Eien (La eternidad)

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Cuando la lluvia era demasiada, el olor a la brisa y a la hierba se intensificaba hasta perfumar toda la sala. El petricor, el humo del té y la luz de la luna se entremezclaban y armonizaban con el canto de los grillos para lograr tranquilizar al célebre Hamada Hiro por las noches.
Se trataba solamente de un jardín interno de no más de dos metros por cinco de largo, casi sólo un estanque, césped y piedras redondas encerrados en un nicho entre las paredes blancas de la enorme casa; mas la templanza que éste y su tragaluz brindaron al científico en días como ése, era incomparable con casi cualquier otra cosa en sus días.

Hiro era un hombre joven que parecería tener bastantes pasiones y relajaciones en su vida, a pesar de aquella agradable timidez que le asomaba en toda conversación. La ciencia y la ingeniería, tan sagradas para él y culpables de su entrega vitalicia hacia la vida académica y la investigación, así como los pasatiempos cultos que compartía con sus colegas y que se colaban en las fotos de las revistas de sociedad, así en toda su exquisitez, llegaban a parecer tan fútiles ocupaciones ante ciertos placeres que aquél, notable estrella de la ciencia y la tecnología de su tiempo, hallaba deliciosos para sí y sólo para sí. Sabores, olores y preferencias que atesoraba con amor: el olor a yerba mojada, las aventuras y las conversaciones de las doce de la noche. Tan sencillo como eso.

Empeoro...

-Llovió demasiado hoy.

De todos aquellos placeres, había algo en la Tierra que era capaz de causar un efecto tan poderoso en él, que le hacía olvidar a todos los demás.

-Miguel.
-¿Sí?
Hamada recogió en el suelo la tela de su yukata negra, palmeando la duela oscura de madera a su costado.
-Ven y siéntate -pidió-. Está tibio.

Su acompañante, un moreno alto y destacable, de acento latino, lo observaba sentado en uno de los sillones más cercanos a la mesa de centro, dubitativo.

-¿Seguro? -preguntó el hispano, frunciendo las cejas- ¿No interrumpo tu magia?
Sus ojos se conectaron en la penumbra apenas cortada por la luna.
-Definitivamente no, Miguel -negó el otro- Y aunque así fuera, has interrumpido demasiadas cosas este día. Ésta es una más que yo mismo te pido que interrumpas.

Una sola cosa había en el mundo. Un efecto único.

-Hazlo. Por favor.

Sin estar aún tan convencido, Miguel flexionó el cuerpo y se sentó, en flor de loto, junto a su amante. Hiro volvió a posar la mirada entre las interminables hojas de la enredadera y las plantas exteriores, y su favorito quiso copiar el gesto, tratando de encontrar la misma serenidad ante las plantas. Sin embargo, no entendió por completo.

-No sé nada de los rituales japoneses -masculló, un tanto avergonzado-. ¿Esto es uno? ¿Qué hago? ¿Cómo?
-No lo es, Miguel.
-...
-Aquí es donde me gusta meditar, y no hay mayor explicación. Vine aquí muchas veces a lo largo de mi carrera, y de...
-...
-...
-¿"Y de"?
-Y de nuestra relación.
-... Oh.

Aún se escuchaba un ligero retumbar bajo las nubes. Llovería muy pronto otra vez.
Las últimas lloviznas del mundo estaban siendo bastante hermosas; bastante, pensó el mexicano, al observar la trayectoria del chorro de luz fría brotando del agujero en el techo, y las moléculas acuosas pequeñas atrapadas en su corriente invisible. Justo como la humanidad.

La noticia se hizo pública una semana atrás, pero hacía casi dos que Hiro, otros ingenieros y el equipo de cerebros de la Estación Espacial Internacional la conocían. Hubo una ligera sospecha de que algo andaba mal en los cielos desde meses atrás y la fuerza de inteligencia científica y militar transnacional se había esforzado y empeñado en encontrar tanto el problema como la solución. El mestizo de japonés y americana, conocido por su juventud y talento en esos rubros, formaba parte de la división ingenieril en el momento en el que todo se aclaró y llamaron a la primera junta de urgencia. Así, él se convirtió en uno de los primeros seres humanos en enterarse de que no sólo ellos, sino que toda la vida en el planeta tenía los días contados y, éstos, en suma, no contaban ni siquiera un mes.

Eien
(永遠。)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora