1. Destello

846 48 10
                                    

Era de noche en Egipto, los Crussaders habían entrado a la mansión de Dio que tanto habían perseguido, y tras perder a Iggy y Avdol, el joven Noriaki Kakyoin se encontraba en medio de la ciudad, con su mirada clavada en su oponente, el sueño de derrotarle, le tenía rodeado con su Barrera Hierophant, deseoso de atacar.
Jotaro Kujo les estaba observando desde lo lejos, abajo, sin que ninguno se diera cuenta. Confiaba en las habilidades de su compañero así que no se molestó en intervenir en la pelea y lo dejó todo en manos de Kakyoin.

Pero de repente pasó algo. Dio comenzó a sonreír ante la amenaza que le rodeaba y entonces, en menos de una fracción de segundo, su oponente salió disparado del campo de batalla, su arma y barrera también se había roto, y es más, no es que Kakyoin estuviese algo herido, Dio le había literalmente atravesado el cuerpo de un puñetazo instantáneo. Este aterrizó en un depósito de agua, y se quedó ahí, sin poder moverse pensando que era su fin, y lo que más le dolía era el pensamiento de que nunca más iba a escuchar la voz de sus amigos, y en especial la de Jotaro.
Cerró los ojos, mantuvo el aliento por unos minutos más y el débil cuerpo destrozado amenazaba con apagarse completamente. Pero él quería resistir un poco más, aunque se estuviese desangrado y tuviese un agujero en el abdomen, se mantenía cálido en aquel escenario tan dramático.

Mientras tanto el joven Kujo observaba la situación boquiabierto sin asimilar la forma en la que su mejor amigo había perdido contra Dio.
Se culpó por no haber intervenido, y entonces, su mejilla derecha se humedeció. Y la izquierda tardó segundos en hacer lo mismo. Comenzó a llorar desconsoladamente, mirando el cuerpo de Kakyoin. Era la primera vez que Jotaro lloraba de esa forma, ni siquiera de niño lo había hecho.
Se tapó la boca con ambas manos y luego alzó la mirada hacia Dio. Su expresión de desesperación se tornó en rabia, deseo de venganza, y en su mirada apareció un destello que tornó su rostro oscuro y aterrador.

Nunca se había dejado llevar por sus emociones, ni buscaba venganzas absurdas, pero la pérdida de aquel chico le había vuelto loco de dolor.
Fue ahí cuando salió de su escondite, acercándose a Dio con una expresión fría, amenazante, y sus pupilas cristalinas y brillantes clavadas en su cuello, que estaba decidido a partir en dos.

Pelearon así por un largo rato, hasta que Jotaro acabó con su enemigo y pagó todo su dolor dándole puñetazos hasta desfigurar su cuerpo. Una vez que había acabado, las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos, el efecto de la adrenalina se estaba esfumando, y tenía miedo de darse la vuelta y ver a Kakyoin sin vida.

Pasó varios minutos arrodillado ante él, queriendo creer que solo era una pesadilla. Se decidió a tocar la mano del estudiante tras haberlo sacado del depósito de agua. La sangre corría por el suelo y se mezclaba con las abundantes lágrimas de Jotaro, que sollozaba a la muerte, rogando que sea solo una cruel broma.

- Kakyoin... ¿Porqué tuviste que ser tu? Tu no te lo merecías, e-es mi culpa, te dejé solo, yo... -
El joven Kujo observaba el rostro apagado de su amigo y seguía disculpándose dolorido.

Le abrazó. Abrazó el cuerpo de Kakyoin y entonces...

Un latido.

Jotaro abrió los ojos como platos al sentir un movimiento dentro de su pecho. Se preguntó si era una ilusión, pero la esperanza inundó su alma.
Volvió a pegar la cabeza al cuerpo de Kakyoin.

Otro latido.

Era verdad, el estudiante seguía vivo, y un leve movimiento en sus labios llamó la atención del pelinegro.

-J-Jo... Jotaro...- Un susurro salió del supuesto muerto.

-¡Kakyoin! - Jotaro levantó el cuerpo con rapidez gracias a Star Platinum y corrió hacia el hospital mientras una sonrisa erradiaba esperanza sobre él.

-Te pondrás bien, te lo prometo, no permitiré que te vuelvan a arrebatar de mi lado.-

Dijo mientras llegaba al sitio y acompañaba a Kakyoin a que lo curasen.



Un Latido ; JotakakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora