Capítulo 7

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7. GRANDES CONSECUENCIAS

Cuando veo a la mesera acercarse con la bandeja que trae lo nuestro empiezo a rezarle a cada dios que conozco. Veo casi en cámara lenta cada paso que da y hasta me dan ganas de preguntarle por qué pone dos malteadas en una bandeja si puede traer de a una en una con más cuidado.

Finalmente ella llega y pone nuestra orden sana y salva sobre la mesa. El suspiro de alivio que suelto es de todo menos sutil.

—¿Traumas? —pregunta Aurora de repente, mirándome. Enarco una ceja y ella explica con una sonrisa—: Azucena me contó que te bañaron en malteada una vez; por tu cara parecía que lo esperabas de nuevo.

—No lo esperaba, pero siempre es una posibilidad...

Aurora asiente burlona antes de tomar una liga que tiene en la muñeca para sujetar su cabello negro y lacio tras ella. Lo peina con dedicación, como si necesitara estar pulcra ante el vaso de malteada y eso me hace sonreír. Una vez su rostro está despejado, se inclina para tomar una cucharada de crema batida.

—Dicen por ahí que vendes suerte —comenta tras unos segundos—, ¿no puedes gastar un poco para ti mismo y evitar esas cosas?

Frunzo los labios sobre el pitillo de mi malteada, pero a la vez noto que su pregunta tiene un tono de burla e incredulidad.

—¿No crees en la suerte?

Rueda los ojos con el pitillo apresado entre sus dientes.

—Sí creo... pero tú vendes frascos vacíos a los estudiantes.

—La suerte es transparente.

—¿Entonces para qué las botellas?

—Buena imagen. No puedo vender mero aire, al menos con las botellitas doy algo tangible.

Evito decir que las botellas no son inútiles, pues ellas permiten que la suerte se vaya con otra persona, de otro modo solo podrían usarla conmigo presente. "Embotellar" es más literal que metafórico en este caso, pero decirlo solo sacaría más preguntas y ese tipo de detalles no se le dan a nadie... excepto a Azucena.

—Vendes ilusiones.

—En algo debe creer la gente.

—A veces, creer demasiado puede ser peligroso.

—No creer en nada también.

Se ríe.

—Lo dudo. Ser incrédulo te mantiene lejos de las fantasías.

—¿Lo eres? ¿Incrédula?

Con el mentón inclinado para no soltar su malteada, me observa con ojos brillantes.

—Creo en lo que veo.

Suspiro.

—En fin, ya no vendo nada últimamente.

¡Esa suerte es mía! •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora