Capítulo 14: Heridas abiertas

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Observaba el líquido ámbar en mi vaso de cristal

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Observaba el líquido ámbar en mi vaso de cristal. Había perdido la cuenta de cuanto había tomado después del décimo trago, y el estudio de mi apartamento era un lugar lo suficientemente cómodo como para encerrarme y ahogarme en tanto alcohol como quisiera.

No dormía, no comía, no tenía cabeza para los negocios, apenas si podía respirar. Samantha se había ido hacía dos semanas, me había dejado solo, solo con mi dolor, con mi agonía.

La lastimé, le fallé, a ella y a mi hijo y ahora no quería verme. La comprendía, ni yo quería estar en mi propia piel.

Volví a empinarme el trago, alcanzando la botella para rellenar mi vaso, soltando un gruñido cuando la noté vacía. Me levanté del asiento de cuero marrón, sosteniéndome del filo de la mesa de mi escritorio para evitar caerme, anduve tambaleante hasta la licorera, agarrando otra botella de whisky. Mientras la destapaba, escuché mi celular sonar avisando la llamada entrante, no quería contestar, no lo haría, mi familia tenía prohibido molestarme y le había dicho a mi asistente que no me interesaba nada relacionado a la empresa. Dylan se ocuparía, sino irme a la quiebra no sonaba tan mal, después de todo, yo ya me encontraba completamente quebrado, era como un caparazón vacío.

—Ya, cállense—balbuceé en dirección al aparato que no dejaba de sonar. Lo señalé cuando la llamada entró por tercera vez. —Púdrase, quien quiera que seas.

Entonces, tomé mi trago y me devolví al escritorio con botella en mano. Y bebí un vaso, luego tres, después seis, hasta que todo se volvió negro.



—Dios, apesta a licor aquí.

—Harry...

El sonido de un sollozo me despertó de mi inconsciencia, la visión borrosa me permitió distinguir a Harriet quien trataba de levantarme del escritorio donde me encontraba recostado. Gruñí viendo a Dylan al otro lado intentando ayudarla. 

—Dije que... que quería... estar solo—medio balbuceé.

Mi amigo apretó los labios en un fina línea mientras que mi hermana negaba lentamente.

—Tenemos días sin saber de ti—murmuró, logrando colocar mi brazo alrededor de su cuello. —Esto no es sano, Harry.

—¿Sano? Sano estaba mi bebé—fruncí el ceño sintiendo las punzadas de dolor en mi cabeza. —Pero aun así murió porque yo no lo quería.

—Está diciendo cualquier cosa—le comentó a Dylan quien también había logrado colocar mi otro brazo alrededor de su cuello. —Llevémoslo a su cuarto, necesita una ducha mientras le preparo algo para que coma.

—Te ayudaré con el baño.

Gruñí queriendo insultarlos por meterse en mi vida, pero el mareo que me recorrió mientras me arrastraban lejos del estudio logró callarme.

Sorpresa Agridulce Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora