Durante el invierno de 1891 había comprado aquella gran propiedad a el señor Samuel Graham, un estadounidense que había vivido gran parte de su vida ahí pero que debido a los años de su servicio en el ejército su salud había decaído y era orden médica guardar reposo absoluto. Aquella propiedad era enorme y bella. Construída en el año 1864 por Sir James Defoe que era un arquitecto espléndido y quien cuyo trabajo consistió en diseñar básicamente toda la ciudad de Birmingham. Naturalmente el talentoso arquitecto había dotado a la mansión de un cierto dejo de encanto y sus pilares griegos de mármol como pared para la entrada no hacían sino mejorar su aspecto. Era la maravilla de la calle ...
Siempre había amado aquella propiedad. Cuando me hice millonario ya era tarde para adquirirla pues el anciano caballero ya la tenía en su poder. Tuve que esperar a que pasaran cinco años para poder comprársela pues nuestro cansado personaje decidió irse a su patria a descansar en el ocaso de su vida. Gracias a un conocido en común de los tiempos en que frecuentaba el club para caballeros de la calle Bleecker di con el señor Graham. Al presentarme el día del traspaso se le veía muy pálido, más encorvado y un poco desubicado. El trueque se dio sin mayor inconveniente. El caballero Graham me cedió la propiedad con unos cuantos muebles y de entre todos uno de ellos llamó poderosamente mi atención. Era un espejo de tal vez dos metros de alto, pintado de manera muy atractiva de un color tipo dorado que trasvestía mucha antigüedad. Encima del espejo estaba posado un elefante con cuatro brazos, sentado en posición búdica. Me sentí sorprendido de que el señor Graham dejara ese magnífico espejo. Decoraba la gran sala de estar de una manera tan prolífica que absolutamente se daba a resaltar.
- ¿Es que ha decidido usted regalarme este espejo tan bello, señor? -pregunté esperanzado en que dijera que sí ante mi interrogante.
El señor Graham se volteó mientras se ponía sus guantes de cuero. Se acomodó los anteojos, me miró y dijo mientras se ponía su sombrero:
- Creo que su nueva propiedad se ve mejor con el espejo. No me atrevería a sacarlo de esta casa. Además y en todo caso sería una tarea agotadora transportarlo conmigo. Así que en efecto se lo estoy regalando, señor Jones.
El señor Graham me estrechó la mano, se despidió de su ex mayordomo, un africano nacido en Londres, quién sería ahora mi mayordomo, tomó su bastón y salió por la puerta principal. Afuera había un carruaje un poco rústico a la antigua que daba una impresión espeluznante. Se lo llevaría para no volver a verlo nunca más. Deseé muy en el fondo que al final de todo el anciano caballero tuviera un final feliz. Por otro lado yo pasé días en movimiento, terminando de instalar todas mis cosas en el nuevo inmueble e intentando vender mi antigua propiedad en Brick Lane. Obtuve 600 libras esterlinas y con eso decidí proseguir con mi vida. Tuvieron que pasar dos meses para poder realizar que el espejo estaba maldito.
En cuanto a la propiedad estaba ubicada en la 16 de Morwell Street y resultó ser una gran propiedad a un costo no tan alto, principal motivo de adquisición. El segundo motivo era su ubicación, pues a unas cuantas calles de Dean Street había una vieja biblioteca en donde solía ir a reposar en el confortante calor del cuero y el papel. Y el tercer motivo era su aislamiento. Nada llegué a amar más que la soledad, el mantenerme alejado de la sociedad era una cuestión muy importante para mis propósitos meramente egoístas. No soportaba la calidez de otro ser en la misma habitación y aún hoy día sigo sin soportarlo. Creo que posiblemente mi comportamiento resulte enfermizo para los demás, pero así encontré mi propia libertad. En conclusión, no tenía vecinos y eso me complacía muchísimo.
De ese espejo la verdad no sé con exactitud si era del siglo pasado, tampoco si el señor Graham lo habría comprado a alguna persona que conocía de hechizos y maldiciones. Me estremezco cada vez que pienso en ello. Lo único que sé con certeza es que ese espejo posee el poder de mostrarte el inenarrable destino que prepara el final de tus días. Incluso puedes sentirlo en tus venas cada vez que tus ojos voltean a ver aquél espejo, cómo la sangre se siente helada y como ese frío alimenta cada recóndita parte de tu cuerpo. Aquél maldito espejo representaba los miedos más profundos, los más ocultos, los más repugnantes de cualquiera que se atreviera a mirarse en él, y si por un acto de valentía (aunque yo diría insensatez) lo hacías, inmediatamente verías lo peor de lo peor e incluso puedo exclamar sin temor alguno a equivocarme, en que te verías a ti, pero en el mismo infierno.