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Ya he vuelto, y como bien dije, habían dos opciones, una, la correcta, y otra mala, por desgracia ocurrió la mala. Mi camino se torció mucho y yo no paraba de empeorar.
Hace más de tres semanas que he vuelto al hospital y esto no tiene pinta de que vaya a terminar pronto.
Los primeros tres días fueron terribles, yo estaba irreconocible, totalmente fuera de mí, odiaba aquella situación, odiaba a la enfermedad, me odiaba a mí misma, directamente, odiaba al mundo y a todo aquello que habitaba en él. No recuerdo nada de esos días, mi cabeza estaba tan saturada que no pudo guardar ningún recuerdo de aquellos días, solamente el sufrimiento que generé, tanto a mi como a mis padres, porque recordad, en esta lucha no se está solo, siempre hay alguien que se preocupa y sufre con nosotros, al cuarto día echaron a mi madre del hospital y se quedó solo mi padre, lo que empeoró la situación aún más, ya que por mi culpa, mi padre también estaba fuera de sí por todo el daño que yo le había estado causando por culpa de mi enfermedad, pero eso solo duró unos días. Al sexto día ya empecé a recuperar poco a poco la cordura, se me despejó un poco la mente y pude volver a retomar el mal rumbo que llevaba.
A pesar de estar en el hospital, seguí bajando de peso, seguí hasta que me pusieron una sonda. Los primeros días la dosis era escasa, y comía muy poco, así que continué bajando de peso hasta ya alcanzar el límite. Fue ahí cuando me aumentaron la dosis y todo empezó a mejorar.
Me pesan los lunes y los jueves, recuerdo que un jueves yo tenía mucho miedo debido a que me habían amenazado con sacar a mis dos padres del hospital si yo había bajado aún más de peso, por suerte, eso no pasó, y no solo es que no había bajado, sino es que además, había subido. Claramente el hecho de haber subido a mí no me gustó nada, pero ese disgusto se vio oculto por la felicidad de saber que mis padres se quedaban conmigo. Siguieron pasando los días y yo me esforzaba en comer, había una lucha entre el miedo a engordar y entre el miedo a perder peso. Gracias a la sonda, y al cambió del menú, ganó el hecho de subir de peso y gracias a la subida, pude empezar a pensar por mí misma y no manipulada por la enfermedad como había ocurrido hasta ese momento. Fue ahí cuandome di cuenta de cómo odiaba la situación y de cuántasganas tenía de salir de ella.
Durante los días siguientes me di cuenta de que, a pesar de que me seguía restringiendo, las comidas ya no me parecían un infierno e incluso cada día notaba menos miedo a engordar, es decir, me estaba recuperando. Eso no fue solo gracias a mí y a mis padres, eso también fue gracias a absolutamente todo el personal del hospital donde residía: psiquiatras, médicos (pediatras), enfermer@s, auxiliares y hasta el personal de la limpieza que me ayudaron a recuperarme.
A pesar de que durante mi estancia aquí he sufrido bastante, también he mejorado mucho, el otro día me miré al espejo y vi algo que llevaba mucho sin ver, vi a una Júlia sonriente, sonriendo con una sonrisa de verdad. Fue maravillosa la sensación y fue justo ahí cuando me di cuenta de 3 cosas: en primer lugar me di cuenta de que todo el sufrimiento había valido la pena, en segundo lugar me di cuenta de que el personal solo hacía su trabajo para que yo me recuperase, muy buen trabajo por cierto, y que lo estaban consiguiendo con éxito, por último me di cuenta de lo más importante, me di cuenta de que yo era fuerte y que podía salir de la enfermedad, de que lo iba a hacer costase lo que costase, estaba dispuesta a pagar cualquier precio. Desde ese día todo ha ido mejorando, yo he seguido engordando, y no me ha importado, he vuelto a aprender a sonreír, he vuelto a ver sonreír a mis padres, he oído como él personal del hospital me decía que notaba mucha mejoría en mí, he sentido ganas de comer en diversas ocasiones y un montón de cosas buenas más.
Ahora estoy a la espera de una gran decisión: quitarme la sonda, esa decisión la tomarán los psiquiatras junto a las pediatras, si me ven con fuerzas, me la quitarán y tendré que empezar a comer por mí misma todo lo necesario. Con un poco de suerte, todo saldrá bien y pronto podré volver a casa a seguir con mi recuperación, una recuperación que sé que será larga y dura pero yo la cogeré con todas mis fuerzas para afrontarla lo mejor posible.
Al final se decidieron por quitármela. No salió del todo bien. La primera semana si que mantuve mi peso y mi estado de ánimo continuó siendo el mismo, pero en cambio, a la segunda semana empecé a bajar lentamente mi peso. En esa semana prácticamente no se notó el cambio, yo seguía igual de alegre y con las mismas fuerzas y ánimos que las semanas anteriores.
La tercera semana todo salió mal, el lunes había perdido ya bastante peso y además había dejado de sentir hambre. Para el jueves, ya había perdido más de un kilo y tanto mi estado mental como anímico ya había empezado a cambiar. Eso alarmó a todos los médicos ya que si seguía así volvería a perder la cabeza y estaríamos como al principio de la enfermedad. El psiquiatra habló con otro psiquiatra de un hospital más grande y con una planta específica de casos como el mío para que me priorizara en la lista de espera. La preocupación fue tan grande que me volvieron a sondar aún sabiendo que en 4 días me iría de ese hospital y me la tendrían que quitar.

Historia de una anoréxicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora