Capítulo 10

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Encontrarse con el duque había sido tan solo una anécdota. No pensaba que eso fuese a estropear mis días, aunque cuando llegué al castillo donde se celebraría el baile con un vestido blanco con detalles rosados, me fue imposible no distinguir su esencia en todas partes. Era como si estuviese allí mirándome y eso lograba ponerme de peor humor del que hubiese podido imaginar. Sabía que no estaría allí porque él me lo había dicho, pero no hacía falta cuando estaba en su terreno.

La música sonaba para deleite de todos cuando entramos en la gran sala destinada para ello. Los criados vestidos con trajes casi tan exquisitos como los nuestros, nos dirigían con una sonrisa hacia el lugar y nos ofrecían copas y comida para que no fuese solo el baile lo que encendiese ese ambiente de jolgorio.

Mi hermana estaba exultante. Jamás la había visto tan feliz salvo el día de su boda y todas las piezas las estaba bailando con su esposo. Yo, mientras tanto, me deleitaba observando la exquisitez del lugar y también disfrutando de las otras historias que ocurrían a la vez en un mismo sitio.

Tal y como estaba dispuesto, los hombres y las mujeres, invitados de la pareja recién casada, llegaban al lugar. Eran bienvenidos y se perdían después entre conversaciones y risas mientras los bailes poco a poco se iban sucediendo. Era una simple espectadora y procuraba mantener mis ojos alejados del hombre que aún provocaba dolor como espinas desgarrando mi pequeño e insignificante corazón. Su sonrisa no me hacía tan feliz como antes cuando sabía que tenía dueña y aunque le amase quizá más de lo que le había amado en el pasado, debía mantener la tentación fuera de mi mente.

El doctor llegó temprano y seguramente, al verme a mí antes que a Agustina, se dirigió hacia mi posición dispuesto a darme conversación.

—Buenas, Mónica.

—Doctor, es un verdadero placer verle por aquí —aseguré después de sentir el beso en mi mano—. Insistimos mucho en que fuese invitado, espero que le sea de agrado el baile.

—Oh, lo es. Es un baile maravilloso, sin duda. Exquisito en todos los sentidos. Jamás había estado en uno tan grande y elegante.

Justo en ese momento, igual que si hubiese distinguido a la perfección al amor de su vida entre medias de todo el gentío, Agustina se acercó a nosotros dispuesta a interrumpirnos.

—¡Doctor! Qué agradable sorpresa.

El médico dejó de mirarme sorprendido y abriendo la boca igual que como lo haría un pez a punto de boquear y sonreí para mí misma imaginando que esa sería la forma que tenía de ponerse nervioso demostrando ante todos que mi prima no le era indiferente de ninguna manera. Coloqué mis manos a mi espalda adorando que al fin fuese capaz de vivir una historia de amor como le correspondía y, quizá, si todo marchaba como debía, en pocas semanas podríamos tener un nuevo anuncio de boda.

—Señorita Agustina, lo mismo digo —respondió con una sonrisa antes de volver a dirigirme su atención.

Por suerte, habíamos hablado de esto mi prima y yo. El médico parecía ser bastante vergonzoso así que a duras penas si le podía mantener la mirada. Centrándose en mí tenía un objeto donde huir, lo mismo que haría si estaban solos en algún momento.

—¿Ha ido todo bien desde nuestra última visita? —preguntó en un intento por llamar su atención de nuevo ya que no podía evitar ciertos celos que eran solo infundados. Mi prima era así, y parecía que aquella vez, sacando esos celos innecesarios, demostraba que sí estaba completamente encandilada con el doctor.

—De maravilla. Sí. Los pacientes se portaron bien y solo tuve que hacer unos cuantos domicilios. No hubo ningún otro brote de esa enfermedad que padeció y aunque lo hubiese habido hubiese sabido contenerla —aseguró llevando sus manos también a su espalda.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora