Abro la puerta con extremo cuidado y asomó la cabeza para cerciorarme de no hallar a nadie deambulando por los pasillos.

Esta vacío.

Bien.

Esa ahora o nunca.

Emprendo la huida por el corredor hasta la última habitación. La puerta de esta se abre sin necesidad de forzarla. Al parecer esta desocupada. Sin embargo lo pienso dos veces antes de entrar. ¿Quién sabe lo que puedes encontrarte de madrugada en un hospital psiquiátrico? Cierro y avanzo de puntitas nuevamente. La imagen de una chica ojerosa y demacrada es lo primero que me encuentro al entrar.

—Joder— el grito de espanto sale de mi boca sin poder contenerlo — Mierda— vuelvo a exclamar y no me importa soltar palabrotas ante lo que veo. Cualquiera lo haría si ve su reflejo y este resulta ser un jodido desastre.

Si, luzco más que horrible, pero no me importa. Hay cosas ahora que importan más que mi aspecto y por suerte la brisa se encarga de recordármelo. 

Corro hacia la ventana como la loca que aparento ser y me subo en ella quedando de pie sobre el marco. Ni siquiera me molesto en mirar abajo, después de lo que he vivido, un sexto piso me parece un insulto a mi habilidad. Cuento hasta tres solo para hacer los honores y me lanzo.

La caída es rápida, cinco segundos y ya mis pies estaban tocando el suelo para darme aquella sensación que tanto quería disfrutar. Es el efecto más placentero que halla sentido nunca y es tan adictivo como una droga.

Tener una habilidad te hace especial y desde hace exactamente cinco días, yo, me uní a este selecto grupo. Soy la primera en despertar su habilidad con más de veinte años. Soy la primera mujer en despertar una habilidad que solo se ha presentado en hombres. Pero sobre todo, soy la idiota que intento suicidarse saltando del acantilado más alto en todo Fénix y fracaso en el intento.

Te preguntaras... ¿Quién rayos sobrevive a una caída de 530 metros? Pues alguien que tenga la capacidad de concederle a su cuerpo una dureza que lo hace prácticamente inquebrantable: yo, la primera mujer piedra en la historia.

Sabía que el lugar de mi fatídico intento de suicidio no estaba lejos y con mi velocidad y resistencia tardo solo veinte minutos en llegar. Con pasos temblorosos me acerco al borde y  —Joder— por segunda vez dejo escapar una exclamación exagerada en mi inexpresivo rostro. La vista desde el borde es asombrosa y terrorífica a la vez. El abismo se ciñe bajo mis ojos y ni rastro del fondo sin importar cuanto me arriesgo inclinándome a mirar.

Por esto quería venir. Tenía que regresar al lugar donde miré a la muerte a los ojos y elegí ir a su encuentro. Tenía que volver y preguntarme: ¿Qué mierda pasaba por mi cabeza para tomar esa ridícula decisión?

De repente una fuerte ventisca azota mi cuerpo. Llevo una mano a mi rostro para evitar que la tierra entre en mis ojos pero la mano en la que me mantengo apoyada resbala. Intentó apoyar la otra, la ventisca me empuja, trato de sostenerme pero no puedo, vuelvo a resbalar, el viento se hace más fuerte y...

¡Zaaaz!

Estoy cayendo nuevamente por el maldito acantilado.

Cierro mis ojos esperando el momento del impacto. Voy a sobrevivir, ahora lo sé; pero la primera vez, no tenía ni idea.

¿De verdad salte de aquí con la intención de matarme?

Recuerdo perfectamente toda mi vida antes del intento de suicido. Es solo que no lo siento yo. Aquella desesperación y aquel vacío ya no me acompañan más. Todos los recuerdos de esos sentimientos simplemente parecen viejas imágenes en mi mente.

Ahora, estoy repitiendo la estupidez de cinco días atrás pero algo dentro de mi es diferente y no me refiero a mi nueva habilidad. Dicen que algunas memorias no solo quedan embebidas en tu corazón, sino también en tu vida. Supongo que ese sea mi caso. Si, ese debe ser mi caso, ¿O qué otra explicación habría? Porque puedo asegurarte que el recuerdo de aquel día cambio mi vida para siempre.

Mi nombre es Xantan Wayer, tengo veintidós años y esta es mi historia; donde todo comenzó, con un salto al vacío.

Mi nombre es Xantan Wayer, tengo veintidós años y esta es mi historia; donde todo comenzó, con un salto al vacío

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Artificial Donde viven las historias. Descúbrelo ahora