Capítulo 20

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A la mañana siguiente, me vestí para ir a desayunar. Intenté que el enfado no formase parte de mí aunque me resultaba imposible al recordar lo que había sucedido el día anterior. Me senté en la mesa y no tardó mucho más tiempo en aparecer mi joven cuñada. Me sonrió y se sentó en su lugar. Acto seguido, las criadas dejaron la comida.

—Que aproveche, señora, señorita...

—¿Y el señor? —pregunté mirando a la misma criada que nos había servido.

—Salió de viaje esta mañana nada más amaneció.

Sentí que mi estómago se retorcía quejándose porque no me había dicho nada.

—¿Sabemos cuándo llegará?

—No lo dijo.

—No te aflijas —dijo Remedios logrando que saliese de mi ensimismamiento mientras dábamos en pequeño paseo por el jardín—. Mi hermano siempre hace eso. Sin previo aviso debe irse. Tiene muchas responsabilidades tanto aquí, como fuera.

La delicada muchacha me sonrió y terminó sentándose en un trozo de tela que habían puesto para nosotras por pura petición suya. Dio palmas a su lado para que me sentase allí y el césped estaba lo bastante mullido como para no caer en plano y duro cuando me senté en el suelo.

—Sé que no estáis enamorado —murmuró de pronto logrando sorprenderme—. No quiero decir que no merezcas que te amen ni nada de eso, pero él se había enamorado de una mujer muy poco tiempo antes que de ti. Decía que era el amor de su vida. Aunque yo discrepo.

—¿Por qué? ¿La conociste?

Ella negó antes de juguetear con una brizna de césped.

—Pero sé que el amor no puede ser verdadero sino es correspondido. ¿Qué sentido tendría? ¿Cómo puede ser el amor verdadero de alguien si no hay posibilidad alguna de que las personas sean felices en algún momento?

—Hay amores puros e imposibles —aseguré mientras veía cómo los cabellos de la chica se movían al son de la brisa que acariciaba nuestras pieles—. ¿Has leído a Alighieri?

—Sí. Sé que él amó a una mujer mucho menor que él durante toda su vida y que jamás estuvieron juntos. Aunque hay algo que no me encaja en todo eso.

La forma en que tenía de hablar sobre el amor parecía mucho más experimentada como si no fuese tan joven, como si no tuviese que apenas más de quince años.

—¿Qué?

—¿Existe hombre que pueda mantener el amor ciego de una persona que no ve y sobrevivir con puras migajas? No, no lo creo. Se vieron nada más que un par de veces y es ridículo pensar que con eso ya la conociese. Creo que la idealizó, por eso fue fácil seguir enamorado de ella, pero no la conocía. Ni se hablaban ni se veían. Un amor verdadero no puede ser así —concluyó antes de dejar escapar de entre sus dedos la brizna de hierba que había cortado dejando que esta se fuese con la brisa—. ¿Quién puede soportar un amor sin recibir nada?

Me quedé en silencio pensando en Dante y Beatrice. Después, me vino a la mente Sebastián. Él jamás me había hecho creer que sintiese algo por mí, pero no hacía falta ya. Había sufrido por amor, pero no había sido hasta que sabía de su enamoramiento con otra mujer que el verdadero sufrimiento no había llegado. Antes había pensado y soñado en la realidad de ese gran amor entre ambos. Así que, durante ese tiempo había estado recibiendo migajas tal y como Remedios había dicho. Me dolía pensar que probablemente fuese cierto. Quizá solo con la idealización sería posible amar a alguien eternamente si no se recibía nada a cambio, ni lo más mínimo. Aunque me gustaba su definición del amor verdadero. Tenía que ser posible sino no podía llamarse de ese modo.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora