IV

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Narrador omnisciente.

A primera hora de la mañana la comisaría era una locura, a pesar de estar casi vacía. El superintendente estaba sentado en su cómoda silla de cuero aún con aquellos gritos de sus pesadillas en la cabeza. Podía recordarlos, como si en ese preciso instante los escuchara, pero no estaban en nada más que en su cabeza; no existían, no estaban, sin embargo, él escuchaba esos gritos tan vivos que taladraban su cabeza.

Tomó su taza blanca que yacía en un lado de la mesa y la llevó a su boca dándole un largo trago a su café amargo. Exhaló sonoramente dejando sus pulmones sin aire, y luego inhaló profundamente llenando sus pulmones de aire. ¿Acaso siempre tendría esta vida? Esa pregunta se hizo presente en su cabeza.

Sin obtener respuesta de su mente ni de la vida, se puso de pie y se encaminó a la puerta con claras intenciones de salir, prefería patrullar y arrestar a los mecánicos que escuchar aquellas molestas voces en su cabeza; distracción servía para tranquilizar las putas voces que taladraban su cabeza.

Estaba harto de ellas, de las imágenes que se reproducía una y otra vez en su mente como si se trataba de un cd rayado y una misma canción.

Al salir al parking de comisaría respiró de aquel aire frío de la mañana, obviamente ignorando a los basureros y a sus estúpidas denuncias de las cual el oficial Leónidas se estaba encargando de mal humor. Se subió a su patrulla con la palabra "God" grabada en su matrícula y se dispuso a hacer un 10-33.

Al poco tiempo escuchó como de la radio provenía la voz de Sergey solicitando ayuda de sus compañeros para impedir un atraco, y sin dudarlo respondió con una afirmación con su normalmente autoritaria voz, y se dirigió a aquel badulaque en el cual los delincuentes sentían tanta atracción por atracar.

Como siempre ordenó la malla, y negoció de manera más conveniente posible para la policía. La persecución había salido exitosa, gracias a que los criminales se estrellaron contra un árbol dejando al copiloto golpearse brutalmente contra el suelo; un claro ejemplo del porque es necesario ponerse el cinturón.

Pudo ver a Gustabo hablando con el comisario Rodríguez animadamente, mientras que los alumnos se encargaban de encarcelar a los maleantes, más que nada por la práctica. Y sin ganas de que este o el crestitas le molestara prácticamente lo esquivo mirándolo con desdén sin importarle que este se diera cuenta.

—Mira Greco, ya ha llegado Papu — Dijo casi en un grito el de menor rango al comisario barbudo el cual en respuesta solo dió una pequeña sonrisa, y es que aún le parecía gracioso que el superintendente permitiera que uno oficiales le llamaran así.

—Vete a tomar por culo — Escupió el de mayor rango, mirándolo con desprecio y el menor en vez de ofenderse se río. No estaba de humor para estupideces, por más que internamente lo apreciara su frialdad siempre le dejarían claro su indiferencia, en excepciones de alguna que otra ocasión.

Con su fría mirada se fue sin siquiera anunciarlo y desde lejos pudo apreciar a Horacio hablando con Volkov el cual creyó ver algo nervioso. Paró sus pasos, y pudo ver claramente como ambos se abrazaban y los demás compañeros se burlaban y los relacionaban como pareja.

Volkov encontró la mirada de Conway, y como si esta doliera se apartó de Horacio de forma abrupta. El superintendente el cual había visto toda la escena arrugó su entrecejo con molestia y aunque algo internamente le hizo sentir que merecía explicaciones solo se giró en su mismo sitio y se encaminó a su patrulla.

Ya sentado en su patrulla encendió un cigarrillo y lo guió a su boca sosteniéndolo entre sus dedos. Sentía su pecho hecho un nudo, tan oprimido que dolía, y pronto sintió que se estaba ahogando en ese espacio tan cerrado. Exhaló el humo del cigarrillo por su boca y nariz, y volvió a inhalar aquel humo que bajó a sus pulmones y que expulso paulatinamente.

Con esa molesta sensación de opresión en su pecho apagó el cigarrillo y condujo a comisaría con una velocidad sobrepasando los límites prudentes. La molesta sensación se mantenía en su pecho dándole indicios de que su día sería una mierda. Detrás de sus típicos lentes oscuros sus ojos picaban involuntariamente, cosa que él ocultó incluso para sí mismo. Evitaría llorar a cualquier costa.

Al aparcar su patrulla entró a comisaría de muy mal humor, y pudo ver como los oficiales le cedían el paso como si por el solo hecho de cruzar miradas pudieran ser degradados. Algo que nadie quería confirmar por su cuenta.

Con una orden fuerte y clara de no ser molestado, y una radio apagada entró a su despacho. Preferiría el trabajo del papeleo que perder la cabeza en un atraco por ese tonto ruso que se comportaba de forma confusa.

Y así pasó el día entre papeles, firmas, pensamientos y el molesto sentimiento en su pecho.

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Sin siquiera darse cuenta ya la tarde había caído arrastrando consigo a la noche, tomó de aquella taza entre sus dedos de lo cual se había alimentado en todo el día; café, uno tras otro, el cual tuvo la intención de cambiar por whisky, pero fue un deseo que él mismo se negó.

El agobiante sentimiento aún continuaba en su pecho el cual sufría la opresión que había causado la escena de Volkov y Horacio. Todo había sido un abrazo el cual para un hombre difícil de expresar emociones —como Volkov— parecía muy significativo.

Si él lo había besado, se habían besado y actuaba como si nada hubiese pasado, como si ya lo hubiera olvidado ¿Acaso no era su primer beso? su actitud solo le daba a entender que no era importante. Conway quien estaba más que acostumbrado a tener el mundo a sus pies , bufó con frustración.

Horacio; Un hombre jovial que siempre le tocaba los cojones había conseguido un abrazo voluntario de Volkov. La absurda oración solo hacía que su dolor de cabeza incrementase. Era inaudito para él.

Sus pensamientos no eran más que celos hacia el chico con cresta roja, algo que nunca admitiría, pero que sí estaba presente en su interior. Sentado en aquella cómoda silla de cuero sujetó su cabeza que parecía querer explotar y observo dos cajas de cigarrillos vacías que yacían encima de su escritorio. Su ansiedad solo parecía aumentar.

Pronto acabó el turno del superintendente el cual como costumbre siempre se quedaba horas extras hasta dejar todo en absoluto orden, y este día no sería la excepción. Con cansancio se fue a su casa a más que dormir tener pesadillas.

Hola perlas. He vuelto después de meses con 1169 palabras. No es mucho, pero es trabajo honesto jpg XD. Quiero agradecer a las personas que aún están leyendo mi fanfic,a pesar de que la dejé abandonada temporal por falta de tiempo (Si tenía inspiración, pero poco tiempo para redactar) en fin. Ya me organicé y actualizaré más seguido. Gracias por su tiempo.

Sayonara. (^U^)ノ~

PD: Ahora viene lo chido ;v 

Una bala por ti| VolkwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora