Deja de quejarte y actúa.

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Deja de quejarte y actúa.

Las estrellas brillaron en lo más alto del cielo, pero debajo de todo ese lejano universo, el sonido de gritos y disparos alarmaron a los ciudadanos ingleses de los barrios más pobres.

Hombres armados con rifles y revólvers se organizaron de extremo a extremo, cubriendo todos los ángulos posibles de escape. Estaban atentos ante cualquier movimiento, ante cualquier destello blanco que usurpara los cielos y tejados de los edificios.

Varios hombres ya fueron derribados, y otros estaban ya hartos de esta cacería que se prolongó por varias horas... o días, si cuentan las noches de continua búsqueda del objetivo.

Por órdenes del jefe debían eliminar a este hombre que había arruinado su negocio y provocado tanto caos entre los comerciantes del bajo mundo. Aunque a este punto, ya no estaban tan seguros de quién estaba cazando a quién.

Sus cuerpos eran estrellados contra los muros, muchos hombres perdían la consciencia uno tras otro, con huesos rotos y contusiones graves. Algunos no lograban aguantar con vida, morían sabiendo que nadie los ayudaría, ni acudirían a un hospital por ser criminales.

La fuerza de este oponente era para envidiar, y su velocidad rivalizaba con la de un semental; eso es lo que creían al no poder ver nada por tanta oscuridad.

Nunca habían visto a un humano semejante, o nunca se habían enfrentado a un hombre que pudiera saltar y trepar muros con tanta facilidad y destreza.

¿Con quién estaban tratando?

No era cualquier sujeto como otros que se atrevieron a desafiar al jefe en busca de dinero o beneficios. El hombre claramente estaba entrenado y tenía experiencia, tácticas de inteligencia distractoras y de ocultamiento, ataques certeros y poco desperdiciados.

Pero no hubo tiempo de averiguar su identidad, no hubo tiempo siquiera de dialogar; la criatura simplemente aparecía, destruía todo a su paso en busca de mercancía, de algo en especifico. Y luego tan sólo se retiraba de la escena, justo a tiempo antes de que llegara la policía para interrogar y arrestar a los criminales sobrevivientes. Y así fue durante algunos días de la semana.

Entre todo el caos dejado atrás, Gintoki se alejó con un relicario antiguo a petición de su más reciente cliente. Pero no estaba ileso: tenía raspaduras, moretones, cortes y sangre goteando. Sus propios huesos y músculos chirriaban de dolor por el esfuerzo.

- Fue más duro de lo que creí...- Jadeó con dificultad mientras corría, el cansancio golpeando sus huesos y músculos. - Esos bastardos.- Se detuvo lentamente al verse alejado lo suficiente.

Realmente necesitaba descansar. Necesitaba... regresar a casa, con los niños, con sus amigos, su familia. Pero en cambio, estaba aquí perdido y arriesgando su vida para cumplir con un miserable trabajo del cual no le pagarían ni un centavo.

No podría resistir por más tiempo en estas condiciones: le costaba respirar por la agitación, y su cuerpo comenzó a sufrir la hostilidad del clima. Gintoki se refugió en la cima de un árbol para ocultarse y descansar por unos minutos, con la adrenalina ahora desapareciendo de su cuerpo.

En su depresión dirigió sus ojos hacia el cielo nocturno, hacia las estrellas, buscando alguna señal, algún movimiento estelar, alguna nave espacial de los amantos. Algo que pudiera regresarlo a su hogar, a su mundo.

No hubo nada, tan sólo un cielo contaminado por las fábricas que rodearon la ciudad. Y odió más que nunca la falta de tecnología, la falta de conocimiento de vida extraterrestre en este mundo prehistórico. Pero de todos modos... ¡Nunca creyó estar deseando ver a un maldito amanto!

Pero ahora que lo pensaba... ¿no sería Gintoki el amanto invasor proveniente de otro planeta?

- ¿¡Qué estoy pensando!? ¡Debo estar loco como para compararme con esas cosas!- Gritó con molestia y volviendo a retomar su destino a paso rápido. - Esto no es bueno. A este ritmo terminaré igual que el idiota de Zura: ¡Alucinando y olvidando cosas! Y hablando sólo. -

Sabía que no era bueno estar solo por mucho tiempo: los recuerdos del pasado podían volver, los fantasmas de los muertos podían atacar y era cuestión de días hasta perder por completo la cabeza. Así mismo ocurrió con el resto de sus ex compañeros de guerra, la demencia los atacó de diferentes maneras y cada uno cargando con sus propios pecados.

Gintoki no fue diferente.

Intentando renovar una vez más sus fuerzas y su motivación en decadencia, rebuscó entre el interior de su ropa una bolsa de pan de curry que salió entre sus manos, estaba un poco aplastado pero comestible. Se había vuelto su alimento preferido de este mundo, y además, era el más fácil de conseguir en las calles, quizá por ser el producto más reciente en el mercado y destinado a los más necesitados.

Finalmente, llegó hasta un barrio pobre y descuidado, casas con chimeneas humeantes. Identificó el número de la puerta, la casa de su cliente en particular se veía un poco más descuidada, con ventanas rotas y cubiertas con tablas, indicio del anterior robo que se había producido, las piedras y baldosas mohosas. Pero una luz tenue de velas traspasaba por las grietas.

- Anciano... ¡Soy Yorozuya Gin-san! Estoy de regreso, su encargo fue realizado con éxito. ¡Y más te vale pagarme!- Golpeó la puerta varias veces, intentando mantener su calor corporal, deseando refugiarse en algún fuego.

A pesar de eso, intentó verse fuerte y sin mostrar debilidad... Era un mal hábito que siempre molestó a sus jóvenes acompañantes, Kagura y Shinpachi, pues no podían adivinar el dolor y las cargas que Gintoki intentaba sobrellevar por sí mismo y en soledad. Siempre las ocultaba.

Si la determinación y la fuerza de un líder se desvanece, tan sólo surge miedo y desorientación en sus seguidores, provocando rebelión y desconfianza.

Los hábitos de guerra no podían deshacerse.

- Dices que cumpliste mi petición, pero estás todo pálido y herido... Gintoli.- Dijo el senil anciano tras abrirle la puerta, dudando de su propia decisión de contratar a este extraño. Pero no tenía otra opción, la policía seguía ignorando sus denuncias y no había nadie más a quien pedirle ayuda.

- ¡Es Gintoki! -Corrigió enojado, siendo consciente de la desconfianza que sus clientes sentían hacia él. - Obviamente no soy invencible y estoy muriendo de frío, pero tengo mis métodos.- De su kimono sacó el objeto que buscaba el anciano.

En otras condiciones nunca hubiera aceptado un trabajo tan arriesgado sólo por un simple relicario, pero su debilidad por las historias tristes y conmovedoras de ancianito solitario sin familia ni esposa fue suficiente para rendirse ante sus pies y actuar sin pensar en las consecuencias. Incluso si eso implicaba rastrear y atacar a grupos ladrones que se hacían pasar por mafiosos... Pero Además, necesitaba comer.

El anciano suspiró con alivio al reconocerlo, y se olvidó de las preocupaciones tras recibir su objeto perdido. Un simple objeto que conservaba una parte de la persona que amó, protegida por una piedra incrustada en su exterior, lo único de valor monetario que había provocado el robo, además de su antigüedad.

Pero al observar al extranjero molesto y de pie todavía en la puerta, no tuvo otra opción que dejarlo entrar.

Esa noche al Jorozuya se le permitió quedarse en la casa por última vez, como pago por sus servicios, siendo que se le podía pagar de diferentes maneras. Él solía pedir comida, dinero, alojamiento, medicamentos u otros objetos que le pudieran servir. Por lo tanto, el anciano, ofreció comida caliente y alojamiento; aunque  hubiera preferido pagarle con monedas y no verle más, pensando que era un criminal que escapó de su país.

Durante el resto de la noche, Gintoki tuvo que recurrir a métodos más creativos y rústicos para asegurar su propia higiene ante la falta de agua corriente, incluso para la desinfección y curación de sus heridas.

Pero aún con todo esto, no pudo evitar que su cabello naturalmente blanco y rizado se tornara gris y espeso.

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Black and Silver [Crossover]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora