Capítulo 12

2.8K 216 23
                                    

Puede que él sintiese lo mismo porque no volvimos a encontrarnos hasta el día de la boda. Mi madre había visto eso muy irregular, pero había mantenido en completo secreto los pormenores de nuestro encuentro. El doctor tampoco se había atrevido a regresar y la boda había terminado siendo preciosa, tal y como debía ser una boda de postín.

Después de la fiesta en la que recibí la envidia y admiración de todas las mujeres. Sebastián me habló y me aseguró que estaba muy feliz por mí. Aquello había clavado una daga en mi corazón terminando por amargar aún más un momento que terminaba volviéndose más y más crudo a medida que la noche llegaba.

Le esperé sentada en la cama, nerviosa, jugando con una de las cintas que tenía mi ajuar. No sabía qué esperar de un momento como ese. Mariano y yo no habíamos vuelto a hablar demasiado y habían sido más las expectativas creadas con los años de lo que podía ser todo eso que la verdadera naturaleza del momento. Era hora de cumplir.

El duque abrió la puerta de la habitación media hora más tarde de que la última criada se hubiese marchado del lugar. Me levanté por instinto, pero me sentía casi desnuda a sus ojos porque nadie me había visto llevar tan poca tela que no fuese una mujer. Recorrió mi cuerpo con la mirada y se quitó la chaqueta antes de colocarla sobre los pies de la cama. Allí, apoyó sus manos y me miró a los ojos.

—¿Te ha gustado la fiesta?

Asentí bajando la mirada a mis manos.

—Mucho. Ha sido preciosa.

—Quería que fuese a tu gusto.

—No tenía porqué...

—Tutéame, Mónica —me interrumpió antes de inclinarse hacia abajo un poco, flexionando sus brazos y buscando mi mirada—. Creo que es la primera vez en mi vida que te veo tan nerviosa o comedida. Casi pareces tenerme miedo.

Levanté la mirada y solté un profundo suspiro. No era miedo, no al menos a él. Me crucé de brazos y una sonrisa apareció en su rostro como respuesta.

—No le... te tengo miedo. Solo que no sé qué se supone que tengo que hacer ahora. Yo... no sé nada de esto.

Caminó hacia mí y se sentó a mi lado en la cama. Me observó durante más tiempo del que fui capaz de mantenerle la mirada y se encogió de hombros.

—Hasta que no se hace, nadie sabe nada de todo esto.

—Pero los hombres tenéis una ventaja, ¿no? —musité volviendo a jugar con aquella cinta.

—¿Por experiencia?

Asentí avergonzada enrollando la tira en mi dedo mientras él se carcajeaba.

—No he tenido nunca esposa, así que, en cierto sentido, esto es nuevo para mí también —replicó inclinándose hacia mí y aspirando el aroma que desprendía mi piel—. Tienes un olor muy dulce.

Le miré con los labios entreabiertos sin entender qué era lo que debía responder a algo así. Me pregunté si siempre tenía un diálogo todo ese momento y yo no me lo había aprendido ya que nadie me había dicho lo que debía contestar.

Sus ojos volvieron a encontrarse con los míos y acto seguido, desvió su atención a mis labios antes de acercarse más. Rompió la distancia de modo que nuestras bocas volvieron a encontrarse y me sorprendió la manera en que reaccionó mi cuerpo porque ese mismo terremoto volvió a aparecer. Podía acostumbrarme a esa reacción devastadora que me dejaba sin fuerza alguna. Su gentileza me desarmaba y mi cuerpo temblaba a merced del son que él quisiese tocar.

—No tienes que estar nerviosa, Mónica —susurró contra mis labios rozándolos con los propios y logrando desestabilizarme por completo—. No tienes que cumplir. Yo no quiero que cumplas.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora