Debido a sus actividades criminales de hacker junto a su amigo Ethan y a su reciente adicción a las sustancias tóxicas, Hope Stark es enviada a S.H.I.E.L.D. a mejorar su disciplina.
Pero las cosas no salen tan bien como fueron planeadas...
¡Gracias...
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Día uno: Ethan.
Su rutina de siempre comenzaba a agobiarlo. Levantarse temprano para pasar tiempo con su abuelo, pasar el mayor tiempo posible pegado a su laptop, y tomar lo primero que se encontrara en la nevera para después ir a la escuela realizando la caminata más lenta y deprimente que pudiera existir.
No tenía idea lo mucho que que afectaría la partida de Hope: llevaba días sin dormir intentando averiguar de qué carajos se trataba aquel programa en SHIELD que la rubia le había mencionado; se la pasaba horas mirando al techo pensando en cómo sería su vida si sus padres estuvieran vivos y en cómo marcharían sus días si Hope estuviera con él.
Aunque no lo quisiera admitir, sentía un gran vacío en su interior, necesitaba conversar con alguien, pedía a gritos que alguien lo ayudara, pero él mismo se hundía poco a poco en un vacío lleno de desesperación.
Se dirigió silenciosamente al aula de su clase avanzada de matemáticas mientras las miradas curiosas de los alumnos recaían en él: los rumores del escándalo sucedido con Hope habían dado la vuelta por todo el pueblo, y era de esperarse que todos se acercarán a Ethan para pedirle aclaraciones sobre el tema.
Él siempre fingía estar sordo y seguía su camino.
Cuando la clase de matemáticas comenzó, él no prestaba ni la más mínima atención: sentía que sus ojos se cerraban en contra de su voluntad, varios bostezos amanezaban con salir y se quedó perdido en sus pensamientos, mirando en una parte específica de la pared del aula.
—¡Thompson! —la voz histérica del profesor lo hizo sobresaltarse en su asiento, ocasionando las risitas de algunos—. ¿La pared le parece más interesante que mi clase?
Ethan no sabía cómo reaccionar, su cerebro no respondía y lo único que pudo hacer fue negar con la cabeza ante el cuestionamiento del profesor.
—En ese caso, ¿podría pasar a la pizarra y resolver el ejercicio?
¿Qué pizarra? ¿Qué ejercicio? Levantó un poco la cabeza y a duras penas pudo abrir los ojos, ya que se encontraban hinchados, rojizos, ojerosos y llenos de lagañas. Al enfocar su vista, pudo ver la pizarra repleta de letras, números y símbolos ¿En qué momento el profesor había escrito tantas cosas?
