Sexto Cambio IV

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El sábado llegó y, con él, un nuevo fin de semana que prometía ser cuanto menos intenso. Estefanía había logrado que Miriam se apuntase a un grupo de ayuda en el que pudiera escuchar otros testimonios de mujeres que habían sufrido lo que ella. Que habían tatuado en su piel lo que era vivir con un maltratador día tras día.

En el fondo teníamos la esperanza, no solo Tefi sino el resto del grupo de amigos, de que ella se sintiese identificada en esos relatos y quisiera dar el paso que debió de dar desde el primer momento: denunciar ante la policía. Pero claro, desde fuera todo se ve infinitamente más fácil y sencillo, como si tomar esa decisión no fuese duro, como si reconocer que lo que te está pasando a ti y que jamás pensaste que te pudiera llegar a pasar, no fuese como un golpe en las costillas. Por si eso fuera poco, hay ocasiones en las que avanzar y salir del agujero es más complicado porque incluso las víctimas tienen pensamientos negativos recurrentes en los que se echan la culpa, pensamientos que les llevan a preguntarse continuamente el motivo por el cuál han bajado la guardia tantísimo como para dar acceso a alguien así, sin escrúpulos. Y no se dan cuenta de que esa manera de pensar, en la que crees que lo que pasa es culpa de la víctima y no del verdugo, está fomentada principalmente por haber vivido sometidas a su maltratador y haber sufrido su manipulación, y que jamás de los jamases la víctima tiene la culpa. Nunca, por mucho que su maltratador se lo haga ver, por mucho que en ocasiones la sociedad lo demuestre con comentarios ignorantes del tipo "algo habrás hecho para que te pegue", "llevabas demasiado escote", "la falda que tenías puesta era demasiado corta", o "no está bien que tengas amigos chicos ahora que tienes pareja".

Pero antes de que llegase la tarde y acompañásemos a Miriam a su reunión, sin entrar, solo hasta la puerta para que se sintiese arropada por nosotras, habíamos decidido ir juntas a picar algo a media mañana. ¿Qué mejor que un ratito con tus seres queridos entre tapas de tortilla y patatas bravas?

—Joder, es que me encanta este sitio.

Tefi soltó aquello nada más sentarnos en una de las mesitas de la terraza. No era muy grande, la verdad, pero a bonito no le ganaba ningún local cercano. Tenía su encanto con una decoración particular que mezclaba cosas tan dispares como plantas aromáticas colgadas de las paredes en tiestos de colores, con figuras y esculturas de esbeltos canes y cajas de madera distribuídas aquí y allá sin más desempeño que el de ser mera decoración. Eso le daba su toque característico, algo que te hacía recordar el local y querer volver pronto para disfrutar de su esencia; ¡y vaya si iba a volver por allí!

—¿Cómo no me habías traído por aquí antes? —pregunté después de que la camarera, con una amplia sonrisa de bienvenida, nos tomase nota de las bebidas.

—Porque han estado cerrados durante un par de meses.

Tefi se encogió de hombros nada más decir aquello y Miriam hizo un ademán con la mano antes de tomar la palabra.

—Resulta que los dueños tienen dos locales, uno en la sierra y este. Turnan los meses de apertura entre uno y otro porque, con cada nueva reapertura, cambian ligeramente la carta aunque mantienen sus tres platos principales.

—¿En serio? ¿Y eso les trae cuenta? ¿No sería mejor contratar a más gente y tener dos locales abiertos siempre?

Me hizo gracia ver a las dos encogiéndose de hombros a la vez, pero a juzgar por sus gestos, entendían por qué el dueño hacía aquello.

—¿Es una manera jodidamente rara de llevar tus negocios? Sí, pero te aprovechas de la "novedad" de la reapertura con nueva carta para atraer publicidad, clientes fijos y nuevos clientes.

—Tefi tiene razón. Verás, lo nuevo siempre atrae mucho más que lo común y ya conocido, así que se aseguran esa carta bajo la manga.

—Y encima si cocinan de puta madre y hacen la mejor tortilla de patatas de la ciudad, se aseguran que quienes venimos estemos deseando que vuelvan a abrir para lanzarnos de cabeza a consumir en su tasca. Es un win-win —Tefi asintió torciendo la comisura de sus labios hacia abajo en un gesto terriblemente gracioso que me hizo reír—. Vaya estrategia de marketing más cojonuda. Se me tendría que haber ocurrido a mí.

Soy Diferente© [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora